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La inmersión de Martin Kippenberger (Dortmund, 1953) en la escena alternativa y el ambiente hedonista subversivo del Berlín oeste de finales de los setenta y principios de los ochenta fue plena. Su gran mérito consistió en convertir una vida extravagante en una performance permanente, obra de arte perdurable de vigencia atemporal. Conocido tanto por su trabajo como por sus juergas, Kippenberger fue más fiel a sus bares estrella y a las noches interminables que a su propio estilo artístico multifacético, en constante mutación
El Hamburger Bahnhof expone 300 de sus trabajos con motivo del que hubiera sido su 60º cumpleaños, desplegando el universo plástico que Kippenberger creó en sus dos únicas décadas de magnificencia. Desde el punto de vista formal, la exposición no se configura a partir de periodos de su biografía, sino que se articula en torno a temas. Un viaje libre por el microcosmos de un artista extravagante e ingenioso, en cierto sentido nihilista y anárquico. Algunos perciben crítica social en su arte, otros ninguna.
Kippenberger continúa dividiendo a la opinión pública 16 años después de su muerte: Desde el periódico alemán “Tagespiegel” se critica que esta exposición llega tarde a Berlín y sin una verdadera preparación exhaustiva previa. Se le reprocha la falta de profundidad, análisis, conexiones, catálogo, la ausencia de obras culminantes, quizá debido al hecho de que la mayor parte de sus obras pertenece a coleccionistas privados; “de un museo se esperaba mucho más”, proclaman. “Die Zeit” por su parte, lo corona como el rey de la cultura ‘trash’ que siempre quiso ser y pone en entredicho que fuera un artista excepcional, puesto que sin duda no fue el primero en socavar el cliché del artista-genio.
En la exhibición ‘no retrospectiva’ se encuentran entre otros “Paris Bar” (lienzo de gran formato en el que aparece el cuadro original que cuelga de la pared del fondo del emblemático bar, que también pintó él –el cuadro dentro del cuadro-); las ranas crucificadas (autorretrato-escultura de técnica mixta que causó la indignación del papa, misiva mediante), sin obviar los guiños a Beuys. En los carteles expuestos, con frecuencia se reconocen autorreferencias, en cuyo diseño Kippenberger usaba símbolos o iconografía personal.
Además de material biográfico, se exhiben ejemplares de la revista “sehr gut – very good”, de la que fue artífice y que da nombre a la exposición. La publicación, que llegó a superar el centenar de ejemplares, surgió a partir de los once célebres “sehr gute Bilder”, realizados en lienzo blanco con caligrafía infantil del mismo color extraída de las valoraciones que un niño de 9 años hizo sobre su obra. Otra de las paredes está ocupada por la serie “Uno di voi, un tedesco in Firenze”, pintada durante su estancia en Florencia a partir de fotografías y postales, presentada en Berlín en su primera ‘solo exhibition’ en 1977. En un rincón topamos con la escultura tamaño natural “Martin, ab in die Ecke und schäm Dich” (Martin, a la esquina, debería darte vergüenza) (1989) creada en respuesta a un artículo publicado en una revista alemana de arte donde se le acusaba de ser un borracho cínico de política reprobable.
A “Heavy Mädels” pertenecen los dibujos sobre papel corporativo o un sinfín de facturas de restaurante, signos de una vida itinerante. Son las 52 hojas del Hotel Chelsea de Colonia, a cuyo Café Central Kippenberger acudía con regularidad, pues no estaba lejos de su estudio. Por el quinto aniversario del café, en 1989, pintó en los espejos del local retratos de Louise de Funés, actor francés encasillado en papeles de loser perpetuo. Algunos de estos espejos también forman parte de la muestra.
Su obra es un reflejo de su vida: integra cultura underground, pop, punk o realismo socialista a partir de aspectos puramente banales cargados de sincera –a veces patética- ironía. Dandy, chico malo, showman, carácter burlón, transgresor, comunicador verbal hasta sus últimas consecuencias. Martin Kippenberger no era más que un exhibicionista, cuya carrera estuvo marcada por el exceso, la excentricidad y la experimentación. Admitió sin tapujos su ‘condición’ de alcohólico, burlándose a la vez de sí mismo y de tal ¿condición?
Artista prolífico e irreverente, cínico amante de la controversia y la confrontación, a Martin Kippenberger se le engloba en la corriente del neoexpresionismo alemán como parte de los Neue Wilde (nuevos salvajes), junto a Georg Herold, los hermanos Oehlen o Günter Förg. A los chicos malos del neoexpresionismo alemán les unió la rebeldía, la provocación, la libertad creadora, cualidades que poco o nada nuevo aportaron al devenir del arte. Sin embargo, Kippenberger se esforzó en pulir al personaje, desmontando el mito del artista. Más que un común antihéroe, Kippenberger fue todo un superantihéroe, aspecto en el que sin duda, sí innovó.
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