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Uno de mis primeros mentores, el poeta Allen Ginsberg, conceptualizó su imaginación como una especie de aparato psíquico cuya plasticidad neuronal le llevó a escribir
“La mente es moldeable, el arte es moldeable.
Máxima información, mínimo número de sílabas.
Sintaxis condensada, el sonido es sólido.
Fragmentos intensos de lenguaje hablado, mejor.”
Ginsberg escribió estas palabras hace casi 40 años en Boulder, Colorado, mi ciudad natal.
En otro texto, uno que Ginsberg imaginó “compuesto en la lengua”, articuló las cualidades maquínicas de su proceso creativo: «Dado que la disposición física de las palabras había catalizado en mi cuerpo una experiencia fisiológica de éxtasis… hace tiempo que pienso en la poesía como una especie de máquina que tiene un efecto específico cuando se introduce en el cuerpo humano, una disposición de imágenes y asociaciones mentales que vibran en la red de bancos mentales: y una disposición de sonidos y movimientos físicos de la boca que alteran las funciones habituales de la red neuronal».
Ginsberg, el preeminente poeta beat —mucho antes de la IA tal y como la conocemos— percibe su producción como “una especie de máquina” que está literalmente “plantada dentro del cuerpo humano” como una infiltración estratégica que altera «las funciones habituales de la red neuronal».
Al leer esas palabras, no puedo evitar preguntarme de dónde le habrán surgido esos pensamientos. Ginsberg solía referirse al estilo como “mente espontánea”. Algo con lo que yo, como artista de remezclas intuitivo y generativo, puedo identificarme. Sin embargo, ¿en qué se diferencia la máquina implantada dentro del cuerpo de Ginsberg, por ejemplo, del autómata psíquico que opera dentro del mío? ¿Y qué se puede decir del reciente incremento de nuevos modelos de IA que también muestran la capacidad de generar “sobre la marcha” disposiciones de imágenes, textos, sonidos e incluso códigos informáticos que alteran nuestra propia plasticidad neuronal?
Después de trabajar con diversas tecnologías digitales durante cuatro décadas, puedo decir que los modelos de IA son en mi opinión y antes que nada, una herramienta creativa. Pienso en estos modelos de IA como lo que Jean Baudrillard denominó «estética protésica», dispositivos digitales que aumentan mi imaginación.Y son muy diferentes de las herramientas de arte digital que han sobrevivido durante mucho tiempo, como Photoshop y Premier Pro o el software de VJ con el que solía experimentar en mis actuaciones en vivo. La principal diferencia es que los procedimientos algorítmicos avanzados y el “saber hacer” funcional que la IA aporta al proceso creativo, es mucho más inter e intra activo. Mis extensas y reveladoras investigaciones sobre creatividad en IA , como artista y filósofo, dejan claro que la humanidad se encuentra al borde de una gran convulsión en las artes creativas y retóricas.
Adobe y todos los demás desarrolladores de software propietario que los artistas usan para realizar su obra, están diseñando estrategias para integrar la inteligencia artificial en sus sistemas. Y a medida que estos sistemas integrados de IA se conviertan en coconspiradores, es decir, más colaborativos en los campos en expansión de creación y distribución de arte digital, más codependientes de ellos serán los artistas. Me imagino entrando en el estudio sincronizándome (o emparejándome) con mis modelos de IA como si se tratara de mis asistentes, creando lo que la teórica Rosi Braidotti —leyendo críticamente al filósofo Félix Guattari— denomina «autopoiesis maquínica». Una síntesis creativa convergente que «establece un vínculo cualitativo entre la materia orgánica y los artefactos tecnológicos o maquínicos» y que «da lugar a una redefinición radical de las máquinas como inteligentes y generativas».
Como sugiere Braidotti, las máquinas también «tienen sus propias [temporalidades]» y cuantas más codependencias temporales creemos entre objetos tecnológicos humanos/no humanos, más se abre nuestra renderización inconsciente del proceso creativo mismo como «un sitio en devenir pos antropocéntrico» y más se abre «el umbral hacia muchos mundos posibles».
Pero ¿qué presagian estos posibles mundos y cuáles son los riesgos ontológicos?
Auguro que el problema será que los sistemas de inteligencia artificial se vuelvan demasiado predecibles, eficientes y conformistas, y cierren las puertas a nuestro propio potencial imaginativo. Es decir, que nos entrenemos a nosotros mismos y/o seamos entrenados por nuestros «otros» IA para pensar, crear y comportarnos de una manera preprogramada. ¿Será que los artistas con inclinaciones digitales pronto empiecen a funcionar menos como artistas y más como técnicos vigilados por máquinas de amorosa gracia?
Ahora bien, el término «artista de IA» puede llevar a confusión porque podría significar por un lado «artista cuyo medio es la IA» y por otro, que «la IA es un artista». En cuyo caso el programador humanoide y/o el ingeniero prompt quedaría relegado a convertirse en una herramienta creativa para ayudar al modelo a desarrollar todo su potencial.
Y vemos que esto es lo que está pasando con un programa de inteligencia artificial tan popular como chatGPT.
En efecto, la versión beta de chatGPT puede responder muchas cuestiones fácticas con precisión, pero no todas, o al menos no todavía. La rapidez con la que este programa de chat de IA ha sido adoptado por los ciudadanos de todo el mundo es impresionante. La genial estrategia de OpenAI consistió en poner chatGPT a disposición de los usuarios de forma gratuita y alentar la retroalimentación de los clientes según un sistema prompt-by-prompt (pregunta/respuesta), de modo que los algoritmos del programa y los datos de aprendizaje críticos pudieran entrenarse rápidamente para ampliar su coeficiente intelectual artificial y ser aún más potentes en su capacidad de tallar virtualmente muescas neuronales en el inconsciente colectivo.
Sin ir más lejos, el documento de Microsoft Word que estoy utilizando para componer este ensayo artístico pronto tendrá GPT integrado en su funcionalidad y, una vez «me conozca», anticipará mis palabras antes de que yo tenga tiempo de intuirlas. Pero, y si el proceso se convierte en algo extremadamente cómodo y comienzo a aceptar no sólo sus autocorrecciones, sino también su proceso de pensamiento autocompletador, ¿será qué solo me quedará desempeñar el papel de editor y firmarlo?
Pero, ¿no es eso lo que hago ya? Me he entrenado para autocompletar mi proceso de pensamiento a través de un riguroso procedimiento de preparación que se ha convertido en mi forma de praxis personalizada. En Twitter, mi descripción dice «autómata psíquico entrenado en un modelo lingüístico de otro mundo». Es decir, que yo también me estoy entrenando con las entradas que se incorporan en mi continuo estado de presencia onto-operativa. La mente es moldeable y la red neuronal funciona en ambas direcciones.
Por el momento, sin embargo, el artista todavía tiene una ventaja sobre los colaboradores de IA. Un programa como chatGPT fracasa estrepitosamente a la hora de intuir el impulso creativo que un inconsciente maquínico necesita para inventar nuevas FORMAS. Carecer de una intuición bien afinada que haya sido modelada con éxito para generar las proyecciones neuronales del propio potencial creativo inconsciente, es la sentencia de muerte de cualquier aspirante a artista humano. Por ahora, experimentar una «sensación» intuitiva creada espontáneamente para el lenguaje que uno está creando en tiempo real, sigue estando dentro del dominio operativo del artista del lenguaje que, con el tiempo, ha desarrollado sus propias tendencias estilísticas y técnicas de remezcla automatizadas. Entonces, ¿cómo me he entrenado para realizar estos trucos de «mente espontánea» mientras establecía automáticamente los parámetros de hacia dónde quiero que vaya mi imaginación?
Pues como ya dijo Ginsberg, este momento de activación creativa inconsciente que todo artista experimenta al realizar su obra, puede concebirse como «un collage de datos simultáneos de la situación sensorial real». Pero, ¿cuál es la base neuronal correspondiente a esa activación?, y si no hay ninguna que conozcamos, ¿de dónde proviene realmente ese comportamiento automatizado? Para un artista, esta cuestión de saber de dónde viene —y también de dónde viene su obra— requiere una investigación experimental sobre lo que significa ser creativo y cómo se aprende a entrenar para modelar esa presencia onto operativa que accione misteriosamente una sensibilidad estética de otro mundo.
Es por eso que predigo que el artista que se entrene para encontrar intuitivamente las palabras adecuadas para incitar a los modelos de lenguaje e imagen a producir formas más impredecibles, incluso sorprendentemente bellas y nuevas de arte conceptual, visual y de lenguaje, pronto ocupará un lugar central en la escena artística.
Simon Colton, investigador de IA, señala muy acertadamente que «[m]ientras que las experiencias vitales no humanas de los sistemas de software pueden parecer de otro mundo, la automatización forma parte del día a día de los humanos, y nuestra creciente interacción con el software significa que debemos estar constantemente abiertos a nuevas ideas para entender lo que hace».
Sin embargo, ¿puede influir la forma en que entrenamos a la IA para que haga lo que hace como si encarnara la versión algorítmica de lo que Duchamp denominó «intuición pura»?
Aparentemente, el artista actúa como “un ser mediúmnico” que, desde un laberinto más allá del tiempo y el espacio busca su salida hacia la claridad. Si al artista le damos los atributos de un médium, debemos negarle el estado de conciencia en el plano estético sobre lo que está haciendo o por qué lo está haciendo. Todas sus decisiones en la ejecución artística de la obra residen entonces en la intuición pura.
Pero, ¿en qué momento el artista del lenguaje se convierte en modelo de lenguaje y viceversa? ¿Y qué nuevas habilidades tendrá que desarrollar el artista a medida que estos coevolucionen en un entorno de trabajo creativo en el que uno debe mantener una relación lúdica y dinámica con las rápidas maniobras técnicas del “otro» maquínico?
Una relación más sólida, intuitiva e interdependiente con los modelos de IA requerirá lo que podríamos denominar una habilidad cosmotécnica. Dicha habilidad cosmotécnica nos conectaría, en primer lugar, con la antigua cosmología griega. Yuk Hui, escribe: ”kosmos significa orden; cosmología, el estudio del orden. La naturaleza ya no es independiente del ser humano, más bien representa su otro. Y la cosmología no es un conocimiento puramente teórico; de hecho, las cosmologías antiguas son necesariamente cosmotécnicas”.
Seguidamente, Hui procede a dar una definición preliminar de cosmotecnia como “la unificación del orden cósmico y moral mediante actividades técnicas”. Remezclando el proceso de pensamiento de Hui para adaptarlo a la práctica artística contemporánea, podríamos decir que, en lugar de limitar nuestras predilecciones ontológicas hacia una cosmología general que estructura el mundo según una constelación sistemática de orden concebida en el universo, debemos aspirar a ir más allá del conocimiento teórico para poder aplicar nuestras habilidades cosmotécnicas al procesamiento creativo de la realidad —cuyos resultados pueden revelar la naturaleza estética del espacio conceptual mientras se deviene máquina—.
Muestreando conceptos extraídos de la construcción de Braidotti sobre lo poshumano, esta habilidad cosmotécnica resitúa la actividad artística como «una relación lúdica y placentera con la tecnología que no se basa en el funcionalismo».
Convertirse en poshumano es participar en el tipo de praxis encarnada en la que: «como híbrido, o cuerpo-máquina, el cíborg, o la especie acompañante, es una entidad creadora de conexiones; una figura de interrelación, receptividad y comunicación global que difumina deliberadamente las distinciones categóricas (humano/máquina; naturaleza/cultura; masculino/femenino; edípico/no edípico)».
Siempre hemos sido poshumanos, así que quizás ahora sea hora de que empecemos a actuar como tales.
(Imagen de portada: Mark Amerika, Watermark 3, 2023. Obra generada por humano-IA. Estas obras se incluyen en la expo «Mark Amerika. Remixing Reality, 1993-2023» en la Galería Marlborough Barcelona del 30 de marzo al 13 de mayo de 2023).
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