Buscar
Para buscar una concordancia exacta, escribe la palabra o la frase que quieras entre comillas.
En A*DESK llevamos desde 2002 ofreciendo contenidos en crítica y arte contemporáneo. A*DESK se ha consolidado gracias a todos los que habéis creído en el proyecto; todos los que nos habéis seguido, leído, discutido, participado y colaborado. En A*DESK colaboran y han colaborado muchas personas, con su esfuerzo y conocimiento, creyendo en el proyecto para hacerlo crecer internacionalmente. También desde A*DESK hemos generado trabajo para casi un centenar de profesionales de la cultura, desde pequeñas colaboraciones en críticas o clases hasta colaboraciones más prolongadas e intensas.
En A*DESK creemos en la necesidad de un acceso libre y universal a la cultura y al conocimiento. Y queremos seguir siendo independientes y abrirnos a más ideas y opiniones. Si crees también en A*DESK seguimos necesitándote para poder seguir adelante. Ahora puedes participar del proyecto y apoyarlo.
Pero, ¿tú eres ecologista o no? Es una pregunta que, con aire recriminador, me han hecho no pocas personas después de leer mi último libro, Delta. Como si escribir sobre un espacio natural implicara volcar una ideología concreta. Lo sorprendente es que, en varias ocasiones, la pregunta la formularon personas vinculadas al negocio de la cultura, algunas de ellas denominadas “intelectuales”. Personas que, al escuchar el término liternatura, en lugar de pensar en Moby Dick, Jack London, Helen Macdonald o Miguel Delibes, quizá pensaran en Henry David Thoreau y Rachel Carson, sí, pero, sobre todo, asociaban la palabra a un montón de modernos ensayos medioambientalistas reivindicativos hasta la militancia, escritos con un tono de denuncia o redentor. Como si el escoramiento moral o la impartición de doctrina fueran ingredientes indispensables del género, menospreciando su amplitud y, por lo tanto, su potencia literaria.
Soy escritor. Esa es mi respuesta. Y ambicioso, de modo que intento reflejar la voz del coro que nos rodea del modo más coherente con mi época, en la que se subraya la urgencia de entender a las naturalezas no humanas (nanohum) para que nuestra especie pueda básicamente sobrevivir. Por eso, intento plasmar cualquier ángulo ético buscando soluciones narrativas capaces de abarcar la inmensidad que nos rodea, la que menos me gusta también, intentando que el mundo hable más o menos por sí mismo, aunque obviamente su “portavoz” sea yo. Mi postura podrá deducirse de algún modo, pero el propósito es que eso no importe, o se reciba como la postura de otro actor, uno más, del ecosistema, y que el espacio y los hechos y los seres revelados resulten lo bastante genuinos, diferentes y magnéticos como para transmitir su esencia y la del lugar que habitan. El objetivo es que, al leer, percibas que las tensiones naturales son así, indiferentes a si el autor vota izquierda, derecha o se abstiene.
Sin embargo, en el año 2025, en un país primermundista dotado con la cuarta lengua más hablada del mundo, una asombrosa mayoría de personas continúa vinculando la literatura de naturaleza a una matraca comecocos antitecnológica vomitada por una especie de neorrurales o progresistas forrados (de dinero) a quienes, debido a ese prejuicio, en general prefieren no leer. En el otro lado están los que se animan a abrir el libro, con frecuencia buscando ensanchar su conocimiento verde con la complicidad de una voz que sin duda reafirmará sus valores medioambientales. De manera que cualquier obra que rompa la idea política que unos y otros esperan de ella provoca aún, en 2025, la pregunta, “pero, ¿tú eres ecologista o no?”, al margen de la propuesta puramente literaria.
Crecí leyendo al margen de etiquetas y, aunque ahora recurra a una para llamar la atención sobre una serie de temas y emergencias -de hecho, gracias a ella estoy ahora mismo escribiendo este artículo-, venero la idea de la literatura que cede la palabra al entorno, y a ti el derecho a sacar conclusiones. Abarcar al “entorno” requiere pensar en clave ecosistémica, y una consecuencia son algunas soluciones narrativas que abrazan la totalidad.
¿Por ejemplo? Si hasta ahora asociábamos la novela coral en exclusiva a los humanos, ha llegado el momento de abrir el foco hacia un coro biodiverso. Porque el flamenco, la arena, el río, la araña, la anguila, el mosquito, el viento, el toro o el arroz poseen una fuerza que vale la pena narrar. Hablar sobre las tensiones y violencias entre estos seres y elementos, y las personas que comparten su espacio, ¿supone ser ecologista, escritor o un habitante del planeta?
Una anguila no permite el mismo despliegue narrativo que Madame Bovary, no, pero si se la aborda como hizo Patrik Svensson, puede emocionar y animar a reflexiones como las que provocó un caracol en Elizabeth Tova o una chinche gigante acuática y varios insectos, alguno caníbal, en Annie Dillard. Así lo ha entendido el escritor mexicano Jorge Comensal, ese fan del cóndor californiano que también ha escrito sobre sargazos, incendios o el bosque de Chapultepec, y acaba de publicar el delicioso Materia viva que descolocará a los prejuiciosos habituales, porque, siendo liternatura, emplea la ironía como pocas veces se ha visto al escribir sobre tortugas, helechos o buitres: “El mundo apesta, pero sin buitres apestaría mucho más”.
Comensal también ha padecido preguntas sorprendentes sobre su decantación más o menos naturalista y, como hace unos meses le nombraron director de la revista de la UNAM, ha inaugurado en ese medio una sección que consiste en una crónica de varias páginas dedicada a un animal concreto. No a una especie, no: a un animal determinado, a una vida exclusiva, cuya historia se desmenuza con el penetrante interés de cualquier historia humana.
Comensal es, en fin, otro de los que buscan fórmulas para evidenciar que la liternatura no solo es universal, sino que hoy va más lejos que la mayoría de libros actuales, tanto conceptual como terminológicamente, porque estas obras igual proponen un coro biodiverso que neologismos tipo Aridoamérica, o el alucinante catálogo que presenta Santiago Beruete, padre de la jardinosofía, la verdolatría, los aprendívoros… Y es que pocos autores se están adaptando tan bien a la nueva realidad cambiante como los que escriben sobre naturaleza, la última vanguardia.
Con el propósito de evidenciar esa calidad pionera, de punta de lanza, de cresta de ola, la revista barcelonesa Convit/e publicó en otoño un monográfico titulado Vanguardia Liternatura ilustrado con imágenes de Xavi Bou, el artista que ha encontrado una técnica para fotografiar a las aves de manera novedosa. “Me di cuenta que salía de casa con la foto hecha, y quise probar algo distinto”, ha dicho Bou, cuyo trabajo hace preguntarse de cuántas formas se podrá contar aún toda esa naturaleza que, precisamente desplazada por la tecnología, continúa invisible para buena parte de una (presunta) intelectualidad que ha renunciado a su clásico rol antisistema para abrazarse al mercado y lo mainstream (porque simpatizan mucho con la lengua inglesa, claro, y prefieren seguir diciendo nature writing antes que liternatura).
El margen alimenta lo alternativo, la disidencia y la invención, y por eso se sienten tan originales los libros de Daniela Catrileo, una escritora mapuche champurria que hace de Chilco una capital donde la vida se regenera mientras se desmoronan los imperios erigidos por la especulación; o del peruano Joseph Zárate, el descendiente de una estirpe amazónica que ha firmado Guerras del interior, uno de los libros de periodismo literario más impactantes sobre los abusos que se cometen con el oro, la madera o el petróleo, y ahora está escribiendo el Amazonas. La mirada del nativo arraigado a la tierra tiene un plus, como también han constatado Virginia Mendoza, que conoció la sed tan de cerca que ha escrito un estupendo libro sobre ella, o la leridana Vanesa Freixa, quien después de marcharse de su pueblo y estudiar en Barcelona, se preguntó qué estaba haciendo, volvió a las montañas, se instaló en una borda con su pareja y siete cabras y no solo ha escrito sobre qué significa vivir en y del campo, sino que impulsa iniciativas culturales para difundir el relato rural y la soberanía alimentaria.
Una notable novedad es que las plantas han encontrado quien las escriba… en español. Diana Obando, el citado Beruete, Efrén Giraldo -no os perdáis su Sumario de plantas oficiosas– o Paco Calvo, el filósofo director del Laboratorio de Inteligencia Mínima que difunde la inteligencia de las plantas -propuesta tan disruptiva como el título de Giraldo-, se suman a la labor de por ejemplo Joaquín Araújo o el colombiano Tomás González, mientras España se llena de versos más allá de Alejandro López Andrada o Jorge Riechmann, destapando una cantera que va de María Sánchez a Ángela Segovia, y sus obras son leídas en los recientísimos clubes de lectura, residencias literarias o festivales que ya se convocan literalmente en todo el mundo. Y, algo que tienen en común muchas de las personas que han leído estos libros, no uno sino varios, es no hacer preguntas del estilo ¿eres ecologista o no?
La jovencísima Mya-Rose Craig, Birdgirl, en el festival Liternatura. Foto: Gabi Martínez
(Imagen de portada: Fotografía de una ilustración de un libro de viajes por Colombia. Foto: Gabi Martínez).
Gabi Martínez (Barcelona, 1971). La alianza natural entre lugares, personas y animales está en el centro de su obra, traducida en diez países y adaptada a diversos formatos narrativos. Por sus títulos puedes intuir un poco de qué va: Sólo para gigantes, Un cambio de verdad, En la Barrera, Naturalmente urbano, Lagarta, Las defensas, Delta… Buscar al yeti en Pakistán, al moa en Nueva Zelanda o a ovejas negras en La Siberia extremeña le han sugerido proyectos como el Festival Liternatura y Animales invisibles.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)