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Hace unas semanas, terminé una de las conversación que he tenido con Armando Andrade Tudela y volví a pensar en subjuntivo. Había que hacerlo para poder escribir este texto. Su exposición en el CA2M de Madrid, sin embargo, pasa en “infinitivo”. Entrar, mirar, percibir, reflejar, especular… este modo verbal remarca la acción, el hacer o suceder per se, sin otorgar tanta relevancia a la persona que la realiza o al tiempo en que sucede. Es un trabajo siempre mantenido en abierto, que se presenta antes de hacerse pasado y con múltiples posibilidades futuras.
Las operaciones que se reconocen en la muestra responden al análisis, desentrañamiento y replanteamiento de los sistemas y las relaciones que generan. Los gestos que la acompañan matizan sutilmente cada una de las acciones, sus contingencias y emanencias. Una colección de potencialidades sostenidas por Andrade Tudela desde la presencia física y formal de los tres espacios que ha articulado –un ambiente de recepción y las dos salas- y las piezas que los habitan – una serie de obras fundamentalmente de carácter escultórico y sonoro.
Los espacios principales son estructuras superpuestas a las salas del CA2M, dos cajas–salas a las que hay que entrar tras un pequeño ritual (ponerse unos protectores para los zapatos) y cuyas paredes y suelo son superficies negras reflectantes. Es una anulación del cubo blanco, pero también de cualquier espacio. Al mismo tiempo repite la presencia de cada uno de los trabajos allí dispuestos y nuestra propia imagen. Tres acciones: crear, reproducir, reflejar.
En todo el proceso existe una cierta apuesta por editar desde lo que no es controlable desde la individualidad. El artista ha reunido una serie de piezas anteriores junto a otras recientes mostradas en la exposición del CRAC Alsace, una suerte de primer capítulo de “Autoeclipse” bajo el título “On working and then not working”. Entre ambas se plantea la reflexión sobre hacer o no hacer y la responsabilidad de estas acciones, también en infinitivo.
Para ello Andrade ha establecido un modo de trabajo que se desarrollada en diferentes etapas: observar (el artista caminando por la calle en los trayectos de su vida diaria), seleccionar (el artista fijándose en encuentros formales de objetos encontrados casualmente en este mismo ir y venir cotidiano), captar (los convierte en imagen), coleccionar (con las fotografías se forma un archivo), compartir (las personas de su estudio trabajar con este corpus), discutir (se hablan entre todos de las posibilidades tanto formales como de producción para la formalización de una pieza), seleccionar (con una responsabilidad compartida como estudio), experimentar (con las opciones reales de ser de cada trabajo, con todos sus componentes, variaciones y cruces), producir (en cada ocasión y para cada contexto, no cerrando definitivamente la pieza), documentar (volver imagen cada coyuntura concreta). En todo este proceso la reflexión gira, desde mi punto de vista, en dirimir qué es realmente trabajo, en tanto acción y en tanto objeto, en quién lo define, e intentar imaginar otros modos aceptando la casualidad y el error.
El siguiente paso amplia esta reflexión: exponer. El acento se traslada a lo público y a la institución como regidor de esta esfera. Las preguntas podrían ser la mismas – qué es trabajo, y quién lo define- pero el marco ha cambiado. Ahora la negociación es con un sistema, y con las lógicas y burocracias que establece. La diferencia estribaría en que si en el estudio la acción desarrollada se puede definir en un avalar compartido, ahora la acción es validar desde la posición de uno de los agentes que rige el sistema arte. Habrá existido una discusión interna que no nos es posible vislumbrar en la exposición: logísticas de traslados, seguros, cesiones, pagos, acuerdos, patrocinios, etc. Armando Andrade los ha tensionado –él reflexiona en voz alta sobre la figura del “pícaro” como ese actor que se entremezcla y subvierte las categorías de una sociedad- en esta indefinición inherente de los trabajos presentados (la recombinación de partes de diferentes objetos presentados antes en Francia, por ejemplo) y en la proceso de trabajo con el curador –y uso esta palabra conscientemente por su etimología- el también artista Daniel Steegmann Mangrané, en lo que ambos me han relatado como un diálogo fértil y continuo sobre este cuerpo de trabajo y sus posibilidades.
Uno si se puede percatar de la tramoya de difusión que la institución despliega: breve documentación en la web, rueda de prensa, escrito del comisario –y uso ahora esta denominación también conscientemente- con las claves precisas que revisan la carrera del artista y que se buscan en un texto al uso, los detalles técnicos de las piezas y su disposición en la sala, el currículum y la lista de otros centros, otras exposiciones que se han encadenado para llegar hasta aquí… ¿Las usan para determinar y justificar los puntos de vista para la validación? Quizá, pero dada la génesis de la muestra, quiero pensar en cómo el artista las cuestiona. A pesar del uso de una abstracción familiar de estrategias reconocidas, la exposición no deja de incomodarnos y plantearnos si refleja (ojo, no olvidar la superficie negra que nos rodea) las claves que esperábamos: ¿Es este el artista conceptual latinoamericano que revisa las utopías desarrollistas en clave postcolonial y en relación con la historia y el arte?
De todo lo que hablamos y dijimos en los encuentros con Andrade Tudela, me lanzó –o yo lo ví así- un desafío. Claramente compartíamos referentes filosóficos estructuralistas y sus revisiones, yo le comentaba mi lectura sobre el último texto de Giorgio Agamben reflexionando sobre la obra en la época de la religión capitalista. Entonces, ¿cómo nos libramos también de la estructura gramatical? ¿de “la adopción de formulas y lugares de construcción para presentar un trabajo. Una forma de hablar, una forma de visibilizar para que entre en este sistema”? De esta forma, me devolvía la pelota (¡vaya! Me estoy reflejando en la pared negra de la sala) ¿Cual es la forma de tensionar mi trabajo como analista crítica de su labor? Claro que va mucho más allá: el lenguaje finalmente como estructurador limitado de significados y relaciones en sociedad y en el mundo. Retomé a Foucault: revisión de la definición del mundo en el pensamiento occidental desde el discurso (desde el verbo que propone), y este fundamentando en una análisis basado en la similitud, en lo reconocible. En su libro Las palabras y las cosas nos introduce a la posibilidad de pensarnos desde fuera de los códigos de este lenguaje ilustrado, de situarnos, como el Quijote dirá él, yo añado, o como el pícaro, en otro lugar “no-lugar”: “Las heterotopias inquietan, sin duda porque minan secretamente el lenguaje, porque impiden nombrar esto y aquello, porque rompen los nombres comunes o los enmarañan, porque arruinan de antemano la «sintaxis» y no sólo la que construye las frases —aquella menos evidente que hace «mantenerse juntas» (unas al otro lado o frente de otras) a las palabras y a las cosas”[1]
[1][¡aún no había incluido ninguna cita, tal y como se supone!].
Foucault, Michel, Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 1968.
(Fotografía: Aurélien Mole. Cortesia: el artista)
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)