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La sala roja. A partir de Carol Rama en el MACBA

Magazine

24 noviembre 2014
a) Carol Rama en el MACBA

La sala roja. A partir de Carol Rama en el MACBA

Algo está pasando en el MACBA. En apariencia todo sigue como si nada, los skaters haciendo sus exhibiciones acrobáticas en las rampas, corrillos de adolescentes arremolinados en pequeños grupos como si el resto del mundo no fuera con ellos, algún que otro guiri con cara de despistado moviéndose como un cervatillo en medio de la carretera que no sabe si es mejor ir o venir… y desde fuera, el edificio de Meier continúa tan inmaculado como siempre, ostentando con orgullo su aspecto aséptico e impoluto. Pero si profundizamos un poco en sus entrañas, descubrimos con perplejidad, cómo el white cube se ha visto abruptamente interrumpido por una sala cuyas paredes se han teñido de rojo garanza oscuro y en la que la iluminación neutral y fría de los leds ha dado paso a un ambiente intimista, que pocos relacionaríamos con “el típico museo de arte contemporáneo”. Es la sala principal que muestra la exposición de la appassionata artista Carol Rama, en la que además, por primera vez en mucho tiempo, los interminables textos explicativos en vinilo sobre las paredes, han cedido protagonismo a las imágenes, permitiendo que las obras hablen por sí mismas. La visión ha ganado (al menos por esta vez) al logos.

Ahora recuerdo que ya en febrero de este mismo año, Bartomeu Marí expresaba su intención de llevar a cabo un “reset” con respecto a los formatos y contenidos del MACBA. Una auténtica “revolución”. De hecho, esta misma exhibición se enmarca dentro de las nuevas líneas de investigación que se presentaron para el periodo 2014-2016 (“Cuerpo político”, a través del cual se pretenden analizar las relaciones entre arte, producción biopolítica y emancipación; e “Historias heterodoxas”, que persigue visibilizar narraciones disidentes). Así que efectivamente, algo está cambiando en el MACBA.

La muestra de Rama no es una exposición al uso. Y he de admitir que siento una especial predilección por la singular sala roja. En ella se muestran las primeras acuarelas de la artista en las que ya no es el inocente perro de Giacomo Balla el que sacude la cola, sino que serán otros quienes se la meneen con la misma alegría, exhibiendo una libertad sexual no fácilmente asumible por la Italia Fascista en las que se llevaron acabo. Una Italia en la que movimientos abiertamente misóginos como el Futurismo habían logrado, sin apenas esfuerzo, el éxito. En el lado opuesto, y frente a la hegemonía que durante siglos había ostentado una mirada que relegaba a las mujeres a meros sujetos virginales, dóciles, pasivos y maleables ante los anhelos sexuales de los varones, -y que envilecía comportamientos y orientaciones como la homosexual-, en estos primeros trabajos, Carol Rama presentaba con atrevimiento tanto a hombres como a mujeres arrancando la serpiente del pecado original de sus anos y vaginas en un gesto lascivo y reivindicativo de poder (“Yo no tengo ningún pintor como maestro. El sentido del pecado es mi maestro”).

Sin pretender dar lecciones a nadie, sino tan sólo como una forma de catarsis personal, arremetía con osadía y descaro, contra muchas de las ficciones que habían construido una idea de la feminidad y la masculinidad estereotipadas y alejadas de la complejidad y diversidad de los cuerpos y psiques reales, y exhibía elementos usualmente invisibilizados como el vello púbico, el vello perianal masculino, pechos flácidos, y un largo etcétera. En su momento no cuajó. Fue tachada de pornográfica y obviada durante años por una buena parte de críticos e historiadores. Su marcado y temperamental carácter, que me recuerda tanto al de un paisano mío de cajas metafísicas, de vuelta de todo, capaz de decir lo que le venía en gana en el momento más inoportuno, puede que no contribuyera a mejorar el panorama. Y sin embargo, hoy el MACBA ha decidido volver a apostar por ella y yo no puedo más que alegrarme y agradecerlo. Pareciera entonces que no hubiese nada más que decir. Punto y final. Apago el ordenador y me voy. Pero bien mirado, el sabor de boca con el que me quedo es un tanto agridulce porque en el fondo, aunque algo ha pasado, sigo sin sentir del todo la anunciada revolución.

¿Hasta qué punto los cambios han sido trascendentales? ¿Podemos celebrar que la institución haya conseguido por fin reconciliarse y reconectarse con la sociedad en la que se inscribe? Tal vez el color rojo de la sala constituya una respuesta un tanto premonitoria. Desde Pompeya, pasando por las villas de los coleccionistas burgueses, las estancias del Vaticano, o los salones palaciegos, el rojo es el color de las minorías selectas. Y por desgracia, la exposición de Carol Rama continúa siendo una muestra que será visitada, entendida y valorada, por tan sólo una determinada burbuja de personas alejada de la gente de a pie, corriente y moliente. El mundo del arte contemporáneo se auto-felicitará alardeando con palmaditas en la espalda, pero mientras tanto, el mensaje seguirá sin cambiar un ápice la sociedad.

b) La sala Roja

A pesar de los numerosos esfuerzos llevados a cabo para desmantelar las ficciones sociales tradicionales que han subyugado cuerpos y mentes durante centurias, trabajos como los de esta autora continuarán representando imaginarios minoritarios, incapaces de hacer frente a una normatividad imperante. Fredic Jameson lo argumenta de la siguiente forma en su libro Arqueologías del futuro: “Marcuse sostiene que es la mismísima separación entre el arte y la cultura por un lado y lo social por otro (…) la que constituye la fuente de la ambigüedad incorregible del arte. Porque esa misma distancia respecto a su contexto social, que permite a la cultura servir de crítica y reacusación a dicho contexto, también condena sus intervenciones a la inutilidad y relega el arte y la cultura a un espacio frívolo y trivializado en el que dichas intersecciones se neutralizan de antemano.” Yo no estoy del todo de acuerdo. No creo que debamos tirar la toalla. Pero quizá si que haya llegado la hora de dar un paso más allá. No conformarnos con pequeños signos de cambio. Tal vez sea el momento de que todos los agentes involucrados en el mundo del arte (artistas, críticos, estudiantes, museos, comisarios, profesores, historiadores…) realicemos una reflexión profunda sobre la trascendencia real de los imaginarios artísticos contemporáneos en lo social y sobre de eficacia de las tácticas llevadas a cabo para comunicarse e incidir en la sociedad.

Quienes conocen bien a Amaia, le llaman cariñosamente “la contreras”. Y es que se pasa las horas, como si le sobrara el tiempo, debatiendo, pensando y repensando, analizando, deduciendo, replicando… Incluso hay quien le ha pillado in fraganti discrepando con su lápiz, en los márgenes de las páginas, con el autor de ese libro que por casualidad ha aterrizado en sus manos. Era cuestión de tiempo que ella misma acabase escribiendo sus propias reflexiones con la esperanza de que alguna vez alguien lea también sus cavilaciones, lápiz en mano.

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