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A pesar de que la Bienal de Venecia fue el mayor evento de arte del verano pasado, otra gran sorpresa estaba justo a la vuelta de la esquina: la exposición monográfica de Rudolf Stingel, una exposición que por primera vez se ha apoderado de todo el Palazzo Grassi, imponente espacio de exposición de François Pinault en la ciudad flotante.
Al llegar uno se enfrentaba a uno de los medios habituales de Stingel: una alfombra oriental de tonos rojo, blanco y negro cubría la planta baja del palacio. El escenario es una reminiscencia de la propuesta de Stingel en la Neue Nationalgalerie de Berlín en 2010, donde de manera similar cubrió la planta baja del templo de vidrio de Mies van der Rohe con una alfombra de colores negro, gris y blanco. Al adentrarse más en el espacio, uno se daba cuenta de que esta vez la propuesta de Stingel era más compleja. Aquí los visitantes no sólo pisaban la alfombra, más bien se veían envueltos por ella. El tapiz cubría el piso, las escaleras y las paredes de las tres plantas del palazzo. La monumentalidad de esta tarea elevaba la pregunta en torno a los detalles complejos y multifacéticos de tal empresa.
Al recorrer la exposición, uno no podía evitar cuestionar el tapiz como medio artístico. Las referencias históricas vienen a la mente con tapices de la Edad Media utilizados como decoración para las paredes, al tiempo que representaban, o mejor dicho, documentaban, acontecimientos históricos como batallas y temas a menudo religiosos. En un avance rápido hasta el siglo XX, nos encontramos con tapices de Alighiero Boetti y de sus mapas del mundo.
El tapiz ha existido desde hace su tiempo, pero no es hasta hace poco que ha llegado al primer plano como un importante, aunque descuidado o pasado por alto, medio artístico. En la Bienal de este año se pudieron observar los tapices casi psicodélicos de Papa Ibra Tall y en la dOCUMENTA del año pasado se mostró una cantidad sustancial de dichas obras. Desde tapices de Hannah Ryggen de los años 1930 y 1940 -que actuaron como una fuerte crítica contra los regímenes fascistas europeos, a uno de los mapas del mundo de Boetti, pasando por tapices encargados de Goshka Macuga, comentando los recientes desastres en Afganistán; los tapices demuestran una complejidad peculiar. Apuntan representaciones pictóricas mientras hacen alusión a un tipo de arte basado en el proceso, donde el proceso de tejido se considera tanto artesanía como arte; actúan como elementos puramente decorativos y también pueden ejercer la crítica sociopolítica.
Stingel añade a las dimensiones citadas una más: su alfombra/tapiz es tanto horizontal -en la tradición de la Fuβteppich (alfombra de pies)-, como vertical, -Wandteppich (alfombra de pared)- y, por lo tanto, adquiere una cualidad casi escultórica. Se interesa por las dimensiones arquitectónicas mediante las cuales el tapiz contribuye en el espacio y el continuo creado para la experiencia del visitante. El tapiz se transforma en un elemento interactivo de la exposición, ya que genera un contexto, así como un fondo: en la primera planta, pinturas abstractas y monocromáticas de Stingel, y en el segundo piso, pinturas fotorrealistas y grisallas se observan contra el tapiz. Además, el artista hace referencia a las teorías freudianas del psicoanálisis, y por lo tanto también se puede interpretar su visita a la exposición como una penetración en el laberinto del propio subconsciente.
De la homogeneidad visual y espacial de este laberinto físico emanaba una sensación serena, donde el tiempo se condenaba al ostracismo y reforzaba la impresión de estar perdido en el propio subconsciente. Al mismo tiempo, la obra hacía referencia a la historia de Venecia y a la antigua importancia de la ciudad como epicentro de intercambio cultural y comercial entre Oriente y Occidente. Es difícil negar la función de las múltiples capas de este trabajo, su carácter «atemporal», con las connotaciones históricas y su importancia en las prácticas artísticas y curatoriales contemporáneas.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)