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Una de las características de los gestos simbólicos es que su resultado práctico no suele ser directo, a corto plazo y previsible. Su objetivo consiste en atacar el imaginario colectivo, o en criticar situaciones que parecen inmutables para evidenciar sus problemáticas. Rara vez se consigue que estas situaciones cambien de un día para otro. Los gestos simbólicos son o bien carreras de larga distancia, en la que una posición simbólica va cobrando fuerza hasta evidenciar su coherencia y la incoherencia de lo que denuncia, o pequeños golpes de efecto que duelen y van erosionando la fuerza del contrario.
El mundo del arte comete a menudo el error de pensar que, como nos dedicamos a la imagen, a su análisis, a su construcción, a su crítica, somos mejor que nadie llevando a cabo resistencias pasivas y gestos simbólicos. Qué equivocados estamos. Por ejemplo, cuando el ayuntamiento de Reus convoca una adjudicación privada para el Centre d’Art Cal Massó por 100 euros al mes, no sólo se desentiende de la cultura como obligación pública, sino que, sobre todo, valora en calderilla este tipo de equipamiento, corroborando esa idea que cada vez se extiende más entre el público general de que no vamos a malgastar en cultura cuando la gente se queda sin casa. Como si la legislación sobre hipotecas estuviera directamente ligada a la política cultural. Potenciando esa mentalidad de que tu competencia, tu enemigo, el que vive a tu cuenta no es el banquero, ni el político, sino el programador cultural de tu ayuntamiento o el artista que recibe ayudas de producción.
Otra característica fundamental de los gestos simbólicos es que necesita la unión para hacer la fuerza. El ayuntamiento de Reus tiene un apoyo político que le permite plantear este tipo de políticas sin que nadie vaya a cortarle la cabeza. Y ese apoyo, ese hacer piña, es lo que nos falla continuamente en el mundo del arte. Eva González-Sancho dimitió el pasado lunes como directora del MUSAC por las continuas interferencias políticas que tenía que soportar. Hablamos de una profesional de reconocido prestigio que lidió durante ocho años con la burocracia francesa; no es una primeriza de la administración precisamente, y su crítica tiene sin duda muchísimo fundamento, además de precedentes. Fue un gesto simbólico, porque obviamente, la Fundación Siglo tras el MUSAC seguirá siendo la gestora del museo, y en el peor de los casos puede colocar a un político o a un técnico con mucho morro y poca vergüenza (véase Consuelo Ciscar). Pero su prestigio podría verse socavado si el mundo del arte, de manera conjunta, diera la espalda a la institución. Parecía que por una vez íbamos lanzados, con el comité asesor dimitiendo en bloque en apoyo a la directora saliente. Y mira tú por dónde que en una semana, siete sucios días, saltándose a la torera las buenas prácticas en la contratación, contra todas las protestas de asociaciones de directores de museos y críticos de arte, va Manuel Olveira (un hombre no de líos, sino de trabajo, como él mismo declara) y acepta el cargo a dedo.
Dormimos con nuestro enemigo. Cuando las instituciones deciden no pagar a artistas por exponer, siempre hay alguien que se apunta al carro dejando a sus colegas en la cuneta. Cuando se hacen jugarretas sucias en instituciones, siempre hay alguien dispuesto a hacer la vista gorda, decir que lo importante es estar y hacer programa, no perder esos espacios. Al final, lo que se consigue a través de estas zancadillas que nos ponemos continuamente es ratificar a los políticos que pueden hacer lo que les dé la gana, porque siempre encontrarán a alguien rebosante de ego y deseo de poder que les seguirá el juego. Que el mundo del arte sigue la ley de la selva, en la que cada uno se agarra a su liana y no la suelta aunque a sus compañeros se los coman los tigres. Así que venga, sigamos buscando una liana que alquilar por 100 euros, mientras nos siguen privatizando la jungla.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)