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Los micro y macro-relatos coloniales ocupan nuestros espacios vitales de forma transversal. Cuestiones vinculadas con las supremacías de ciertas nacionalidades, lenguas e identidades, pensadas a menudo en términos raciales, dan cuenta del modo en el que desde el relato colonial se imponen algunas formas de actuar sobre otras. Este patrón es motivo de lucha, aunque algunos se resistan a aceptarlo. Como afirma Walter Mignolo, «el problema de la colonialidad nos afecta a todos». Lo urgente es preguntarnos cómo gestionar nuevas vías que no se sustenten ni en la supremacía del relato europeo ni del occidental en general; cómo pensarnos desde otro marco, separados de lo que el mismo Mignolo llama “la matriz colonial del poder”. Dicho con brevedad: las historias oficiales que se imponen como superiores deben diseccionarse y desplazarse.
La manera en la que se cuentan los pillajes del Imperio español en las colonias americanas suelen apoyarse en el vacío retórico del “encuentro de civilizaciones” y no en el expolio. No se trata exclusivamente de volver al pasado para hacer crítica sobre lo acontecido, pero sí para relacionarnos de otro modo con los siglos de dominación que establecieron silenciamientos en muchos ámbitos, y con la transmisión de las memorias de poder desde tiempos remotos hasta la actualidad. En esta misma línea encontramos el trabajo del grupo de investigación y producción artística denominado Declinación Magnética. El título de su exposición Hasta que los leones no tengan historiadores… (Matadero, Madrid, 2014) evidencia de forma elocuente desde dónde han sido enunciados los relatos de los que han estado en la posición de colonia (los cazadores) y cuál es el legado que nos han querido transmitir. El reto está en identificar y comunicar las historias comunes (geopolíticamente hablando), y compartirlas para revelar las diferencias impuestas y desarticular críticamente las narrativas de dominio.
El desafío en el terreno artístico, y político, está en crear y producir significados desde un lugar que no sea el del eurocentrismo o globalcentrismo; en atender a las microhistorias, hacerles eco, darles cuerpo. Si de algo se trata es de alterar la historiografía oficial, de forzar la apertura del marco para que los modos de interpretación permitan incorporar otras realidades que no son exclusivamente nuevas, sino que tienen cabida a partir de la eliminación de las jerarquías en el modo de relacionarse con los objetos y las historias. A partir del desplazamiento de “la colonialidad del saber” también entran en juego otros modos de producción que generan otras sensibilidades estéticas, porque el presente exige nuevas demandas y relaciones con los saberes establecidos. Tal es la labor de Mujeres creando, colectivo del que forma parte la activista feminista María Galindo. Con sus acciones resitúan la visibilidad de las mujeres y cuestionan lo que para ellas constituye la raíz del problema: la vigencia del patriarcado.
En el caso del semiólogo Walter Mignolo, a quien pudimos escuchar recientemente en el MACBA, recurre a su biografía para explicar qué lo llevó a componer un línea de investigación sobre el descolonialismo: «Hijo de italianos nacido en Argentina. Interesado en la filosofía, la empiezo a estudiar y leo a muchos europeos. Viajo a Europa para seguir profundizando en la materia, pero me hacen ver que soy un sudaca. Después me voy a Estados Unidos y me dicen latinoamericano…» En esta historia de etiquetas (inmigrante, sudaca, latinoamericano, hispanoamericano…) y de imposición de saberes, Mignolo se planteó precisamente revisar desde dónde estaban organizados los discursos coloniales, cómo se articulaban y se imponían. (Léase como un apunte rápido: lo que asienta las bases de la descolonialidad como herramienta crítica es identificar los saberes impuestos a costa de borrar otros, para luego desplazarlos, cuestionarlos y así componer diferentes activaciones de las historias políticas que nos conforman como sujetos.)
El papel del saber colonial en la historia contemporánea sigue estando vigente y es primordial, pero su revisión y rearticulación importa tanto como el levantamiento de otro tipo de cartografías del saber anestesiadas, recuperando un concepto de Suely Rolnick[[Suely Rolnik, “Geopolítica del chuleo”, en http://eipcp.net/transversal/1106/rolnik/es]].
¿Qué debería pasar cuando nos referimos al término descolonizar? Idealmente, tendríamos que experimentar una alteración: los pensamientos y las acciones tendrían que cambiarnos de lugar para vincularnos desde el reconocimiento del pasado que compartimos, y que nos sitúa en un presente complejo. Aceptar los modos en los que históricamente nos hemos relacionado los colonizados y colonizadores también implica hacerse responsable de los cuestionamientos, verse expuesto a las críticas sin propiciar nuevos oscurantismos. El paso de esta idea a la puesta en práctica me permite pensar en la problemática en la que ha estado envuelto el MACBA a propósito de la exposición La bestia y el soberano, un auténtico argumento expositivo de cómo algunos sectores no asimilan los posicionamientos descoloniales. La obra en la que la representación del rey y su impronta imperial generan un rechazo tal que promueve el cierre de la muestra es una evidencia del rechazo que erosiona las huellas de las líneas de investigación del museo a propósito de la producción de significados cercanos a la descolonialidad, que supone abrir brechas para idearios de inclusión de otros relatos asumiendo la herida, y justo lo contrario es lo que está sucediendo.
Antes de acabar, recupero un debate público que se anticipó a esta polémica y enunció algunos interrogantes. La situación tuvo lugar en el seminario Descolonizar el museo. Allí se generó una atmósfera en la que se respiró la necesidad de relacionarnos con la institución desde lugares menos jerárquicos, en los que la incorporación de los quehaceres artísticos y las temáticas a explorar no pasen constantemente por un filtro, sino, por el contrario, que tengan cabida como formas de activación radical e imaginativas no restrictivas. En definitiva, la necesidad de emancipación de las encorsetadas legitimaciones que proponen ciertas políticas culturales. Me ciño al ejemplo del MACBA para traer a colación un contrarrelato que a primera vista no pareciera estar vinculado con los estamentos coloniales, pero que, en efecto, copia una estructura que pone sin anestesia el dedo en la llaga para operar y quitar lo que le estorba: las salas del museo que dan espacio a la obra de Ines Doujak son en sí mismas uno de los escenarios de la colonialidad del saber que se cuece en nuestro presente más inmediato. Tal es la desnudez que exhibe la obra, la violencia incluso caricaturesca de la discriminación colonial, que se negó su visibilidad. Pocos podrán decir a día de hoy que la descolonialidad constituye un activismo crítico al margen de la estética y la política. Ocupa sin duda una centralidad ubicua en la que todos tendremos que ver de qué modo gestionar la parcela del espacio común y (des)colonial en el que nos movemos.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)