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Conocí a Tris Vonna-Michell en 2006. Fue en uno de esos viajes que se hacen durante los masters de comisariado. Íbamos a Berlín, pero tuvimos la suerte de pasar por la Städelschule de Frankfurt durante la Rundgang, el momento del año en que todos los alumnos exponen su trabajo en los estudios de la escuela. Para un grupo de más o menos unas 15 chicas recién instaladas en la durísima Londres, en un curso en el que se fomentaba la competitividad y la profesionalización, la famosa escuela de bellas artes de Frankfurt nos pareció un oasis. Los alumnos iban en bicicleta, cocinaban y comían juntos, y sobretodo existía una relación muy especial y directa con los profesores, todos artistas de renombre entre ellos Simon Starling, Douglas Gordon, Tobias Rehberger o Judith Hopf.
Tris Vonna Michell -creo recordar- estaba en la clase de los conceptualísimos que llevaba Simon Starling, artista a quien admiro. Se nos presentó en el comedor. Recuerdo que era un chico que hablaba inglés con un fuerte acento del norte y muy rápido. Yo no entendía la mitad de lo que decía pero me resultaba intuitivamente interesante. Disparaba una idea detrás de otra, como en sus propias performances, y el ritmo de su voz tenía algo de cautivador y, gracias a mi inglés básico, abstracto. Recuerdo que mencionó como una de sus referencias a W.G. Sebald. Yo justo acababa de leer Austerlitz y eso me sirvió de pista para entender la relación que podía existir en su obra entre el texto y la imagen, no como ilustración directa de lo que se dice sino como apunte transversal al relato. Era fantástico que algún artista consiguiera no mencionar ni a Debord ni a Rancière en toda la conversación.
Aquella noche Vonna-Michell realizó una performance en la que, de manera hipnótica, iba explicando un complejísimo relato, que saltaba de personaje en personaje, de París a Berlín en una complicada historia de detectives durante la Guerra Fría, para luego encontrarse con Chopin y con otros personajes al ritmo específico de un proyector de diapositivas. Me pareció algo más cercano a un evento literario, con una voz cautivadora, que a las exposiciones que había visto hasta entonces. Es curioso como ahora se ha convertido en algo bastante común, repetido hasta la saciedad en sagas de jóvenes artistas storytellers. Hablamos sobre los inconvenientes o ventajas de mostrar sus performances en un lugar de habla no inglesa, de si era imprescindible entender todo el relato o no, y cómo podría hacerse una traducción simultánea y si tendría sentido.
La siguiente vez que vi su trabajo fue al cabo de un año en una gran individual que realizó en Witte de With, en Róterdam. Emocionada, escribí un texto para el suplemento Cultura/s de La Vanguardia en agosto de 2007. Mencionaba su relación con la Ursonate de Kurt Schwitters, sobretodo porque seguía sin entenderle, y me recordaba a ese conjunto de poemas de sonidos sin sentido, caracterizados por un uso del lenguaje rápido y abstracto. Y también comentaba lo gracioso que me resultaba que un joven blanco y delgado vistiera con una gorra de béisbol y un jersey talla XXL, antes de que el hipster existiera de forma masiva.
En diciembre de 2013 su trabajo se expone por primera vez en Barcelona, dentro del ciclo de exposiciones The Story Behind en Nogueras Blanchard. Sus historias no están tanto “detrás” como “entre” una amalgama de referencias e imágenes sincopadas. La obra A Watermark: Capitol Complex (2013) consta de una proyección de diapositivas que muestra un collage de imágenes de la ciudad de Chandigarh, construida por Le Corbusier en la India, y otras imágenes más abstractas. Las diapositivas está sincronizadas con un audio de la voz del artista. Pero no voy a volver a hablar del trabajo de Tris Vonna-Michell de nuevo.
Además poco queda ya por decir cuando hasta Hans Ulrich Obrist y Massimiliano Gioni han escrito sobre él, sobre la velocidad del lenguaje, sobre la relación entre realidad y ficción, sobre la repetición y sobre la memoria en revistas de todo el mundo. Quizá lo más interesante, en boca de Elena Filipovic, sea su relación con la tradición oral del cuentacuentos. Actualmente no podemos contar con su hipnótica presencia, pero sí con su voz, así que será mejor que pasen y lo escuchen.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)