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En el preciso instante en el que comienzo esta nota sobre Disabled Theater, del coreógrafo Jérôme Bel, comienza el clásico «lo mejor del» 2012, en donde todo apunta a que esta pieza presentada en la pasada dOCUMENTA(13) tiene todos los boletos de ser una de las más incluidas. Sí, me refiero a las listas de las obras de arte y las exposiciones más destacadas, donde la inclusión de Bel certificaría “el giro performativo” que se viene dando de un tiempo a esta parte en la institución-arte o, lo que es lo mismo, la museificación de la “escena”. Lo interesante de la pieza de Bel se encuentra en que la obra misma va dirigida a esa difícil frontera que separa las emociones y los afectos. Aunque a primera vista pudieran parecer lo mismo, su distinción radicaría en que las emociones pertenecen a categorías filosóficas que van desde Aristóteles a los actuales departamentos de psicología (admiración, miedo, ansiedad, odio, valentía y demás), mientras que los afectos pertenecen más al ámbito de las pasiones motivacionales que arrastra a la gente a cierto tipo de irracionalidad. Desde mi punto de vista, Disabled Theater (con la puesta en escena del Theater HORA, una compañía profesional suiza de actores con diferentes discapacidades), busca subvertir y revolucionar ambas categorías, pues no solo consigue atribuir emociones al acto de pensar, sino que posiciona los afectos no únicamente en función de sentimientos corporales. Lo que pasa por la mente del espectador en Disabled Theater resulta muy complejo, psicológicamente hablando, y obviamente los hay que se abandonan a la emoción y a los afectos que generan los actores en escena desde el instante cero, y los hay también, quienes como yo, no pueden dejar de pensar en el propio dispositivo manipulador puesto en marcha. Ocurre que uno acaba por ceder, y la comprobación de la conmoción, esto es, la prueba de la capacidad para impactar y disolver los dispositivos o aparatajes críticos y de distanciamiento con los que nos proveemos, resulta la mejor de las garantías de que algo fuerte y verdadero está pasando en escena, o en el interior de uno mismo. Algo, que desborda los canales de autocontención. Algo, que consigue desarbolar la crítica, o al menos suspenderla por un instante.
En este sentido, Disabled Theater funciona como un dispositivo hermético, un método brechtiano de distanciamiento que a la larga (según pasa la pieza) se erige en su propio potencializador. Jérôme Bel no inventa nada nuevo aquí, sino que simplemente ejecuta el guión ya puesto en marcha con la que es su obra más emblemática hasta el momento: The Show Must Go On.
Que un dispositivo de distanciamiento sea aplicado a un grupo de discapacitados psíquicos únicamente puede generar polémica, o si se quiere, interpretaciones al límite. Nada de término medio. Así el mecanismo “manipulador” de Bel (con respecto al espectador) contrasta con un sentimiento sincero y verdadero del coreógrafo hacia el grupo de actores, y él mismo ha reconocido en el curso de alguna entrevista que cuando vio por primera vez en acción al grupo Theater HORA, el sentimiento fue tan fuerte que necesitó realizar un ejercicio en su interior para localizar su origen y naturaleza. No estaría de más alinear a Bel, de este modo, con ese otro gran manipulador que es el cineasta Lars von Trier. Ambos utilizan recursos de Brecht a lo largo de sus trayectorias. En Disabled Theater la figura del mediador se antoja como central, esta figura (un chico de mediana edad cuando lo vi) es la encargada de introducir a los actores y al propio Jérôme, en tercera persona (rasgo brechtiano par excellence). Este mediador, o figura que va introduciendo la pieza, se presenta como alguien neutral, que con su actitud zen y su mera posición corporal y física en escena, canaliza todo lo que a continuación vendrá. No sé si esta pieza merece estar entre lo mejor del año (en algo tan contingente y gratuito), en arte contemporáneo o en “coreografía expandida” (Marten Spangberg dixit), lo único que sé es que merece prestar atención a los mecanismos subjetivos que producen afecto o desafecto, así como emociones de todo tipo, en una era caracterizada por un capitalismo de ansiedad que nos golpea de modo individual y colectivo.
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