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Miércoles 9 de octubre, 10:00 en el Congreso de los diputados, Madrid. Tres mujeres se aferran a los asientos y las barandillas de la tribuna. «Procedan con cuidado», ordena/aconseja Jesús Posada, presidente del Congreso, a los servicios de seguridad de la Cámara. «El aborto es sagrado», gritan las mujeres, la proclama que llevan escrita en sus torsos desnudos. Presente está el ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, artífice de la reforma de la ley del aborto.
¿Tienen que desnudarse las mujeres para que la reivindicación de sus derechos y la denuncia de la discriminación tenga repercusión?
Podría ser una segunda lectura de la pregunta que en su día planteaban las Guerrilla Girls. En 1989 el colectivo feminista colocó un cartel frente al Metropolitan Museum de Nueva York, que decía: ¿Tienen las mujeres que estar desnudas para entrar en el Met Museum? Menos del 5% de los artistas en las secciones de Arte Moderno son mujeres, pero un 85% de los desnudos son femeninos». Y se valían de una reproducción modificada de La gran odalisca de Ingres, para criticar el estereotipo de la mujer como objeto de deseo.
Pero las Guerilla Girls no son Femen. Nunca han hecho referencia al movimiento de mujeres más polémico del momento. Sí se han alineado con otro también mediático: Pussy Riot. “Son nuestro tipo de chicas”, declaró el colectivo a The New York Times: “Una de las cuestiones más inspiradoras sobre las Pussy Riot es que siempre dejan claro que sus acciones son políticas y feministas”.
También lo hicieron las Guerrilla Girls. En la intersección del arte y el activismo, se convirtieron en una especie de conciencia. Optaron por métodos que nada tenían que ver con deshacerse de la ropa para evidenciar los prejuicios del arte institucionalizado, primero, y para criticar la discriminación racial después, así como poner el dedo en la llaga respecto al aborto, la violación, la pobreza o la Guerra del Golfo. Al contrario: ocultaban sus rostros con máscaras de simios inspiradas en King Kong; símbolo de dominio masculino. Y en sus intervenciones públicas utilizaban como pseudónimo los nombres de artistas fallecidas como Frida Kahlo, Eva Hesse o Lee Krasner, reivindicando así los logros de aquellas. «Se nos ocurrió una nueva idea de cómo construir el arte político, no solo señalar algo y decir que está mal, sino retorcer el tema y suscitar el diálogo».
Carteles publicitarios, anuncios para autobuses, desplegables para revistas, acciones de protesta, miles de cartas de denuncia, premios ficticios para revelar los mecanismos subyacentes del mercado del arte, colaboraciones con otros grupos de artistas como el Act Up, conferencias en museos y escuelas de todo el mundo… Gran parte de tanta producción se puede ver hasta el 6 de enero en la Alhóndiga de Bilbao. Guerrilla Girls. 1985-2013 se titula la muestra. También incluye la proyección del documental Guerrillas in our Midst (1992), de Amy Harrison, donde se repasa la formación y los primeros años, así como su impacto en la ciudad de Nueva York.
Pero hoy sigue habiendo razones para quejarse. Según la Asociación de Mujeres en las Artes Visuales, los museos españoles sólo tienen a un 7% de mujeres en sus colecciones, y esa misma era proporción de obras de mujeres artistas en la edición de 2010 de Arco. Según el INE Instituto Nacional de Estadística los hombres cobran de media un 22% más que las mujeres—un 16% más, si se toman los datos europeos—. Parece que desde que las Guerrilla Girls plantearan aquella pregunta en 1989 no se ha entendido nada.
«La exposición es un reconocimiento a la andadura feminista precedente, pero sobre todo invita a la reflexión sobre la agenda feminista pendiente», comenta el comisario Xabier Arakistain. E ilustra lo dicho señalando el póster de 1988: Until feminism has achieved its goals, there is no post-feminism.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)