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Escribo poco sobre pintura. Los excesos de los años de estudiante de historia del arte me han dejado algo de trauma y una ligera contracción. Me inculcaron que la pintura es sinónimo de arte y el pincel una metonimia del artista. Y que el artista pinta a la modelo. Sobredosis de poderío hegemónico. Pero con el tiempo he aprendido a mirar de reojo, más allá de la pintura, para encontrar algo más que solo pintura y poder también disfrutar de lo pictórico. Y no es un trabalenguas.
Mirar de reojo, hacia donde nadie indica y sin que se note, permite momentos en los que también un comportamiento pictórico me seduce. Pasa algo que voy a intentar describir refiriéndome a la obra de Guillermo Pfaff y su exposición ‘Grado 0’ en La Tache’ Gallery de Barcelona. En principio, nada especial. Una sala diáfana, arquitectura a disposición de telas y papeles pintados, espacios vacíos y rémora de luz sin desgastar la metafísica del cubo blanco. De golpe, dejo de mirar de reojo y observo en la distancia corta la superficie y profundidad de campo que ofrece la pintura de Pfaff. Y, clic, sucede aquello que me induce a escribir. El directo de la pintura es imposible de trasladar a otra dimensión perceptiva, las telas son el resultado de un ambiguo proceso pictórico lleno de signos vacíos. Noto que leo párrafos de un ensayo sobre lo pictórico.
La obra de Pfaff no ataca el alma, sino que arremete en el plano mental. La herramienta no es la imagen, sino el proceso. La estrategia no es la técnica, sino la inteligencia. La táctica no es emocional sino pura pintura, sin contemplaciones. Este artista piensa más que pinta, escribe antes de hacerlo y nunca acumula obra. Sin estilo previo, su proceso va y viene entre la tradición de la pintura y los limes del lenguaje. El grado cero de la escritura de Roland Barthes, ensayo crítico motivo del título de la exposición, apuntalaba una urgencia por legitimar el campo de fuga de la connotación, la genealogía más ambigua del lenguaje. La pintura de este autor destaca precisamente en su carpintería connotativa y sorprende por el rigor de la ambigüedad. Posible grado cero de la pintura: el acto de pintar empieza antes de la primera pincelada, dice el artista.
La materia, el color o el espacio para Pfaff no son lengua, algo común, sino escritura donde se verifica la función performática de la lectura, su naturaleza más social. Algo que se observa en la serie Space, cuando el artista antes de pintar pliega los lienzos para provocar en los relieves y las arrugas una tridimensionalidad escultórica más conceptual que expresionista, sumando planos para indagar en el conflicto de la representación de la misma pintura. En otro caso, los papeles pintados The portable Paintings llevan la pintura a una expectativa de resistencia nueva: una serie de óleos sobre papel de 100 x 70 cm, plegados a DIN-A4 y ensobrados, devienen un objeto portable de fácil almacenaje. La voluntad ecléctica de sus piezas permite disfrutar del afuera de la pintura, su reflexión sobre la pintura acoge libremente la reivindicación y la crisis misma del concepto. Dos pequeñas esculturas, del propio artista, sirven para abordar la tridimensionalidad de la pintura, la esencia de la representación de la escritura cromática. Pintura crítica sin chirriar de dientes.
En la cabecera del facebook de Guillermo Pfaff hay dos referencias del mundo del arte: Leon Golub y Bruce Nauman. Ambos, unidos a Roland Barthes, comparten el interés y el delirio por el lenguaje, una producción heterogénea y una potencialidad de lectura metódica y a la par ligera entre los retos de la ambivalencia semántica. Pfaff forma parte de este improbable grupo de investigación artística, los cuatro manejan la obra como forma de escritura, un modo de pensar y entender. Pura reflexión del autor sobre el uso social de la pintura, ahora sí, sinónimo de arte.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)