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“Instrucciones: Cualquier persona interesada en formar parte de esta performance debe contar con un smartphone con cámara y acceso a Internet.”
El encuentro con la obra de Adrian Dan, Waterfall presente en la exposición Per/form. Cómo hacer cosas con sin palabras en el CA2M, me ha recordado la desconfianza que me provocan los proyectos artísticos 2.0. Así denomino, para entenderme conmigo misma, a aquellas prácticas artísticas que adoptan las lógicas participativas de la web 2.0. Se trata de iniciativas unipersonales que invitan a la creación descentralizada de imágenes fotográficas o en movimiento. La gestión de esos contenidos, creados voluntariamente por multitud de personas, se desarrolla, sin embargo, de forma totalmente centralizada, al igual que las cuestiones relativas a la autoría y propiedad. El artista es quien decide cómo se publican esas imágenes y si considera que alguna de ellas, por cualquier motivo, no corresponde al objetivo de su proyecto es el único con capacidad para hacerla desaparecer. Todo este proceso y las contradicciones que presenta quedan generalmente invisibilizados por el carácter neutral que muchas veces se atribuye a las plataformas digitales.
Las condiciones en que de manera individual nos relacionamos a través de Internet es una inquietud personal-profesional que me persigue desde hace algún tiempo. Dentro del panorama global de las tecnologías digitales de la información y la comunicación, gran parte de la población occidentalizada nos encontramos inmersos en las lógicas participativas estructuradas por el paradigma 2.0 y los sistemas de interacción establecidos por las redes sociales. Las características de estas plataformas se entienden muy a menudo bajo la premisa del proceso de democratización de los medios de producción y comunicación de información; sin embargo, es fundamental considerar el contexto mercantil y la realidad capitalista en la que se insertan, no necesariamente para dejar de utilizar esas plataformas por completo, pero sí para hacerlo de forma consciente y posicionada.
Cuando estas dinámicas se introducen sin cuestionamiento alguno en el ámbito de la creación cultural, los planteamientos de marketing establecidos por Tim O’Reilly para definir la web 2.0 quedan aun más difuminados y configuran metodologías artísticas que responden a loables objetivos con procesos más bien instrumentalizadores. Lo que me hace desconfiar más de este tipo de prácticas son las consignas con las que se autodefinen: lemas universalistas, tales como el subtítulo “The people’s art project” de Inside Out del artista urbano JR o la definición del proyecto Life in a Day de los cineastas Ridley y Tony Scott como “a historic cinematic experiment to create a documentary film about a single day on earth”. Lemas que aseguran cumplir unos objetivos demasiado ambiciosos y cuestionables en relación a la gestión de la representación e interpretación de las aportaciones; lemas que exaltan un tipo de creación comunitaria a la que, bien analizadas, estas prácticas no responden. El resultado metodológico de todo ello es una pseudo-colectividad que reproduce al detalle los procesos de comunicación homologados por los servicios corporativos de las empresas de tecnología informática.
Es cierto, que la postura del joven artista Adrian Dan no es exactamente la misma de estas conocidas figuras del panorama cultural internacional, sin embargo, visibiliza igualmente la fuerte estructura jerárquica que se puede desarrollar a partir de presupuestos participativos y los peligros que entraña en relación a la instrumentalización del trabajo voluntario. Internet no es un espacio neutral, el arte no es un espacio neutral y la participación en ambos necesita de responsabilidad social y transparencia metodológica.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)