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“No te pierdas los trabajos de Tino Sehgal, Pierre Huyghe y Janet Cardiff. Me han dicho que se han superado a sí mismos.” Esta fue la advertencia de la artista Alicia Framis a Enrique Vila-Matas justo antes de que éste emprendiese su viaje a Kassel para participar en Documenta 13, cuya experiencia, con gran sentido del humor y no exenta de ironías, el escritor ficcionó después en su última novela Kassel no invita a la lógica, publicada a principios de este año.
FOREST (for a thousand years…) es la instalación sonora que presentaron los canadienses Janet Cardiff y George Bures Miller en el parque Karlsaue de la ciudad alemana. Se trataba, en palabras de Vila-Matas, de una jarana bélica que reconstruía los bombardeos que sufrió el parque y que arruinaron la ciudad durante la Segunda Guerra Mundial. Una ficción o trampantojo auditivo que rememoraba un capítulo histórico en un tiempo y espacio específicos. Junto con esta pieza, los artistas presentaron también Bahnhof Video Walk, un paseo acústico-videográfico en el interior de una estación de tren, en alusión a los vagones de deportados que fueron enviados a campos de concentración, y que recuerda a los video walks por lo que los artistas se dieron a conocer en los años ochenta y noventa. Tras recorrer Documenta y vivir las obras de Cardiff y Bures Miller y de otros tantos artistas, el escritor –o su yo ficcionado– llegaba a la certeza de que “El arte era, en efecto, algo que me estaba sucediendo, ocurriendo en aquel mismo momento. Y el mundo de nuevo parecía inédito, movido por un impulso invisible.”
Este mismo impulso invisible que sospecha Vila-Matas es el que volvemos encontrar en la instalación “El hacedor de marionetas”, que Janet Cardiff y George Bures Miller han creado para el Palacio de Cristal, en el Parque del Retiro. La pieza consiste en una roulotte con matrícula canadiense estacionada en medio del edificio decimonónico de cristal y metal, sobre la que se han colocado dos grandes altavoces giratorios, rematados con el toque surrealista de un paraguas, que emiten sonidos envolventes y que contribuyen aún más al ambiente de irrealidad: desde murmullos femeninos y ruidos que parecen provenir de la naturaleza, como el cantar de los pájaros o el de la lluvia al caer, hasta el teclear de un piano y el estruendo de un avión al pasar. El espectador es invitado a sentarse en roídas butacas como si estuviese en un teatro y alentado a participar del espectáculo y convertirse en voyeur. Lo primero que observamos es un teatrillo con un pianista y una cantante de ópera. Ya nos avisa que es el arte del ver y escuchar el que domina toda la instalación.
Desde la parte trasera de la caravana preside la escena una mujer inconsciente – parece una reproducción de Janet Cardiff, tan veraz e inquietante como las réplicas humanas del artista Ron Mueck – y vestida con un camisón blanco. Más inquietante aún me pareció el debate que surgió entre los asistentes que se encontraban a mi alrededor, en el que algunos aseguraban que la yaciente era real, incluso una señora a mi lado ratificó que respiraba. Lo cierto es que como si de una bella durmiente se tratase (no sabemos en realidad si está muerta o dormida), se contrapone a todo lo que le rodea. A su alrededor, en un impulso creativo, marionetas y títeres de todo tipo se acumulan en el interior de la caravana, con movimientos desenfrenados que contrastan con la idea de quietud y muerte. Junto a sus pies, un rockero autómata toca la guitarra. En el lado opuesto, un muñeco sentado en un mesa escribe de forma compulsiva, mientras a su lado, las teclas de un piano son pulsadas por una mano invisible. Se trata del “Hacedor de marionetas”, empecinado en su tarea de insuflar vida a objetos inertes, como si fuese el doctor Frankenstein o la misma Mary Shelley dando rienda suelta a sus fantasmas.
Todo se acumula en interior de la roulotte y nada parece ser gratuito: gran cantidad de libros, entre ellos, un ejemplar de Native American Testimony, del antropólogo Peter Novolok; dibujos de anatomía y todo tipo de artefactos con cables visibles; ilustraciones de Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift y hasta un barco de madera que naufraga sobre un vestido de encaje blanco; antiguos ejemplares de la revista National Geographic y una gran variedad de objetos, incluidos platos, tazas y una lata vacía de sopa.
“El Hacedor de marionetas” es una ficción onírica, repleta de alusiones al arte ilusionista y la magia, a la literatura, al cine cinético, a la danza moderna y a Pina Bausch y su introducción de elementos dispares. Como en muchos de sus trabajos anteriores, el sonido, la narrativa y la escenografía están muy presentes. Lo hemos visto en piezas anteriores, cuando crearon un teatrín (Teatro de juguete, 1997) o construyeron el interior de un cine en miniatura (El Instituto Paraíso, 2001). También recurren con frecuencia a lo fantasmagórico y al horror, como en la pieza Killing Machine, que dio título a la exposición que se inauguró en 2007 en el MACBA de Barcelona y que consistió en la recreación de una máquina de tortura. Aquí el terror se manifiesta en la quietud del personaje principal, en el sinsentido y misterio que rodea toda la escena y en el sonido que acompaña a nuestra mirada concentrada en cada detalle.
Janet Cardiff y George Bures Miller son lo que se denomina artistas sonoros, y es en realidad el sonido, junto con la idea de teatro y performance, el que articula todos sus trabajos. Para John Cage, pionero en esta disciplina artística, lo importante era insertar al individuo en el flujo de todo lo que sucedía y que el espectador se volviese más receptivo ante lo que le rodeaba. “El hacedor de marionetas” consigue a través de la sinestesia del teatro, la música y los ruidos, generar una narración capaz de estimular al espectador a hilvanar una historia propia a través de lo que ve y escucha.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)