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A partir de la visita al proyecto “Multitude”, en São Paulo, este texto se articula como un análisis de tres acercamientos históricos diferentes a los conceptos de individuo y colectividad en el contexto cultural: el de la institución que lo acoge, el del edificio que lo alberga y la propuesta en sí misma.
SESC – Servicio Social del Comercio– es una organización sociocultural sin ánimo de lucro, creada en 1946 por la patronal brasileña para ofrecer posibilidades de formación integral y continua a trabajadores del sector del comercio, servicio y turismo. A través de actividades de ocio, deportivas y culturales junto a infraestructuras de asistencia médica, concretamente odontológica y alimentar, se constituyó siguiendo un patrón paternalista sobre la relación capital-trabajo, fruto de las políticas liberales y la estructura de estado apoyado en la iniciativa privada, posteriores a la Segunda Guerra Mundial. En la actualidad continúa financiado por la retención del 1,5% de la hoja salarial, y sólo en el estado paulista cuenta con 34 sedes. Éstas descentralizan el radio de acción de los núcleos más privilegiados, y permiten que más de 17 millones de usuarios visiten al dentista, naden en la piscina, jueguen al baloncesto, practiquen yoga, lean el periódico en la biblioteca, visiten exposiciones, almuercen en sus restaurantes y puedan asistir a una ópera de Bob Wilson a precios económicos. Un modelo que, en palabras de su director Danilo Santos de Miranda, es “único como la jabuticabeira”, un árbol que sólo existe en Brasil y cuyos frutos invaden en primavera y verano el tronco de la planta, como una multitud.
El segundo enfoque lo encontramos en la reforma realizada por Lina Bo Bardi entre 1977 y 1986 para la unidad de Pompeia, en una antigua fábrica de cilindros industriales. A su llegada encontró que los galpones no estaban abandonados, sino ocupados por los vecinos para sus juegos y reuniones durante los fines de semana. Esa fue la inspiración de la arquitecta para abordar el proyecto, fundamentado en la recuperación de la calle interna y espacios industriales preexistentes: mínima intervención, respeto por la labor anterior y amplificación de los usos ya dados. La forma de trabajo, entre la gente y para la gente, también supuso un enfoque pionero en cómo pensar ese espacio, cómo usarlo, y por tanto, cómo designarlo: nada de “centro cultural” sino de convivencia y ocio, porque según sus palabras “pesa mucho y puede llevar a las personas a pensar que tienen que hacer cultura por decreto. Y eso, de frente, puede causar una inhibición o embotamiento traumático”. Precisamente la propia vivencia e intercambio entre las personas crearían cultura de manera orgánica a través de los usos populares. El pensamiento de Bo Bardi está basado en una propuesta de “nuevo humanismo”, que en su vertiente arquitectónica promueve un espacio creado desde la emotividad, aplicada a las conexiones internas y externas, lo que conllevaría una mayor adecuación al contexto específico, y sobre todo, al “hombre real”, y no a poderes políticos o económicos. De esta forma, centrándose en el hombre como individuo y como colectividad, se prima la búsqueda de soluciones tangibles, evitando políticas y estructuras excluyentes y/o dominadoras.
“MULTITUDE” es el proyecto que ocupa, hasta el 10 de agosto, la mitad de uno de los galpones. Desarrollado por Lucas Bambozzi y Andrea Caruso Saturnino junto a un equipo curatorial amplio y con vocación de alternativa para la construcción de lo común, toman directamente los conceptos de Antonio Negri y su propuesta para una “democracia real” y global basada en el concepto de multitud como la suma armónica de singularidades. Las ideas del filósofo italiano se dejan leer en todo el proceso, que coordinado por diez comisarios, incluye un espacio expositivo activado con debates, talleres, cartografías de lo común y diversos encuentros experimentales. Entre dichas iniciativas, llama la atención el llamado “Plantão de curadoria”, un turno de guardia de los organizadores en el que reciben artistas que quieran presentar propuestas para unirse a la muestra – en cuya disposición se han dejado espacios estratégicos para su inclusión – así como, y sobre todo, a las otras actividades.
La selección de trabajos presentes en la muestra funciona a veces como mera ilustración del concepto de multitud y masa (Leandro Katz, Aernout Mik, Gabriela Golber, Kutluğ Ataman, Gonzalo Lebrija), otras veces, desde una cierta banalidad en propuestas participativas (en la instalación interactiva Fofoque-me: Vox Populi, 2013, de Radamés Ajna e Thiago Hersan), y en muchas ocasiones como documentación de acciones (Coco Fusco, Francis Alÿs , Etcetera Argentina o la brasileña Zona de Poesía Árida). El punto de arranque de la propuesta se queda en el análisis, con un cierta tendencia a esa incomunicación endogámica de la que se acusa al arte contemporáneo, sólo saliendo de su aislamiento en los momentos puntuales propuestos por el espectáculo de Roger Bernat y la performance del dúo Ana Borralho y João Galante. Por eso, el acierto de “MULTITUDE” está en la apertura para acoger esas «otras» propuestas y debates, en donde sí parece salir del campo teórico ilustrado mediante “la convivencia entre obras, artistas, imágenes, sonidos y conceptos en constante diálogo”, para integrar a otros grupos de acción y reflexión social, ajenos al circuito artístico. Precisamente está siendo en la parte menos programada donde sí aparece el trabajo de mayor profundidad en las nociones de “deseo”, “conocimiento cognitivo” y “afectivo” o “trabajo inmaterial” del que parte Negri para proponer una búsqueda de nuevos modelos.
El conjunto del programa se podría pensar como un intento de crear un equilibrio entre la metáfora contemplativa y/o especulativa y la acción cartografiada, en unos mundos normalmente ocultos para el panorama artístico brasileño, pero comprometidos con la realidad de las protestas que desde el último año se vienen sucediendo en el país. Parece así un buen preámbulo para la próxima Bienal, edición en la que el equipo curatorial (formado por Charles Esche, Galit Eilat, Nuria Enguita, Pablo Lafuente y Oren Sagiv) también parece querer salir de la nostalgia de la mirada al modernismo para ligarse a nuevas formas de activismo.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)