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Poeta y mariscadora

Magazine

11 noviembre 2019
Tema del Mes: InternacionalizaciónEditor/a Residente: Glòria Guso

Poeta y mariscadora

Hay que reconocer que a los artistas les exigimos más coherencia en sus pensamientos, palabras, obras y omisiones que a los demás. Además de deber ser capaces de proyectar y resumir en quinientos caracteres qué van a investigar y qué van producir durante los próximos seis meses de su vida -con suficiente vehemencia para ser considerados relevantes y merecedores de dinero/confianza, pero con cierto desapego, puesto que nada menos seguro que poder llevar a cabo dicho proyecto y claro, la vida sigue-, los artistas deben saber construir y relatar (por este orden) su biografía de modo que nada enturbie un ser y estar en el mundo que justifique y legitime su arte. Dicho de otro modo: además de exigirles de ser capaces de hilvanar un “porqué” de su arte, los artistas (sobretodo al principio de sus carreras y salvo contadas y evidentemente merecidas excepciones) deben de tener más o menos claro -o por lo menos ser capaces de justificar y dar un sentido- al por qué han estudiado una carrera y no otra, se han ido a vivir al extranjero o se han quedado en suelo patrio, o han optado por vender zapatos en una tienda en lugar de dar clases en un instituto de la periferia. Todo esto no tiene porqué ser malo, al contrario, y ojalá se exigiera la misma coherencia interna y externa a otros gestores de lo público. Lo personal es político y en el ámbito de lo simbólico todo es susceptible de producir sentido y, en este caso, todo lo que un artista hace o no hace, dice o calla es relevante en el momento de recibir y valorar su obra.

Pero es que todo relato autobiográfico es una ficción. Y no hay que olvidar que nuestra existencia y nuestras relaciones se basan cada vez mas en el modelo de Narciso (el de la perversión y el ego, sí), en detrimento del modelo familiar y afectivo de Edipo y, por lo tanto, dentro de esta perversión, contamos y enseñamos de nosotros solamente y precisamente aquello que queremos que se sepa. Y que de todo acto y de toda decisión vital consciente se derivan consecuencias imprevistas e involuntarias. O lo que es lo mismo: no todas las decisiones que tomamos ni todos los proyectos que emprendemos tienen que ser productivistas ni tener un mismo sentido, ni ir hacia una misma dirección.  “La contradicción es la luz del poeta” decía con razón Federico.

Un artista -todo el mundo, de hecho, pero quizás un artista aún más- debería poder decir abiertamente -es decir, relatar en su biografía, con lo que eso implica- que se ha ido a vivir a Soria por amor. O a Pekín. Que ha vuelto a vivir a casa de los padres porque no puede pagar el alquiler en la ciudad mientras termina un proyecto, o al revés -mucho mas difícil eso- que no gana dinero con su trabajo artístico pero que eso no importa porque su familia tiene muchos pisos en el centro y no tiene necesidad de pagar un alquiler. O que trabaja de camarero o limpiando hoteles porque le parece tan importante hacer arte como poder comprar libros o irse de cañas con los colegas sin tener que dejar de hacer la compra aquella semana. O incluso, que después de Bellas Artes ha decidido estudiar Biblioteconomía en lugar de un máster en Londres, para poder tener un sueldo estable y un trabajo de lunes a viernes con aire acondicionado que le permita seguir haciendo arte los fines de semana, o de vez en cuando, cuando le venga en gana. Porque ser artista no es una profesión (cf. el reciente articulo de Antonio Ortega justamente en A*DESK, que suscribo completamente esperando con muchas ganas su libro) y en todo caso, usando una expresión maravillosa de Godard, hay demasiados profesionales de la profesión dictando a artistas profesionales de otras cosas o a artistas profesionales de nada incluso, cómo hay que ser y estar en el mundo del arte. Y no existe una sola forma para tal cosa.

Escribo todas estas obviedades (y transito semejante jardín) a sabiendas que lo son porque me parece que hablamos mucho de afectos y de cuidados, pero lo hacemos a menudo con gente que no nos termina de caer bien, sin conocerla de nada y sin ninguna intención de conocerla. Y que además lo hacemos siempre desde el confort que ofrece la distancia de la pantalla y conformándonos con dar un “like” de vez en cuando; callando como hienas ante el bochorno ajeno pensando invertir así en benevolencia para un futuro eventual bochorno propio. Y sobretodo, lo hacemos a sabiendas que no es oro todo lo que reluce y que, si yo estoy jodido, el otro seguro que lo esta también, o lo estará pronto. Tristes y feos narcisos.

De la misma forma que no siempre debería de poderse desarrollar un “porqué” (reivindicando, así, el hacer por que sí, qué cosa tan evidente, ¿verdad? pero qué difícil de llevar a cabo), deberíamos permitirnos también no sólo las contradicciones y los errares, sino también los amantes prohibidos, las fobias y las filias, los experimentos extraños, las psicopatologías, las miserias y los secretos inconfesables. Y denunciar (o al menos desconfiar) de los funcionarios de la cultura. Porque hacer visibles y asumir las injusticias, los cinismos y las precariedades que nos rodean no nos hace cómplices de ellas, más bien todo lo contrario. Lo que nos hace cómplices y reos de la perversión que existe irremediablemente en todas las cosas humanas es negar la mayor y mirar para otro lado.

Es evidente que seriamos todos mas felices con buenas leyes de mecenazgo y políticas reales que den al arte el estatuto de servicio publico que debería tener: pisos-taller a precios reducidos, más subvenciones, más residencias de creación remuneradas dignamente, y un largo etcétera. Pero mientras este mundo over the rainbow llega, quizás se trataría más bien la cosa de ir viviendo -o mejor dicho, sobreviviendo- sin pisar a nadie, cuidando y tratando (de verdad) a los que nos rodean y pensando qué mundo (y qué temperaturas) dejamos a los que están por venir. Sin heroicidades. Nuestras representaciones, relatos, e interpretaciones de lo vivido encontraran tarde o temprano la forma de aparecer y encontrarse con los otros, si es que así debe de ser.

PS 1: Poco después de que Gloria me pidiera este texto, me topé con este artículo sobre la publicación de los poemas de Teresa Ramiro en el que me pareció (a pesar del tono amarillista) resuenan las charlas que he mantenido con Gloria recientemente sobre su trabajo y sobre el mío, en esas tardes parisinas de melón y cerveza, hablando de conciliación, legitimidad, deseos, frustraciones, amores y odios.

Ahí lo dejo, puesto que me ha servido de arranque a la escritura (y de título). A valoir ce qui est de droit, como dicen aquí.

PS 2: Escribo esto en agosto, durante las vacaciones, porque para cuando Gloria cierre el numero de A*DESK que está preparando y para el que me ha pedido el texto, yo estaré trabajando en el vestuario de una película y no estoy seguro de tener suficiente tiempo de sentarme a escribir con la cabeza en condiciones. Me parecía importante señalarlo, puesto que de conciliación se trata. Seguramente, cuando salga el texto publicado, me arrepentiré de ciertas cosas aquí escritas, pero chica… de eso iba el juego.

(Imagen destacada: Teresa Ramiro, mariscadora, poeta y autora de ‘Fundido a negro’ (Caldeirón). / foto: XABIER MACEIRAS)

 

Oriol Nogues (Reus, 1984) es artista, poeta, videoasta y bailarín amateur y, además, es escenógrafo y diseñador de vestuario para películas y aventuras de otros. Vive en Paris desde 2007.

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