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Las fuerzas del lenguaje son las damas solitarias, desoladas, que cantan a través de mi voz que escucho a lo lejos (…)
Alejandra Pizarnik (fragmento)
Hay cosas que nunca hemos dicho, que nos ha costado mucho decir. De hecho, nos ha costado mucho pensarlas y, cuando finalmente lo hemos hecho, cuando las hemos podido formular, elaborar, con nombres y palabras que compartimos con las otras, nos hemos dado cuenta de cuánto tiempo hace que estaban allí. Tantas cosas que no podemos decir solas, porque son cosas de todas. El domingo pasado en el marco de la Muestra de Cine de Mujeres vi la película Tódalas mulheres que coñezco de Xiana do Teixeiro [1]. Un documental participativo que busca deshacer el mito de la igualdad de género a partir de conversaciones donde afloran situaciones de agresiones y miedos sistemáticas. Hablan juntas las amigas de los miedos, la indignación y también la rabia de enfrentarse inevitablemente a una sociedad que normaliza de manera hipócrita la relación entre hombres y mujeres. Como un espejo, las conversaciones que tienen lugar en la pantalla se ven reflejadas en tantas situaciones que yo, que nosotras hemos vivido.
Una de las amigas de la Xiana estaba de viaje sola en una pequeña isla, estaba sentada tranquilamente, un atardecer en un lugar bonito, cuando un hombre desconocido se le fue acercando hasta que, ya a su lado, intentó darle un beso y ella quiso escapar. Sin encontrar aliados ni personas a quienes contar lo que le acababa de pasar, y con el miedo de tener que pasar una noche sola en la tienda del camping donde se estaba quedando, pensó diferentes estrategias para defenderse en caso de que viniera de nuevo aquel hombre. Su estrategia fue pensar en hacerse pasar por bruja, hacer cosas extrañas, gritar, cantar, hacer como si estuviera poseída, o como si quisiera lanzar algún conjuro o maldición. Asustarle.
He quedado para comer con Irina Mutt, me gustaría hacerle una entrevista porque su exposición en la sala grande de La Capella, A Break Can Be What We Are Aiming For, me ha gustado mucho, y tenía muchas ganas de hablar con ella. No sólo de la exposición en sí, de lo que hay dentro de la sala, también de cómo se ha hecho lo que hay allí. Este texto está escrito en conversación con Irina. También al hilo de muchas conversaciones que he tenido con mis amigas, con colegas de profesión, con mi hermana, mi madre… Conversaciones que, lamentablemente, no hace tanto que han tenido lugar. Le cuento a Irina la película que vi el domingo, en concreto la escena de la isla, y enseguida empezamos a hablar de cosas que nos han pasado a nosotras, o a amigas nuestras, algunas en el propio contexto del arte. La conversación va y viene entre los platos del menú, la vida personal y la práctica del comisariado… Al fin y al cabo, ¿cómo separar unas cosas de las otras?
Hay, en la práctica del comisariado, una vulnerabilidad propia del que invita a alguien a un lugar que no controla del todo. Pienso que comisariar es, en parte, alojar[2] el trabajo de otro en un contexto que raramente es propio, sino una institución que impone sus límites más allá de lo que nuestros trabajos y emociones proponen o pueden soportar. Irina piensa el comisariado muy cerca de la escritura, en el proceso de edición, de descartar, ordenar. Este proceso solitario tiene, igualmente, sentido cuando lo compartes. De su trabajo me gusta mucho el hecho de que siempre hay una reflexión y una propuesta sobre el propio acto de escribir o de comisariar. Me habla de las autoras que admira y que hablan justamente de la dificultad de escribir, Gloria Anzaldúa, Maggie Nelson, Chris Kraus, Siri Hustvedt, Marguerite Duras. Recupera de esta última la idea de que no tener un tema para un libro es el tema del libro.
Ya desde el título A Break Can Be What We Are Aiming For [3], este «break» y este nosotras deseante, es esta apertura la que hace emerger las voces, los cuerpos, los deseos invisibles. Desde la fragilidad, desde el oculto, desde la precariedad. El título de la exposición es una cita de Sarah Ahmed. Me gusta pensar que, como dice Céline Condorelli, aquellas autoras que leemos y aquellos textos que citamos son también relaciones que establecemos, «hay una intimidad en la relación con las personas, y también en cuestiones que llamaría amistad» [4]. Son las estructuras de apoyo[5] que construimos para vivir y también para trabajar.
A menudo Irina habla de las dificultades, evitando el lugar común de lo celebratorio para reivindicar el trabajo desde las relaciones que, por defecto, implican los afectos; de cómo se abren y se cierran espacios y como nosotras, como comisarias o artistas o lo que sea, transitamos por ellos. Leo su exposición como un statement en el que me siento interpelada. Como un deseo de participar en algo que va más allá de su exposición para encontrar un diálogo en el que articular estas posibilidades, nexos y complejidades de límites y cuerpos frágiles.
La imagen de la chica haciéndose pasar por bruja vuelve a mi pensamiento una y otra vez, y me sirve como explicación ante la necesidad de tener un lenguaje propio, que nos proteja de una sociedad patriarcal que deja de lado y anula otras maneras de estar en el mundo, conocimientos, determinadas voces, necesidades del propio cuerpo. Necesidades invisibles y frágiles que son una realidad que configura una forma de vivir en un contexto donde imperan los deseos masculinizados y capitalistas. Por esta razón es desde los feminismos, desde los aquelarres, desde lo común, que se pueden conjurar las lógicas imperantes y opresoras para dar lugar a otra forma de vivir y de entender el mundo en el que tenga cabida la vulnerabilidad, los afectos, las emociones. Los feminismos -los feminismos que nos interesan aquí- pueden ser los portadores de esta potencia de transformar unas estructuras que sustenten otra forma de estar, de trabajar, de sentir, de desear. La propuesta es pensar el trabajo del comisariado desde estas posibles aperturas, agujeros, grietas. Un trabajo que sea colectivo, múltiple, y que se abra radicalmente a discursos y voces y que proponga estructuras que sustenten estas voces, estos deseos y cuerpos invisibilizados.
La tarde del día 8 de junio Laia Estruch, una de las artistas participantes de A Break Can Be What We Are Aiming For hizo la performance Moat. Moat es un ejercicio de experimentación con la voz, el cuerpo, las palabras y la melodía en la que la artista juega con una estructura que es como un playground rudimentario, en este caso de hierro, que ha diseñado ella misma. La estructura la aguanta en el aire y ella sacude la estructura que hace ruido, se coge fuerte con las manos y los pies, y la voz genera una tensión articulada en la crudeza de la actuación que, esta vez, se realiza sin nada más que la voz y no hay ningún sonido que lo acompañe. Laia nos cuenta que ha decidido hacerlo así en el último momento, arriesgarse, ya que las circunstancias lo han forzado ante la falta de recursos técnicos que no han podido solucionar. Sin música que la acompañe, la voz, que a veces parece un grito, una canción, o un cántico ritual hipnótico, ocupa todo el espacio que ya de por sí es sacro. Ahora pienso Moat como un ensayo para convertirse en la hechicera que te ha de proteger desde dentro de ti misma, como un conjuro para deshacer el maleficio del patriarcado opresor. Pero es más cosas que eso, es potencia desde la fragilidad, desde el deseo, desde la inestabilidad y la fuerza de esta apertura.
Irina dice que ella es una persona fría y que esto de los afectos le cuesta mucho. Yo le digo que creo que es muy emocional. Insiste en que no es una persona cariñosa, que no da abrazos ni besos. Me lo explica con palabras de Marina Garcés [6] diciendo que la vulnerabilidad es una situación a compartir, no a superar. Al asumir y ser consecuente (no coherente) me hago responsable de mis actos y de lo que se desprende. Coherente tiene que ver con un discurso cerrado que no me interesa. Consecuente tiene que ver con poner la piel de alguna manera. Con esta exposición pensaba: «no estoy muy bien ahora mismo, pero tengo que sacar el proyecto adelante», por lo tanto, hacemos que el problema sea la posibilidad. El problema, la dificultad, y la posibilidad de error son el proyecto en sí mismo. Y eso es algo que da miedo.
Hablamos de la relación con las artistas de la exposición y me cuenta la sensación de vulnerabilidad ante la posibilidad de que dijeran que no querían participar en la exposición. Un poco es como si te hubieras enamorado de alguien y le propusieras tener algo. En el primer contacto, cuando escribes ese correo «mira, esto es la expo…», hay personas que tardan una semana, dos, en responder… y eso me rompe el corazón, como si fuera una cita romántica. En el trabajo en comisariado hay una parte muy matérica: tú, tu cuerpo, las emociones, como estás y desde donde estás escribiendo o comisariando. Son todas las cosas que no controlas. No escribes igual si te ha dejado el novio o si se te ha muerto el gato. Nunca estás del todo bien: siempre hay cosas que están agrietando tu propia narrativa. Por eso la propuesta es, ante la posibilidad de contradecirse, la posibilidad de que el discurso no sea algo cerrado, sino que genere discursividad. Recupero una frase sobre la exposición «Deshaciendo texto» que hizo en la casa Encendida de Madrid el año pasado, pero que pienso que se puede aplicar aquí, y que muestra esta relación constante entre el dentro y el fuera de la sala de exposiciones, tejida por las relaciones personales: «No pretender considerar una sala de exposiciones como una plataforma para dar voz a colectivos desfavorecidos ni para visibilizar prácticas disidentes. Todo esto ya ocurre en sus propios espacios y sistemas, a menudo al margen de lo institucional. Pero sí quiero que la exposición sea un espacio y tiempo en el que poder poner en circulación otros relatos, poner en duda lo hegemónico»[7].
Hablamos de la relación con las instituciones en las que trabajamos, ella apunta que las instituciones no son un cuerpo sin cabeza, sino que hay personas que trabajan ahí. Al fin y al cabo, una exposición es un conjunto de relaciones. Por eso habla de la confianza como un gesto radical que te hace vulnerable. Pero ¿qué son realmente los afectos a la hora de trabajar, poner «besos y abrazos» en un email? ¿Tener más en cuenta ciertas cosas? ¿Hasta qué punto es bueno que la vida y el arte se nos mezclen tanto? Me pregunto por qué hacemos exposiciones… Pienso si una exposición puede ser una forma de continuidad de estas relaciones: como si pudiéramos estar juntas mucho tiempo. Montar una exposición tiene que ver con esto: vigila lo que sueñas porque se puede hacer realidad.
Y es que es justamente en este impasse entre sueño y realidad, entre lo que proyectas en tu imaginación y lo que hay ante tus ojos, donde podemos configurar un lenguaje que nos permita recrear unos espacios o unas estructuras que contengan o que sostengan un mundo que todavía no hemos visto. Por ello, invocar mediante unas herramientas que no controlamos, espíritus, conjuros, y cosas que vienen del más allá, puede ser una manera de acercarnos a una forma diferente del mundo. Desde la vulnerabilidad, perder el control, mirar lo desconocido, que da miedo, que queda oculto. Ni yo ni Irina somos especialmente místicas, pero las dos hemos estado en sesiones de tarot colectivas, y hemos participado de la lectura de unas imágenes que nos dicen cosas que tal vez preferiríamos no oír. La experiencia del mundo se puede explicar de muchas maneras, por negación o por inclusión. Incluir los pensamientos, los conocimientos que no comprendemos y que, además, desestabilizan el propio, como diría Irina, nos hace vulnerables, y nos pone a disposición del mundo de una manera radical.
En todo caso, el misticismo debería plantearse desde un conocimiento situado, alejándonos de la apropiación cultural, no sé si tendría mucho sentido que nosotras hiciéramos, por ejemplo, vudú caribeño. Escribir o comisariar pueden ser ejercicios para pensar en la posibilidad de otros lenguajes, plantear un trabajo desde la intuición, desde aquellos saberes ocultos o subyugados. Todo lo que no funciona con la razón… la puta tristeza que sientes, ¿cómo la sacas? ¿Con qué lenguaje? ¿Qué lenguajes tenemos? El de la química, el de la farmaco-pornografía, el de la violencia, el del amor de Tinder…. ¿qué narrativas tenemos para restaurar esta narrativa personal y colectiva? ¿Cómo puedo deshacer el hechizo del amor?
(…) Y lejos, en la negra arena, yace una niña densa de música ancestral. ¿Dónde la verdadera muerte? He querido iluminarme a la luz de mi falta de luz. Los ramos se mueren en la memoria. La yacente anida en mí con su máscara de loba. La que no pudo más e imploró llamas y ardimos.
Alejandra Pizarnik, Fragmentos para dominar el silencio, 1966.
[1] Tráiler de la película: https://vimeo.com/259662483. Entrevista con la directora en motivo del estreno en Documenta Madrid 2018: https://redaccionatomica.com/cine-tv/documenta-madrid-2018-entrevista-xiana-do-teixeiro-todalas-mulleres-que-conezo/
[2] Hemos pensado mucho sobre esta idea del «hosting» desde la práctica o la mediación en arta, con las chicas de la musea.
[3] Premio BCN Producció 2018 – Comisariado Sala Gran, en La Capella del Carrer Hospital. Artistas: Mycket, Susanne M. WInterling, Girls Like Us, Merrit K., Alok Vaid-Menon, Marit Östberg, Laia Estruch y Adriana Minoliti. Hasta el 1 de julio.
[4] Condorelli, Céline (2014) The Company She Keeps, Book Works, Chisenale Gallery, Van Abbemuseum.
[5] El concepto «Support Structures» también es de Céline Condorelli, que hizo una publicación con este título en 2009.
[6] http://www.cccb.org/ca/activitats/fitxa/letica-i-la-politica-de-la-no-violencia/228477
[7] J.M. Costa, (2016, julio,9) Inéditos 2016, entre el viaje, el texto y el activismo, eldiario.es. Consultado en línea 15.6.2018.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)