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Vivir en Cabo de Gata me está enseñando a valorar lo literal. Aquí, la Cala de En medio está entre dos calas, en Agua Amarga el agua no es potable, el Playazo… os podéis imaginar. Contagiarme de su literalidad, me ayuda a explicar otras cosas que van más allá. Por ejemplo, cuando me baño en el mar y floto, siento que tengo menos gravedad, entonces entiendo que si me dejo fluir con ligereza, todo me parecerá menos grave. O, si estoy dentro de una cueva, comprendo que, en momentos de oscuridad, dejando que pase el tiempo, empiezo a ver con claridad. Así que, para abordar el tema que propone Joaquín de “trabajar desde las periferias”, voy a partir, literalmente, de mi propio éxodo de la ciudad. Quizá así me sea más fácil explicar otros asuntos, como por qué empecé a crear en comunidad.
PENA CAPITAL
Durante once años Madrid había sido muy generosa conmigo. Me sacó de Málaga y me ofreció independencia, alojándome en tres casas distintas que disfruté con cuatro parejas estupendas y un puñado de amantes regulares. Me trajo a Pepe, mi perro, de El Escorial. Me presentó a un elenco de amigos bastante heterogéneo y nos suministró teatros y exposiciones hasta la sobredosis cultural. Y muchos eventos de esos en los que te preguntan que qué haces, miran lo que llevas puesto y tú te emborrachas para poderte integrar. Transformó mi trabajo de una disciplina a otra, lo hizo madurar, le ofreció oportunidades y visibilidad. Tal fue mi crecimiento profesional, que Madrid tuvo que montarme una empresa con un asistente personal. Cuanto más crecía yo, más cosas le tenía que pagar. Será por eso que le llaman capital. Así que pasaba muchas horas trabajando en un estudio precioso con vistas al Palacio Real. Estaba encantado con mi papel de artista indisciplinar, siempre esperando acabar un proyecto para que se publicara y empezar uno nuevo. Me parecía bastante a la idea que había proyectado para mí mismo, hasta que un día me levanté y me cayó encima una tonelada de soledad. No aguanté mucho ese peso, regalé todo lo que tenía en el estudio y, con dos camisetas, el ordenador y Pepe en brazos, salí pitando de la ciudad.
Entiendo que sencillamente nuestra relación se había desequilibrado. Que me sobraban proyectos, prisa y reconocimiento y me faltaba compañía, campo y un poquito de silencio.
LOS DESUBICADOS
Pepito murió hace poco. Para despedirme de él convoqué a un montón de gente en El Limbo, que es como llamo a la casa donde vivo en Cabo de Gata desde hace cuatro años. El limbo, esa periferia donde el catolicismo manda a los que no sabe dónde ubicar.
Caminamos en silencio hasta la cala favorita de Pepe, Cala Arena, te la puedes imaginar. Cuando llegamos al acantilado desde el que ya se veía la cala, empezamos a correr como hacía Pepe hasta meternos en el mar. Todos los que me acompañaron ese día habían participado antes en alguno de los talleres de creación que imparto, así que el código de aquel encuentro, entre lo ritualístico y lo cotidiano, lo tenían bien integrado.
SER OTRO
A los talleres vienen personas de todo tipo y de todos lados. No hay limitaciones de edad ni requisitos especiales más allá de aguantar la subida de una montaña. Durante cinco días son performers y público a la vez de una función que empieza cuando llegan y acaba cuando se van. Nadie puede decir en qué se ha formado, ni a qué se dedica, ni cuáles fueron sus proyectos pasados ni cuáles serán los futuros. Les pido que se presenten, a través de cosas que no hayan elegido, como cada uno lo entienda. Suelen hablar de su familia, de su edad, de su cuerpo, de su sexo, de su origen, de su estabilidad emocional… poniendo en evidencia que la mayoría de las cosas que nos conforman, no son nuestra responsabilidad.
Experimentamos con diferentes disciplinas sin que se requiera experiencia previa en ninguna de ellas. Así la actriz no tiene que hacer de actriz si no quiere, ni el fotógrafo de fotógrafo, ni la de recursos humanos de lo que sea… olvidándose un poco de quien se supone que son, se permiten ser lo que quieran.
Llevan un uniforme monocolor sin logos ni estampado. No se pueden maquillar ni usar complementos. Prestamos atención a los alimentos y a todo lo que ocurre mientras comemos. Nos miramos a los ojos durante mucho tiempo y dejamos que el paisaje nos responda con silencios. No aplaudimos después de las muestras, nos centramos en el proceso. Tampoco llevamos móvil. ¿Bastaría solo con eso?
UN MÓVIL EN EL DESIERTO
Es cierto que para que se produzca una transformación, ayuda cambiar de aspecto y de ubicación, pero si no dejas de mirar la pantalla, el sitio más remoto puede parecerse bastante a una ciudad.
¿Será el offline la periferia más radical? Me pregunto si al arte, que siempre busca lo extraordinario, le interesará más la presencia o la inteligencia artificial. No es que crea que haya que elegir, pero puestos a explorar caminos hacia el más allá, cobra sentido señalar estas dos direcciones aparentemente opuestas. Esto me hace recordar que el propio Mark Zuckerberg aprovechó su video de presentación del Metaverso para apropiarse de la palabra presencia, término que debe de atemorizar a su empresa. Hablaba del Metaverso como The presence platform, queriendo decir en pocas palabras que ya la presencia está allí, no aquí. Y no iba desencaminado. Si nos encontramos por la calle a alguien que se quitó Instagram hace rato, aunque lo tengamos delante, será muy probable que le digamos ¿Dónde andas que estas muy perdido?
Y quizá esa persona está precisamente intentando encontrar un sentido. O varios. El olfato, el gusto, el tacto… incluso la vista en Internet no encuentra su sitio.
LA PERIFERIA, ¿DÓNDE ESTÁ?
Pienso de nuevo en mi experiencia en la capital y sus cambios de casas, de parejas y disciplinas, en el agotamiento de la producción, en la desconfianza del reconocimiento, en la sensación de soledad… también en el metaverso y sus promesas de más allá, en los sentidos de Internet, en la presencia radical… en mi partida a Cabo de Gata en busca de nuevas formas de estar, en los procesos de creación compartidos, en toda esa gente corriendo hacia el mar… y de nuevo, aparece lo literal.
Quizá la periferia no esté en un sitio concreto. Quizá ese contorno de figura curvilínea sea nuestro cuerpo, que vamos llenando de experiencias hasta definir una identidad que de vez en cuando conviene vaciar, solo para volver a ver nuestros márgenes y cuestionarlos antes de volverlos a llenar.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)