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Dar un paso atrás para que un lugar tenga peso en la actualidad. Los Angeles lucha con su propia imagen construida, con las industrias que han marcado del devenir de la ciudad para intentar incorporarse en el discurso crítico, artístico y cultural de la realidad norteamericana y, por lo tanto, global. Un presupuesto de unos diez millones de dólares para un proyecto que busca redefinir una marca, reapropiarse de la idea de una ciudad.
Con «Pacific Standard Time» la fundación Getty quiere hacer un hito en el modo en el que se escribe la historia del arte. A través del patrocinio de más de cincuenta exposiciones en el área de Los Ángeles, se pretende dar al público una visión generalizada de qué pasa en el arte, el diseño y la arquitectura del sur de California entre los años 1945 y 1980.
El proyecto «Pacific Standard Time» nace a finales de los noventa impulsado por la fundación Getty para configurar un archivo de la producción cultural en Los Angeles de la segunda mitad del XX. El cuerpo de información que surge de este proyecto se hace público en la segunda fase del proyecto, en la que estamos ahora, con la inauguración de varias decenas de exposiciones entre octubre de 2011 y marzo de 2012, así como con la edición de un considerable cuerpo de catálogos.
En una ciudad que crece al abrigo de las industrias petrolera y aerospacial, la producción cultural de Los Ángeles ha existido siempre a la sombra de una tercera gran industria, la del cine. Con «PST» se quiere contraatacar a Hollywood y hacer visible la otra cara de una urbe que, lejos de la imagen de prosperidad y brillo que la gran pantalla ha construido, pasa por épocas de decadencia asociados a un permanente conflicto racial en sus calles e instituciones que, por otro lado, es estetizado por el proyecto para presentarlo como el clima de tensión sin el cual el arte no habría podido emerger.
La Fundación Getty quiere redefinir el modo en el que el binomio cultura-California es leído por el resto del mundo. Para contrarrestrar el kitsch y el glitter que Hollywood se encarga de situar en nuestro imaginario colectivo, se presenta LA como la cuna del desarrollo del trabajo de artistas sesudos y consagrados como John Baldessari o Judy Chicago, así como de otros no tan conocidos por el público global, pero de definitiva importancia en la escena local, como Ricardo Valverde. Se emplaza Los Angeles dentro del grupo de antecedentes de los grandes discursos que hoy articulan el arte contemporáneo: la relación entre creación y educación, la crítica institucional, los nuevos lenguajes del video arte y el diseño, etc. Colocar a Los Ángeles en la prehistoria del arte contemporáneo es una operación más inteligente que emplazarlo en el estado actual de las cosas. Dando unos pasos atrás, dirigiéndose a una parte de la historia que, por su cercanía, aún no había sido colonizada por ningún gran relato institucional, la Fundación Getty se apodera de ella. El modo en el que esto ocurre es quizá menos rotundo que cómo estas operaciones se hacían en Viena a principios del XX, pero igual de violento. Ahora se deslocaliza la creación de los relatos, se deja libertad a cada agente para construirlos en los términos que considere, pero siguen siendo encargados por una institución que vigila la ciudad desde la cima de la colina.
Sin embargo, «Pacific Standard Time» no es sólo vincular la ciudad al discurso global del arte. Se trata también de reivindicar la zona como un área de denominación de origen para productos exclusivos que sólo podían haber surgido aquí. La especificidad geográfica y social de Los Ángeles es puesta en valor de manera constante en las exposiciones y los catálogos, una operación que roza la estetización de las distintas formas de violencia que subyace al tejido de esta ciudad en la segunda mitad del XX. ¿Es esta estetización una apuesta por neutralizar la tensión entre los grupos raciales? ¿Es el arte el lenguaje ecuménico que todos hablan en esta nueva Babel?
Por otro lado, «Pacific Standard Time» habla el lenguaje de la publicidad. El lenguaje de una ciudad que hace suya la idea de polisemia, y la muestra al mundo, con orgullo, como parte de su perturbada identidad. Si uno mira la web del proyecto se puede apreciar de qué modo su campaña de comunicación apela a la mirada de un público que, probablemente, se acerque a ella esperando ver espectáculo. (A este respecto, no hay que perderse los vídeos promocionales del proyecto, en los que conocidos rostros de Hollywood mantienen abyectos encuentros con algunos de los artistas incluidos en las muestras). Sin embargo, «PST» no hace más que jugar al juego del brillo; debajo de la capa de pintura metalizada con la que llama la atención del espectador hay un enorme cuerpo de trabajo que ha movilizado a comisarios, artistas y gestores durante más de una década. Las exposiciones son, en general, de una calidad reseñable, y no dejan de sorprender al público con los relatos que articulan. Los catálogos, subvencionados en su mayoría también por la fundación Getty, recogen textos de gran valor que amplían el debate abierto en la galería.
Entre las muestras a destacar está «Asco: Elite of the Obscure. A Retrospective 1972-1987», en el LACMA (hasta abril), un impecable trabajo sobre la interesante producción que los artistas Harry Gamboa Jr, Patsi Valdez y Gronk llevaron a cabo en conjunto durante dos décadas. El colectivo es recuperado de lo marginal y su producción se asume como sintomática de un modo de hacer propiamente de Los Angeles en los albores de la posmodernidad. Además de en esta monográfica, el trabajo de Asco es el más visible de todo el proyecto, se incluye en la mayoría de las exposiciones y sus imágenes han sido las más usadas en las campañas de publicidad. Sin duda, una revisión de las raíces estéticas y raciales de ciertos lenguajes actuales vinculados a la narración y el posicionamiento del cuerpo del artista en el contexto del conflicto urbano.
Pero sería injusto aglutinar todo el proyecto entorno a Asco. Otras muestras a no perderse son «It Happened in Pomona» y «State of Mind, New California Art circa 1970». La primera, en la galería del Claremont College en la ciudad de Pomona, es una exposición en dos partes que habla de la importancia del departamento de arte en esta universidad como articulador de un grupo de profesores y estudiantes cuyo trabajo se convertiría en clave para el arte americano de finales del XX. Figuras como Michael Ascher o Allen Rupersberg forman parte de una reflexión sobre la importancia de lo experimental en la educación formal como desencadenador de discursos innovadores.
La segunda, coproducida entre el Orange County Museum of Art y el Berkeley Museum of Art, trae al público un análisis del estado del conceptual en la costa oeste desde finales de los 60 hasta bien entrada la década siguiente. Ésta es quizá la única de las exposiciones de todo el proyecto que pone en relación el área de Los Angeles con el exterior, en este caso, la bahía de San Francisco. La obra de creadores de la talla de Ruscha se pone en diálogo con la producción contracultural de proyectos como Al’s Café o el Anna Halprin’s San Francisco Dancers Workshop.
Por más que se enumeren los eventos que lo componen, es imposible abordar Pacific Standard Time desde un punto de vista único. La complejidad del fenómeno no tiene sólo que ver con los aspectos cuantitativos de su producción (se ha manejado, en total, un presupuesto que ronda los diez millones de dólares, de los que un diez por ciento ha ido destinado a publicidad), si no que está relacionado con la repercusión que, a medio plazo, tendrá en el campo de la investigación sobre arte actual en Estados Unidos. En realidad «PST» es un mega proyecto de investigación, al que se asocia un denso cuerpo de producción editorial, ciclos de eventos multiformato, conferencias, festivales, etc.
Muchas cosas están pasando en Los Angeles dentro del marco de «PST». Demasiadas quizá. Cuando uno viaja a la ciudad con la intención de verlo de primera mano, inevitablemente se ve forzado a incorporar el tipo de mirada neurótica que parece demandar cualquier producción cultural de Los Angeles. Saciar un apetito que crece a medida que se ven las muestras, se torna imposible pues la lista de cosas por hacer es inabarcable y todas están, como no podía ser de otro modo, distribuidas por una infinitud de espacios diferentes dentro de un radio de 40km.
Es absurdo preguntarse por la impresión que «Pacific Standard Time» nos deja. ¿Qué quiere contar? Lo que cuenta no tiene que ver con el contenido de las exposiciones; lo que cuenta es un modo de ser, que es la coexistencia de lo múltiple y lo diferente dentro de un caos que, aunque no aspira a ser ordenado, sí vive todavía bajo el amparo del patrocinio del gran mecenas del modernismo americano.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)