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En el Lower East Side de Nueva York, no muy lejos del ajetreo y el bullicio, hay una tienda especializada en cromos antiguos. Al entrar y hurgar entre sobres encerados y metalizados de los Gremlins, Power Rangers y los Chicago Bulls —todos acompañados aún por sus intactos chicles de hace décadas—, apilado en una esquina encuentro otro montón de cromos que desentona con el tono jovial de la tienda. Con una brillante cubierta azul que destaca unas siniestras ilustraciones de un soldado armado hasta los dientes y un avión de combate, el nombre Coalition for Peace (Coalición por la Paz) parece sacado de Purple Heart (Corazón púrpura)[1]Purple Heart (Corazón púrpura) es una condecoración militar de Estados Unidos que se otorga a los soldados que han sido heridos o asesinados en combate mientras servían en las Fuerzas Armadas..
Cuando comenzaron a circular en 1991, estos cromos eran los coleccionables semi-oficiales de la operación Tormenta del Desierto que intentaban hacer que la Primera Guerra del Golfo pareciera «guay». Niños y adolescentes del autoproclamado mejor país del mundo intercambiaban cromos que mostraban el poder del misil Tomahawk al obliterar edificios iraquíes y kuwaitíes. Además, había mazos completos de armas, pistolas, tanques y buques de guerra. Dejando a un lado las máquinas de guerra, algunas de las caras de los cromos se convirtieron también en objetos de colección. Algunos afortunados encontraron cartas de Saddam Hussein con mirada traviesa, mientras que otros se hicieron con las del comandante en jefe, nada menos que el mismísimo George H. W. Bush. Pero fueron los cromos de soldados camuflados y decididos, listos para la acción y denominados “la columna vertebral de toda la operación”, los que arrojaron una interesante clave lingüística sobre estos coleccionables: en la imaginación estadounidense, la Guerra del Golfo sigue considerándose como la invasión más madura y sensata de la historia reciente del país. Lo inédito fue el uso de terminología médica por parte del gobierno y los medios para describirla: “ataques quirúrgicos”, “bombas de precisión”, “ataques aéreos precisos y devastadores[2]Este vocabulario se ha extraído de The Future of Air Power in the Aftermath of the Gulf War, 1992.”. A diferencia de los errores de guerras anteriores, esta guerra adoptó un lenguaje de sanación para ocultar las heridas infligidas, que mataron a miles y desplazaron a muchos más. Para reforzar la narrativa de la superioridad tecnológica, se distribuyeron otras imágenes de la guerra. Esta vez no eran desde la perspectiva humana de un fotógrafo de guerra sobre el terreno, sino imágenes captadas desde el cielo mediante en una cámara montada sobre una bomba. Descendiendo sobre sus víctimas, la Smart Bomb Vision (visión de bomba inteligente) se instaló en los misiles para mejorar su puntería. O al menos eso decía la versión oficial. En realidad, el general Norman Schwarzkopf, que comandó la invasión, reunió a la prensa para mostrarles las grabaciones de estos dispositivos. El general Charles Horner, presente en la presentación, admitió que la gente “casi se mareaba al verlas[3]Smart Bomb Vision por Roger Stahl © 2019 Rutgers University Press, New Brunswick.”.
AGM-65E Scene Magnification Maverick montado sobre un RNZAF A-4K Skyhawk © 1993 – 2010 Carlo Kopp; M645/1000S
Volviendo a los cromos de Tormenta del Desierto —que por cierto incluían al general Schwarzkopf—, queda claro que hacer que una guerra parezca cinematográfica significaba esterilizarla de miembros desgarrados y hogares destruidos. Esos cromos eran una ofuscación de la violencia que ocultaba sus consecuencias reales. Se convirtieron en advertencia por parte del filósofo Jean Baudrillard: “la imagen consume la realidad en el sentido de que la absorbe y la transforma, ofreciéndola al consumo como un producto más”. Bonos de guerra de este tipo se han establecido como una vía extraña para compensar el coste de la guerra sobre el consumidor individual. Aunque parezcan kitsch y estúpidos, los cromos de Coalition for Peace no fueron los únicos. Cromos, muñecos de acción, especiales televisivos y demás mercancía patriótica convirtieron el apoyo económico y emocional a las fuerzas armadas en una elección personal basada en la nostalgia y la rareza. Ficcionando la realidad, las industrias del entretenimiento y los videojuegos que comercializan zonas de guerra reales excitan a los consumidores a apoyar y gamificar actos brutales. A diferencia de una imposición colectiva o gubernamental, consumir significa concederse a uno mismo la ilusión de estar “haciendo lo propio” durante la guerra.
Todas las culturas militarizadas suelen calificar de emocionante o edificante todo lo horripilante que sucede en los campos de batalla. El tiempo de guerra se convierte en pasatiempo. Siempre que las tropas pisan territorios extranjeros, las industrias culturales son indistinguibles de sus contrapartes bélicas. Los patriotas pueden contar con la cultura popular para fomentar la idea de que participar en la guerra es quizás el camino más eficaz hacia el crecimiento personal. Pueden contar con programas matinales que organizan emotivos reencuentros entre padres uniformados y sus hijos destinados en la guerra; con realityshows televisivos que rinden homenaje a comandantes de guerra piadosos que, pese a no poder permitirse una casa, lo dieron todo por su patria. Los patriotas también pueden contar con cursos online ofrecidos por criminales de guerra y líderes de comandos para recordar a los espectadores que ondean la bandera americana cómo construir entornos de trabajo «listos para la batalla»: las soft skills se llevan realizan con armas duras.
Pero los cromos no fue lo único que se intercambió. Más de una década después, Estados Unidos sufrió ataques materiales en su propio territorio durante 11-S (en español ,9/11 en inglés). Pero, como sugirió Retort Collective, esos ataques eran también agresiones simbólicas y visuales a la imagen de dominio global estadounidense. Retort argumentó que la Guerra contra el Terror (War on Terror) y sus invasiones de Afganistán e Iraq fueron, en parte, una persecución genocida para generar imágenes espectaculares que pudieran sanar esa herida.
Este tipo de venganza enmarca también el dispositivo de la actual guerra regional en Oriente Medio y la matanza que Israel está llevando a cabo sobre el pueblo palestino. Al igual que el 11-S, el 7 de octubre podría entenderse como una herida de imagen similar. A nivel local, cientos de inocentes murieron ese día. Pero a nivel global, se perforó la imagen de Israel como un estado-nación indestructible. El dolor de esa herida se utilizó para justificar el posterior genocidio en Gaza. Sin embargo, a diferencia de conflictos armados del pasado, las imágenes actuales de la guerra no están tan bien comisariadas. Sin medios para producir representaciones cinematográficas de la guerra, la documentación real de la mayor fosa común activa de Oriente Medio revela su verdadera esencia. Los soldados israelíes suben a redes sociales sus stand-up en barrios palestinos arrasados y evacuados. Cantan, cuentan chistes, duermen en cunas abandonadas y bailan en escuelas destruidas.
Un niño israelí con chaleco militar lanza una granada ficticia durante una exhibición tradicional de armas para conmemorar el 66º aniversario de la “independencia” de Israel, en el asentamiento israelí de Efrat, en la Cisjordania ocupada. 6 de mayo de 2014. Gali Tibbongali/AFP
La fuerza bruta se convierte en un componente fijo de la expresión creativa, así como de la mayoría de los hábitos de consumo: la cultura popular y el mercado en condiciones militarizadas son inseparables de la guerra que los sostiene. Pero la proliferación del aparato militar en todos los rincones de una sociedad determinada implica que, sin guerra, gran parte de su cultura dejarían de existir. Tomemos como ejemplo las bodas israelíes que se celebran en bases militares. O los bautizos donde los padres llevan uniformes color caqui del Estado. Cómo, en una farsa de repetición histórica que se hace eco del general Schwarzkopf, los servicios nacionales de streaming israelís transmiten su propia versión de las Smart Bomb Vision sobre los hogares gazatíes. Como aulas, anuncios y espacios públicos en Tel Aviv y Jerusalén se ven saturados con banderas azules y blancas y con mantras combativos. Para que algunos se sientan más vivos, otros deben morir. A un nivel psicológico, el servicio armado dentro una cultura militarizada se convierte en un embudo para todas las experiencias, emociones y expresiones humanas. Ser soldado significa mucho más que formar parte de una trituradora de carne burocrática. Dado que la guerra es parte integrante de la creación de sentido, se convierte también en un barómetro moral. Pero, para que quede claro, la militarización no implica un reclutamiento completo ni unos sólidos conocimientos de combate. Si así fuera, Suiza sería amenaza temible. Lo que sí implica la militarización es la asfixia de todas las demás emociones, hábitos sociales y referencias culturales, que son absorbidas por el aparato militar.
Anuncio israelí de una sala de maternidad. El texto dice: “Ganador del Premio Presidencial a la Excelencia del año 2038”
Como el ejército establece los parámetros que definen los valores internos y la moral social en sociedades militarizadas, también invade las fantasías, aspiraciones y sueños tanto de sus seguidores como de sus víctimas. Penetrando nuestros procesos de toma de decisiones, los campeones de guerra se infiltran también en el razonamiento emocional. Desarrollan habilidades y moldean realidades. El tiempo mismo se mide como el lapso entre guerras, por ejemplo, para muchos europeos los años 1940 no existen fuera de la Segunda Guerra Mundial, o para los estadounidenses los 1960 son un tramo de tiempo ligado a Vietnam. Israel, sin embargo, existe en su mayor parte dentro de la matriz de la guerra perpetua. La guerra construye un mundo interior robusto y seguro a cambio de participar en la destrucción del mundo físico.
La necesidad compulsiva de proteger al Estado-nación en términos territoriales, visuales y lingüísticos se ha vuelto más atroz con el paso del tiempo. A quienes se oponen con razón a la masacre de niños se les pregunta si apoyan el derecho de Israel a existir. Sin embargo, conviene recordar cuán perversa es esa pregunta. Incluso de acuerdo con las filosofías más conservadoras, no son los individuos quienes deben garantizar la existencia de los Estados; es función de los Estados garantizar la existencia de las personas que viven en ellos y no a expensas de las que no lo hacen. El hecho de que ahora se exija a la gente que protejan instituciones, y no a la inversa, demuestra que estas instituciones son tan frágiles como los castillos de naipes. Humanizar una nación conducirá para siempre a una completa alienación de las vidas humanas.
↑1 | Purple Heart (Corazón púrpura) es una condecoración militar de Estados Unidos que se otorga a los soldados que han sido heridos o asesinados en combate mientras servían en las Fuerzas Armadas. |
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↑2 | Este vocabulario se ha extraído de The Future of Air Power in the Aftermath of the Gulf War, 1992. |
↑3 | Smart Bomb Vision por Roger Stahl © 2019 Rutgers University Press, New Brunswick. |
Adam Broomberg (1970, Johannesburgo) es artista, activista y educador. Actualmente vive y trabaja en Berlín. Es profesor de fotografía en el Istituto Superiore per le Industrie Artistiche (ISIA) de Urbino y supervisor de prácticas del Máster en Fotografía y Sociedad de la Real Academia de Arte (KABK) de La Haya. Su obra más reciente «Anchor in the Landscape», un estudio fotográfico de gran formato sobre los olivos de la Palestina ocupada, ha sido publicada por MACK books y expuesta en la 60ª Bienal de Venecia.
Ido Nahari es escritor e investigador, actualmente cursa un doctorado en Sociología. Anteriormente fue redactor del periódico Arts of the Working Class. Sus escritos han aparecido en numerosos periódicos y revistas. Ha dado conferencias en varios museos e instituciones académicas de Estados Unidos y Europa.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)