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Tras la retrospectiva de Ignasi Aballí que el MACBA le dedicó en 2005, y después de exponer en múltiples exposiciones y eventos artísticos, como la 52ª edición de la Bienal de Venecia, la galería Estrany de la Mota inicia el 2008 con una exposición individual sobre su trabajo actual desde una doble óptica: la consolidación de su trayectoria por un lado y sus recientes investigaciones sobre lo pictórico por el otro.
El título de la exposición de Ignasi Aballí que actualmente muestra Estrany de la Mota no podría ser más claro: clasificar. Algo que el artista lleva años haciendo de manera rigurosa y obsesiva desde el ámbito del arte. Clasificaciones y ordenaciones reiterativas de infinidad de elementos – a veces mínimos e insignificantes – que forman parte de su ritmo de trabajo e incluso de sus rutinas diarias y cotidianas, como los listados de palabras o imágenes extraídas de la prensa diaria, sus libretas de notas, la incidencia de la de luz solar en sus espacios habituales, las acumulaciones de polvo surgidas en su estudio durante la jornada laboral o incluso los restos de tejido que desprende la ropa en la lavadora. Aspectos propios del día a día de un artista voluntariamente situado a medio camino entre la pintura de oficio y un discurso conceptual que le ha llevado al análisis de otras vías de trabajo centradas en la idea y en la desmaterialización del objeto expuesto.
Un lugar repleto de contradicciones e intereses opuestos en los que Aballí se desenvuelve con comodidad. Una especie de tierra de nadie en la que explora, de manera lenta y progresiva, sus múltiples intereses en arte: la revisión y redefinición constante de lo pictórico desde el concepto, la apuesta por una experiencia definida más por ausencia que por presencia, o la incorporación del espectador como agente activo capaz de cerrar aquello que el artista deja inconcluso.
De este modo, y quizás más cercano a la labor metódica del científico que investiga y prueba una vez tras otra en busca de resultados nuevos que a la del artista que simplemente aprovecha su campo de actuación para ofrecer lecturas particulares y no-convencionales sobre su entorno, Ignasi Aballí ha desarrollado una sólida trayectoria en continua redefinición. Un trabajo de largo recorrido que, pese a asumir en primera persona la crisis permanente de la pintura hoy en día, no prescinde de rastrear otras posibilidades de creación, relación y recepción de dicha práctica. Una pintura que, en definitiva, busca dejar de serlo para, una vez perdida su identidad, volver a reivindicarse como tal. Una indagación incansable y precisa que le permite establecer continuas conexiones entre su obra y la realidad.
Sin cambios bruscos en su manera de trabajar, pero sin ceñirse a la vez a una única línea de investigación, la obra de Ignasi Aballí se reinventa desde su propia cotidianeidad para examinar de un modo directo e intuitivo aquellos aspectos antagónicos de la práctica artística – y más concretamente de la pictórica – que siempre le han interesado: el valor material o inmaterial del arte, lo visible y lo invisible, lo banal y lo trascendente, lo efímero y lo permanente, lo ausente y lo presente, o la estrecha relación entre la subjetividad del artista y la recepción colectiva de aquello que realiza. Al fin y al cabo, un trabajo metareferencial que gira en torno a la necesidad de seguir pintando a la vez que interpela al espectador desde temáticas compartidas como el paso del tiempo o la ambigua relación entre realidad y ficción que caracteriza la producción artística.
Seguramente, en este complejo diálogo entre aquello real y aquello “falseado” desde el arte, es donde reside la obsesión de Aballí por la clasificación que define su obra y la exposición de Estrany de la Mota. Un acto de apropiación directa de la realidad cotidiana que el artista rescata de la vida diaria para descontextualizarla y reordenarla como constante ejercicio de interrogación o duda. Una metodología característica – dotada como siempre de cierta carga autobiográfica, en este caso menos encubierta – que el artista despliega por el espacio de la galería desde tres propuestas claramente diferenciadas. Tres ejes que, a modo de índice, buscan la complicidad con el espectador para acabar de dar forma a aquello que vemos o, dicho de otro modo, invitan a ver mucho más de lo que aparentemente hay.
“Classificar” supone una exposición de madurez en la que Aballí parece volver de manera directa al punto de partida pictórico, algo más tangencial en sus listados de palabras, numeraciones, porcentajes o cifras, para seguir preguntándose sobre sus posibilidades desde múltiples soluciones. Un tipo de pintura de raíz conceptual en la que realmente la idea prima muy por encima de lo material; algo que permite un interesante juego de relaciones en el que, sin descuidar los elementos básicos de la pintura – color, pigmento, soporte, proceso – el artista se encamina hacia discursos más ambiciosos que el simple lienzo ya no puede ofrecer. Un sistema de ordenación meticuloso en el que el paso del tiempo y la vivencia personal devienen elementos clave para acceder a unas obras de aspecto hermético pero voluntariamente próximas. Tan próximas que en algún momento, y siempre disfrazadas de rigor conceptual, friegan el componente emotivo que desprende la experiencia adquirida, como en “Llibretes negres” o “Pintures de paret”
“Llibretes negres” (1988 – 2008) funciona como pequeña gran síntesis de su fijación clasificatoria. Una fotografía que, a modo de recopilación o volumen enciclopédico, muestra todas las libretas de notas – más por ausencia que por presencia, ya que tan solo vemos sus lomos – en las que el artista esboza ideas, apuntes y borradores desde hace veinte años.
En “Pintures de paret”, Ignasi Aballí recurre de nuevo al muro como espacio de trabajo para ofrecer unas pinturas murales de apariencia fría y neutra pero que a su vez funcionan como una especie de diario pictórico de aquellos lugares de Barcelona especialmente significativos para él. Como si de un restaurador de pinturas murales se tratara, Aballí ha “rascado” literalmente las paredes de espacios como el MACBA, el CASM, Hangar, la galería Estrany de la Mota o su propio estudio para extraer la base con la que hacer un pigmento representativo de dicho lugar. Una búsqueda por tanto de la esencia de dichos lugares y del tiempo transcurrido en ellos. Una versión sincera y sin trampas del espacio de trabajo que de nuevo, al margen de ejercicios ficticios de representación, lo clasifica y ordena de un modo vivencial.
Finalmente, en la sala grande de Estrany, Ignasi Aballí presenta “Classificats”, una serie de grandes monocromos centrados en el estudio del color y sus variaciones cromáticas. Un proyecto en el que el artista recupera la noción de listado de palabras o términos – ahora bajo estricta ordenación alfabética – para aplicarlos a la infinidad de matices que el lenguaje permite respecto a un mismo color. Piezas de impacto directo (rojo, azul, amarillo, negro, gris y blanco) que reflejan una aproximación literal en la que, como si fueran tonalidades y difuminados del color de base, genera en nuestra mente – siempre que estemos dispuestos a aportar una mirada activa y cómplice – posibles visiones de pinturas que están y no están a la vez sobre la superficie del lienzo.
En definitiva, “Classificats” expone el trabajo actual de Ignasi Aballí desde una doble óptica. Por un lado muestra una obra consolidada, segura y confiada en sus contenidos, con piezas que inciden directamente en la experiencia personal de sus años de trabajo (“Pintures de paret”). Por el otro, refleja la incansable búsqueda del artista alrededor de la pintura (“Classificats”), algo que le acompaña desde sus inicios. Una nueva reinvención de su trabajo que, lejos de recibirse como algo forzado o agotado, se erige como un nuevo sistema de investigación y clasificación para seguir interrogándose diariamente sobre aquello a lo que se dedica y su supuesta funcionalidad, tanto para él como para los demás.
Al visitar la exposición me acordé vagamente de una historia que alguien me explicó una vez. Era sobre un fotógrafo (no recuerdo el nombre) que, tras muchos años dedicados a la fotografía, decidió hacer sus fotos sin poner carrete en la cámara, sin que aquellas imágenes de la realidad existieran realmente como representación, manteniéndose así como pura idea y concepto. Algo así parece experimentar Ignasi Aballí en relación a la pintura, y sobre eso sigue trabajando cada día.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)