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Siempre he tenido un problema con la dirección, acabo escogiendo el camino pero me equivoco de sentido. No lo hago a propósito, ni es bueno ni malo, simplemente ocurre. «No tocar, por favor«, proyecto comisariado por Jorge Luis Marzo y presentado en Artium, no ha sido una excepción. Había leído el ‘statement’, las notas de prensa, visto el vídeo… Pero, cuando después de la primera sala, entré en la siguiente, me planté en el medio, miré a mi alrededor y decidí que la mejor manera de ver la muestra era seguir por la gran instalación de ocho vídeos de Mireia c. Saladrigues. Tres obras después, caí en la cuenta de que había elegido continuar por el final, o al menos por el final del recorrido propuesto. ¿Acto de rebelión? No, no conscientemente, pero este pequeño y aislado episodio involuntario refuerza la necesidad de plantear un tema como el que se expone en Artium.
La muestra –que en ningún caso desea cuestionar o juzgar el trabajo realizado por el personal de sala del Museo Artium– toma como punto de partida el minucioso registro de incidencias reunido desde la apertura del Centro-Museo, en 2002, para poner en cuestión el papel de la institución-museo como parte indefectible del entramado que los poderes políticos y económicos utilizan para disciplinarnos. Intervienen en esta encrucijada los artistas Félix Pérez-Hita, Mireia c. Saladrigues, Joan Fontcuberta, Guillermo Trujillano, Andrés Hispano, y el propio Jorge Luis Marzo; más el grupo de trabajo de la Facultad de BBAA de la EHU/UPV formado por Oier Gil, Sandra Amutxastegi, Pau Figueres y Arturo «Fito» Rodríguez. Se trata de un gran trabajo conjunto actualizado y ampliado en el blog del proyecto y en el que cada pieza es singular. No obstante, se pueden apreciar cuatro grandes ejes generales: las obras que muestran las incidencias habidas; las que toman el punto de partida de la autoridad museística; las que nos hablan de la insubordinación del visitante; y las que tratan el tema de la relación entre arte y espectador con un punto de ironía y humor. Los trabajos de estos artistas van más allá de la simple relación de los sucesos anecdóticos que la han generado –en este caso el registro de comportamientos no apropiados de los visitantes–, son producto de una idea que viene de lejos dentro de los planteamientos teóricos de Marzo: el concepto de la cultura como generador de ciudadanía, herencia de la sociedad burguesa del XIX, que tendría su reflejo más palpable en las salas de exposiciones.
«No tocar, por favor», lejos de aportarnos soluciones, nos llena de preguntas: ¿Ser ciudadano equivale a estar disciplinado, o solo lo es un determinado tipo de ciudadano? ¿Existen, entonces, diferentes clases de ciudadanías? ¿Cómo es posible que una sociedad visiblemente compleja acepte el férreo reglamento de una institución a la que no pertenece sin poner ninguna objeción al respecto? ¿Por qué no ocurre con otras como, por ejemplo, el ejército? ¿En qué medida el público se cree con derecho a despreciar y minusvalorar el arte? ¿Son las propias normas de las infraestructuras culturales las que dan ese derecho, no al visitante, sino al ya ciudadano moldeado por estas? ¿Hay posibilidades de revuelta, de emancipación?
La emancipación, en el sentido más extenso del término, se refiere a toda aquella acción que nos permite liberarnos de cualquier clase de subordinación o dependencia pero también era, en Derecho romano, el acto de liberación de un esclavo por voluntad de su dueño. Sabemos que el museo no nos liberará, por lo que no nos queda otra que la insubordinación surgida de nuestra propia ciudadanía, que, como ya hemos visto, ha sido creada por él. Por esto resulta tan interesante Radicalment emancipat (s), trabajo en proceso de Mireia c. Saladrigues –una instalación que recoge los testimonios de personas que roban, o han robado, fragmentos de obras de arte y que ven ello una profunda y respetuosa relación con ellas–, porque muestra primero lo que ya suponemos: que para romper las reglas, hace falta un acto de pasión; y segundo, que únicamente a través del mecanismo de la propia regla podemos traspasarla. Necesitamos del mismo arte para rebelarnos contra la institución. La función de este ha cambiado. Lo dijo el propio Marzo en Que es foti el públic (Que se joda el público), y que me he permitido parafrasear en el título de este artículo: «L’art ja no està per escalfar-nos del fred. Està per relatar-lo: per què collons fa fred?» («El arte ya no está para calentarnos del frío. Está para relatarlo: ¿por qué cojones hace frío?»).
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)