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Million Dollar Baby

Magazine

10 octubre 2011

Million Dollar Baby

¿Igualdad? ¿Es el arte un contexto donde todo es posible? ¿Somos muy muy tolerantes y los más avanzados? Centrarse en un lugar específico y en una situación concreta nos puede demostrar que no, que aún falta un largo camino a recorrer para superar desigualdades históricas, asunciones de poder que no se discuten y modos de hacer que son más de lo mismo. ¿Un caso? mujeres y arte vasco, o lo de la liga de segunda división.


No me gusta mucho la ley de paridad. Por una parte, me parece que a menudo esconde como un remache flojo el verdadero agujero, que es la pregunta de por qué las mujeres tienen tantas dificultades para llegar a lugares representativos. Por otra parte, facilita que aquellos que piensan que el feminismo es una teoría conspiracionista paranoica de la histeria uterina reivindiquen a viva voz que en el puesto de todas esas mujeres cogidas por estadística podría estar un hombre que lo mereciera por capacidad.

Y además, en muchos casos, como en el del arte, ni tan siquiera representa la realidad: desde hace varios años, el número de licenciadas en Bellas Artes en la facultad de Bilbao dobla al de hombres. ¿Por qué, en cambio, el número de mujeres en certámenes como Ertibil, al que se presentan artistas que han terminado la carrera durante los últimos diez años aproximadamente, en una sola ocasión (2010) ha sido mayor el número de mujeres que el de hombres? ¿No sería más interesante analizar en profundidad qué provoca que las mujeres no se dediquen plenamente al trabajo artístico profesional, no se presenten a estos espacios de visibilidad, o cuáles son las razones que llevan a un jurado a preferir unas obras sobre otras, antes que simplemente borrar a los últimos cuatro chicos y meter a las chicas correspondientes?

Sin embargo, al toparse con casos como el que saco hoy a colación, una entiende que algo hay que hacer, porque la situación es realmente crítica, a pesar de esconderse tras un tupido velo de ilusión. Amigos, amigas, les voy a hablar del Museo de Bellas Artes de Bilbao. Tras la creación del Guggenheim, a mucha gente se le pasó por alto que el museo público encargado de crear una colección de arte pública (perdón por la insistencia) es en realidad el Museo de Bellas Artes de la muy honorable villa. Tras su fusión en 1945 con el Museo de Arte Moderno, ha sido responsabilidad de esta institución comprar no sólo obras históricas, sino también contemporáneas. Y si alguien lo ha visitado, sabrá que cuenta con la autodenominada mejor colección de arte vasco de los siglos XIX y XX, y con intención de incluir en breve las siglas “XXI”.

No es novedad para las que cruzamos a menudo sus puertas que el programa ha sido, sobre todo desde la incorporación de Javier Viar como director en 2003, bastante clásico y seguro, exceptuando alguna excentricidad que comentaremos en breve. Y al igual que las exposiciones, lo han sido las adquisiciones. Las compras de los museos suelen evaluarse a nivel público desde un único punto de vista: el económico. El hecho de que conformen una narrativa de la cultura artística, que formen una historia oficial, parece absolutamente secundario. Ya puede decir misa la museología internacional sobre programas públicos y argumentados de compra, que nunca se analiza de manera crítica en qué visión de la realidad cultural se invierte nuestro dinero.

El Museo de Bellas Artes ha recibido un préstamo del BBVA con el que, durante los últimos diez años, ha ido adquiriendo fondos para completar su colección. Esos fondos se han presentado públicamente hace unos meses, con general bombo y platillo por parte de los medios de comunicación mayoritarios. Se trata de 269 obras en total; 64 son realizadas a partir de 1945, y la mitad exacta, 32, entre 1990 y hoy en día. Del tramo más contemporáneo, sólo 3 corresponden a mujeres: dos a Mari Puri Herrero y una a Susana Talayero. No llega al 10%. De Mari Puri Herrero es asimismo la única obra de mujer anterior a 1990. Hay también una obra de CVA (Juan Luis Moraza y Maria Luisa Fernández) de 1982.

Para hacer justicia, he de decir que la segregación del museo no se extiende sólo a las mujeres: no hay fotografías ni vídeos, y apenas dos o tres instalaciones. Aquí las Bellas Artes se mantienen en los caballetes. Y por supuesto, no hay piezas, ya no realizadas por mujeres, sino de temática feminista, homosexual o representativa de cualquier tipo de reivindicación social.

Es duro, además, que el museo comunique a este respecto que sus prioridades en este momento son el arte contemporáneo y el arte vasco, como si eso no hiciera aún más obvia su marginación, puesto que en estos ámbitos temporales y espaciales es donde, precisamente, florecen las propuestas. ¿Qué clase de colección de arte del País Vasco tiene obra de Sergio Prego y no de Itziar Okariz; de Xabier Salaberria y no de Abigail Lazkoz; de Chillida (como para llamar una sala) y no de Esther Ferrer; una sola pieza de Elena Asins y dos de Mari Paz Jiménez, compradas en tiempos inmemoriales y tan perdidas en los registros que ni aparecen en la colección on line; nada de Marisa González, ni de Begoña Zubero, ni de Ana Laura Alaez, ni de Azucena Vieites, ni de ninguna otra mujer del contexto vasco actual?

Eso sí: cada cinco años exactos se dedica una exposición al “tema de la mujer”. Hace diez años fue una muestra de mujeres impresionistas, partiendo de un cuadro de Cassat que por alguna extraña razón el museo adquirió en su momento; hace cinco, Kiss Kiss Bang Bang, la excepción absoluta, comisariada por Arakis y dedicada al arte feminista, que les permitió dar un gran suspiro y cerrar el capítulo de reivindicaciones por lo menos durante un par de décadas; y este año, Hay más en ti, una exposición sobre la imagen de la mujer en la baja Edad Media en la que el mismo título mostraba que la óptica no partía desde el sujeto mujer, sino que se limitaba a su representación objectual. Claro que de las 24 exposiciones individuales realizadas en los últimos diez años ninguna ha sido de una mujer. Porque para el Museo de Bellas Artes de Bilbao la mujer (sea como objeto de deseo, de representación religiosa o como pesada gritona feminista) es un tema como cualquier otro que se puede intercalar con bodegones, mitología o paisajes holandeses, pero no un sujeto de acción ni generadora de discurso.

Es comprensible, por otra parte, que no se pueda dedicar dinero a comprar obras de mujeres: hay que invertir en ratificar una tradición matérica y creadora de una cierta identidad. No han faltado en la compra los Badiola, los Irazu, los Lazkano, los Moraza, los Morquillas, los Bados, los Chillida (carísimos oiga usted), los Oteiza, los Mendiburu. Las tradiciones tienen que quedar bien establecidas, y curiosamente, esa tradición en nuestras tierras no incluye mujeres.

Una se pregunta cuántas veces más habrá que presenciar las mutuas felicitaciones por la gran gestión y mejor programación que políticos y altos cargos de museos y fundaciones se reparten mutuamente entre flashes de prensa alborozada mientras nosotras, el tema, esperamos entre el público que nos dirijan una sonrisa de conmiseración.

A Haizea Barcenilla le parece que el arte no existe por sí mismo, sino dentro de varios sistemas sociales entrecruzados, enzarzado entre ideologías y formas de mirar, incluido en redes de intercambio, de venta y de compra, de producción y de exposición. Cuando escribe crítica le gusta ampliar lo más posible su objeto de estudio, comprenderse como parte de él, plantearse cuál es su posición. Le resulta imposible ver el arte sin todo lo demás, y todo lo demás sin el arte. Y a veces consigue entrelazar uniones entre todos los flancos.

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