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En economía existe un concepto llamado «efecto spillover”. Se refiere a los efectos no previstos que una determinada acción o decisión puede tener, más allá de las consecuencias sí esperadas de la misma. Estas consecuencias no esperadas pueden ser negativas o positivas. Es fácil de entender si ponemos un ejemplo: pensemos en la programación musical de la ciudad de Barcelona cuando ésta aloja Primavera Sound o el Sónar. Los bares y clubs de la ciudad tienen una programación especialmente brillante durante esos días. Sea por causa o per efecto. También resulta sencillo ver que si lo que acontece es una bienal, y la ciudad es Berlín, el spillover (o traducido literalmente: lo que se derrama) debe ser digno de atención.
La semana pasada A*DESK publicó tres reviews sobre la octava Bienal de la que, durante tiempo, fuera considerada una de las ciudades a las que era necesario acudir (o estar) para tomarle el pulso a la contemporaneidad. Algunos lamentamos la progresiva (y quizás inevitable) pérdida de especificidad y unicidad de la capital alemana. Pero melancolías a un lado, puede que la “llanura” de esta Bienal pueda resarcirse si nos desviamos hacia un posible plan B. Hay cosas que hay que ver si se viaja esta primavera a Berlín.
En primer lugar, Petrit Halilaj presenta su segunda exposición individual en la Galería Chert (hasta el 14 de junio). Of course blue affects my way of shitting es, además del sugerente título, un fragmento de uno de los poemas que el artista viene escribiendo desde 2007. En sala, textos personales y académicos, ilustraciones de pájaros sacados de libros -y a los que se les ha añadido máscaras-, una luz central moviéndose a latigazos (que recuerda al volar desordenado de un insecto), un espacio que se vive. El artista kosovar, que en la inauguración ya hizo una performance cuasi statement, ofrece un mundo personal y detallado, en el que se experimenta de forma íntima una historia de recuerdos, emociones y hechos históricos y políticos, desde una perspectiva que conjuga detallismo y humor, y evoca una narrativa que transita sutilmente de lo más denso a lo más etéreo.
Por otro lado, la mítica Kunstraum Kreuzberg/Bethanien alberga hasta el 22 de junio el “Kongress der Artikulation”, encuentro con varias actividades que incluye una amplia exposición (con obras de Luis Camnitzer, Pilvi Takkala, Till Wittwer, por citar solo algunos de los 21 artistas participantes) alrededor de la voz y la oralidad como herramienta y vehículo. El “Congreso de la articulación” se desarrolla como un ambicioso ejercicio reflexivo que se acompaña de un programa paralelo con conversaciones, debates y textos, voice-overs, monólogos y entrevistas sobre el acto (y la comunicación) artística.
En el ámbito galerístico más “clásico”, y en la estela de otro gran evento ocurrido esta primavera (los diez años del Gallery Weekend), la visita a algunas de ellas podría bien merecer la desviación de cualquier ruta marcada. A destacar, Liam Gillick en Esther Schipper o de Georges Adéagbo en Wien Lukatsch. En la primera, Gillick apunta verdades en forma de texto sobre las paredes del espacio. En la segunda, el artista de Benín dispone en su característico display “sus” (también reconocibles) verdades en forma de objetos encontrados, siempre en el lugar y momento de sus muestras, en esta ocasión: Berlín, Bienal, etc. Esta muestra, que tiene apariencia de “mercadillo” –en la línea de lo que apuntaba Lorena Muñoz hace unas semanas aquí-, no responde por el contrario a ninguna tendencia, sino más bien a una forma de hacer que viene de largo, y que remite a unos objetivos que giran entorno al cuestionamiento; como si con sus objetos encontrados y dispuestos de forma muy calculada, Adéagbo sujetara un espejo en el que pudiéramos ver el reflejo de lo que él ve en nosotros.
En un rango muy distinto, desde todos los puntos de vista, merece la pena reservar plaza y visitar la Sammlung Boros. Un búnker muy especial (porque es un edificio visible), que fue búnker, almacén, prisión, discoteca y ahora “galería”, transformación esta última, dicho sea de paso, merecedora de varios premios de arquitectura. El espacio alberga exposiciones con las piezas de la colección privada de los Boros, que se montan sin comisariado y de acuerdo con la voluntad de cada artista (entre ellos, Wei Wei, Wolfgang Tillmans, Olafur Eliasson, Klara Lidén o Rirkrit Tiravanija, por mencionar algunos), al que se le atribuye un espacio determinado. La muestra cambia cada cuatro años, permitiendo un consumo lento y extremadamente disonante con los tiempos que corren, así que esta alternativa no tiene por qué incluirse en las prisas de un plan B, podría bien estar en un M o N, pero debería constar en cualquier plan. Como un paseo por el canal o un currywurst.
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