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La Pushkin House: amiga de los enemigos, enemiga de los amigos

Magazine

11 marzo 2024
Tema del Mes: ¿Estado igual a cultura?Editor/a Residente: Denis Maksimov

La Pushkin House: amiga de los enemigos, enemiga de los amigos

Denis Maksimov en conversación con Elena Sudakova, directora de la Pushkin House (Londres)

Una institución cultural independiente centrada en un área de estudio en concreto debe escrutar y criticar el poder. Cuando se trata de la historia, presente y futura de una región específica y su cultura, sobre la que un Estado ostenta soberanía, asociarla con la institución es casi inevitable. Los prejuicios y estereotipos asociados al Estado se transfieren a la institución, sin tener en cuenta su no afiliación formal. Según el pensamiento popular, cultura y Estado son sinónimos, y el Estado actúa como principal defensor de esta. Las tensiones se agravan cuando el Estado en cuestión ordena una invasión ilegal a gran escala del país vecino.

Este era el contexto en el que Pushkin House, un centro artístico y cultural de Londres centrado en los legados del imperialismo ruso y soviético, se encontraba en febrero de 2022, cuando Rusia lanzó una invasión a gran escala a Ucrania. El reglamento de la institución artística y cultural se tiró por la borda: la única misión era no caer en el abismo y quedar atrapados entre la Escila y Caribdis de la «doble cancelación», percibida de una forma binaria simplificada como amigo de los enemigos y enemigo de los amigos. Cuando se ataca a la institución independiente por «compartir» la cultura con el Estado y ser, a su vez, el punto central de escrutinio de su «monopolio» sobre la cultura, es esencial recordar la pregunta fundamental: cui bono?*

*¿quién se beneficia? (latín): usada por Cicerón en la segunda Filípica y por Casio antes que él.

Denis: ¿Qué es la Pushkin House?

Elena: La Pushkin House es una construcción fascinante y multicapas. Siempre ha sido independiente y nunca ha estado afiliada con el gobierno soviético o ruso. Fue fundada como una residencia para estudiantes internacionales por Maria Kullman y su marido Gustave Kullman, alto comisionado adjunto para los refugiados en la Sociedad de Naciones y más tarde en las Naciones Unidas (fue uno de los creadores del pasaporte Nansen). Se dio a conocer como el «Pushkin Club», un grupo social de entusiastas de la cultura rusa, la mayoría de origen británico, dirigidos por Maria, que se reunía por las tardes para hablar de literatura rusa y escuchar conferencias de teología, música y arte. El nombre deriva del lema «Pushkin es nuestro todo», heredado inconscientemente del culto a Pushkin iniciado por Stalin en 1937, que penetró el telón de acero. Maria logró toda una hazaña; bailarines legendarios como Serge Lifar y Tamara Karsávina, el filósofo Isaiah Berlin, y los artistas Serguéi Makovski y Mstislav Dobuzhinski eran visitantes habituales, y en cuanto surgió la oportunidad, Maria abrió la Pushkin House al intercambio cultural con poetas y escritores soviéticos como Vera Ínber, Agnia Bartó, Kornéi Chukovski y Aleksándr Tvardovski. El burócrata soviético Alekséi Surkov y el barón Meyendorff, quienes sirvieron en la Duma zarista, se reunían en el Pushkin Club: era, en efecto, el único lugar del mundo, en plena Guerra Fría, donde podía celebrarse una reunión pública de representantes de orígenes y destinos tan diferentes. Maria fue muy criticada por la Iglesia ortodoxa rusa en el extranjero por su mentalidad abierta. Aun así, se mantuvo firme y defendió que establecer un diálogo directo es mucho más válido que leer propaganda (soviética u occidental).

Tras la muerte de Maria en 1965, la Pushkin House funcionó como una organización paraguas con una serie de proyectos llevados a cabo de manera espontánea. Esto dio lugar a una programación fragmentada, con la consiguiente fragmentación del público y una percepción distorsionada de la organización. Mi predecesora Clem Cecil se esforzó en consolidarla y, como nos muestra la historia de la Pushkin House, es muy importante, casi crucial, crear continuidad y estabilidad. Para ello se requiere analizar la identidad de la institución, especialmente sus puntos ciegos, y comprender su posición con otras instituciones sociales, así como las interacciones y relaciones con las partes interesadas.

También se debe ser capaz de ahondar en la memoria institucional de la organización, ya que a menudo se mitifica. Eliminar la memoria institucional capa por capa no solo lleva tiempo, sino también mucha energía y determinación. Ya que te enfrentas a una resistencia que no es necesariamente directa o justificada en el contexto actual, pero que está arraigada en los cimientos de la organización. Creo que Charles Escher dijo una vez que solo cuando todo el mundo empieza a decirte que estás destruyendo la institución, es cuando de verdad estás logrando algo.

Denis: ¿Cómo se financia la Pushkin House?

Elena: La Pushkin House es una organización independiente, y sus fuentes principales de ingresos proceden de la recaudación de fondos, el alquiler de recintos, la venta de entradas y una pequeña dotación (aunque no es realmente una dotación en términos de recaudación de fondos) que resultó de la venta de nuestro antiguo edificio en Ladbroke Grove. Las organizaciones culturales del Reino Unido están sufriendo serios recortes de presupuesto, y nuestra situación es aún más precaria, ya que además de del impacto económico del Brexit y la pandemia, nos enfrentamos a la guerra, las repercusiones de las sanciones y otras consecuencias. Por lo tanto, en primer lugar el trabajo tiene que ser significativo para nuestros visitantes, que poco a poco se están convirtiendo en nuestros colaboradores y partidarios.

Denis: ¿Qué cambios has previsto y cómo ha cambiado esa visión con los crecientes desafíos externos?

Elena: Hemos iniciado muchos procesos en los dos últimos años (a nivel de gestión, personal, operaciones, programación, público y el propio edificio) y esperamos que todos estos procesos continúen cuando nos vayamos. Se trata de un trabajo constante que nunca terminará, ya que los tiempos y el contexto cambian. Podemos debatir en detalle en qué punto de esta trayectoria nos encontramos actualmente. Todas las partes interesadas contribuyen a la lenta pero gradual transformación de la organización en una institución a través de la programación, la participación de los visitantes, el compromiso con las distintas comunidades, la identidad visual, nuestro bar y librería, y las estrategias de recaudación de fondos. Nuestro programa discursivo es una continuación lógica de este cambio.

Para las organizaciones culturales, siempre existe el dilema de comprometerse o no. Por ejemplo, la Pushkin House decidió no involucrarse en la anexión de Crimea en 2014, y el personal recibió instrucciones de no hacer comentarios sobre este asunto «político». Después de febrero de 2022, sentimos que no teníamos esa opción. Con las organizaciones culturales rusas aisladas de la polémica, muchas organizaciones con sede en Rusia con las que habíamos trabajado anteriormente, se vieron obligadas a cerrar, a cambiar su formato o alterar la naturaleza de su trabajo. Por eso, con muchos trabajadores culturales dispersos por todo el mundo, no tuvimos más remedio que continuar. Pero, por descontado, no podíamos seguir como siempre, y tuvimos que replantearnos por completo nuestro programa y nuestras operaciones.

Denis: Debió ser una sensación totalmente desorientadora.

Elena: Desde que empezó la guerra rusa en Ucrania, la Pushkin House se ha mantenido activa y , a pesar de los desafíos aparentes, directamente comprometida. En medio de los llamamientos políticos a la cancelación de actividades culturales, amenazas de bomba, mensajes de odio y alienación en los círculos profesionales internacionales, tuvimos que lidiar con el monstruoso hecho de que Rusia invadiera Ucrania, hecho que nos afecta a todos personalmente. No hay libros de texto sobre cómo trabajar en un contexto en el que un país cuya cultura «representa» la institución bombardea a otro país.

Gracias a los estrechos vínculos personales y profesionales con los ucranianos, a los altos niveles de sensibilidad, a estar abiertos al diálogo y a la comunicación directa, a no escondernos de las preguntas difíciles y a ir mucho más allá de lo que exigían nuestras responsabilidades profesionales, no solo hemos sobrevivido como organización, sino que hemos resurgido aún más robustos, más centrados y con una comprensión mucho más matizada de lo que constituye una institución cultural contemporánea a la que se le impone la carga adicional de operar fuera del entorno cultural que se supone que promueve, y que se convierte, por defecto, en culpable de los crímenes del gobierno ruso. Era algo sin precedentes, así que tuvimos que aprender sobre la marcha.

En los últimos tres años nos hemos centrado en el revisión crítica de la historia rusa, apoyando a los afectados por agresiones militares rusas, el Imperio ruso o la Unión Soviética, y ofreciéndoles una plataforma para que respondan con sus historias y experiencias mientras seguimos deconstruyendo la cultura rusa. Pero el cambio auténtico y la descolonización propia tienen un alto coste. La frustración, los malentendidos y los desacuerdos acompañan el proceso, ya que tienes que desaprender muchas cosas arraigadas en nosotros mismo. Conlleva un sentimiento de malestar muy fuerte, pero solo a partir de él puede producirse una transformación nueva y significativa.

Denis: Desde el estallido de la guerra hay muchos llamamientos a la «cancelación» de las figuras de la cultura rusa, incluido Pushkin. ¿Habéis abordado este tema como institución?

Elena: Somos plenamente conscientes del malestar, el trauma e incluso el odio que lo ruso genera entre los ucranianos, y no solo entre ellos. Putin no es el primero que instrumentaliza la cultura; precisamente antes que él, Stalin hizo lo mismo. Y en los 200 años transcurridos desde la muerte de Pushkin, dependiendo del régimen, se le ha proclamado monárquico, anarquista o revolucionario… ¡de todo! Sin embargo, sentimos que mientras la guerra continúe tenemos que atenernos a este nombre y a la responsabilidad de vivir con esta identidad que hemos heredado y que estamos reexaminando. De lo contrario, todo se convierte un ejercicio superficial de cambio de imagen corporativa.

Denis: En un contexto de incertidumbre constante, la pregunta sobre el futuro es muy abrumadora. Pero aun así, ¿qué ves en el horizonte?

Elena: Poco a poco vamos desarrollando una nueva ética de funcionamiento a medida que la nueva realidad impone nuevas reglas. Ahora nos planteamos constantemente la incertidumbre y estamos mentalmente preparados para que, a pesar de todos nuestros mejores esfuerzos, contratos firmados y acuerdos en vigor, el proyecto puede que no se lleve a cabo. Siempre ha habido un elemento de precariedad en torno al arte y la cultura, pero nunca como ahora: los artistas están traumatizados, el público polarizado, las relaciones frágiles y la financiación volátil. Hay que mantener un cierto grado de dedicación y un mayor compromiso para operar en este clima.

En todo caso, estoy muy orgullosa de cómo hemos conseguido atraer a personas de orígenes culturales muy diversos, que a lo largo de tres años han desarrollado un sentimiento de pertenencia a la Pushkin House, que la consideran su hogar y que comparten sus experiencias sobre los temas de migración, desplazamiento, conflicto y trauma. De lo que nos hemos dado cuenta desde el inicio de la guerra es de que nuestro público no nos percibe como un espacio de exposiciones o una sala de música de cámara, sino como un espacio para estar juntos, un espacio para reunirse e intercambiar ideas y, como dijo uno de nuestros colaboradores, un «espacio para la autoexpresión y la lucha». Espero que sigamos en esa trayectoria.

(Foto de portada: Elena Sudakova, directora de la Pushkin House © Ivan Dikunov)

Denis Maksimov es historiador del arte y crítico cultural. Es Comisario Foyle de Exposiciones y Programación Pública en Pushkin House y profesor en el Institute of Contemporary Art. Dirige el Lecture Performance Archive, un proyecto de investigación interdisciplinar, y es cofundador del Avenir Institute, un grupo de reflexión artística.

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