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Spotlight

02 septiembre 2020

Crítica, publicidad y problemas de conciencia

La crítica, entre otras muchas cosas, también es publicidad. Escribir sobre algo (para bien, para mal o para regular) es destacarlo: la constatación de que, para el crítico, aquello merece (al menos) un momento de atención.

Elegir sobre qué se escribe es una tarea más laboriosa de lo que se podría imaginar. No se trata simplemente de escoger algo que nos parezca interesante o aborrecible, sino que hay que tener en cuenta toda una serie de variables, que dependen tanto del modus operandi del crítico en cuestión como del medio que vaya a publicarlo. Los mecanismos editoriales en los que se mueve la crítica profesional imponen una serie de condicionantes que el crítico debe tener en cuenta. Haber escrito recientemente sobre una exposición de la misma galería o museo, haber trabajado hace poco con alguno de los agentes involucrados en una exposición, cuestiones de sobrerrepresentación, de infrarrepresentación de cualquier tipo o la tendencia particular del medio influyen más de lo que nuestros lectores podrían llegar a pensar.

No tengo espacio para discutir pormenorizadamente la validez de estos criterios. Por lo general, me parecen sensatos y prefiero los medios que te mandan un código deontológico cuando te «fichan» que los que no. De cualquier modo, quisiera recalcar cuántos de estos son criterios puramente ideológicos o morales. No se mantienen distancias con un museo donde has dado una conferencia el mes pasado porque exponga obra poco interesante. Dicho de otro modo: puede que un amigo haga la exposición más memorable que haya visto en tiempo y, aun así, no escribiré sobre ella. En ese mismo sentido, puestos a escoger entre una exposición de un artista consagrado y una de un debutante, le dedicaré mi tiempo a la segunda, como procuraré no pasarme un semestre escribiendo sobre artistas varones, blancos y de mediana edad.

La crítica no es simplemente un peritaje, sino que cada crítico afirma cada vez que escribe dónde cree que hay que poner el foco. Por eso, me inquieta que, entre las muchas cosas que ponderamos, aún no hayamos considerado el tipo de negocio al que hacemos publicidad. Me explico: ¿nos sentimos cómodos publicitando galerías o instituciones que sabemos que maltratan a sus trabajadores? ¿No nos importa elogiar el compromiso discursivo de tal sitio con «las buenas prácticas», la crítica al colonialismo, la inclusión (etcétera), conociendo que la mitad de su plantilla son falsos autónomos? Y no vale hacerse el loco: nuestro hábitat es demasiado pequeño para que estas cosas pasen desapercibidas.

Lo cierto es que este es un asunto que me genera dudas. Ignoro si la crítica debiera tener en cuenta estos problemas o, de hacerlo, se estaría saliendo de su jurisdicción. Sé que me causa problemas de conciencia, así que he decidido despacharme en esta columna, a ver si algún ilustre colega me ayuda a aclarar las ideas.

 

Joaquín Jesús Sánchez (Sevilla, 1990) es crítico de arte, escritor y comisario independiente. Licenciado en Filosofía y máster en Historia del Arte Contemporáneo y Cultura Visual, escribe en prestigiosas publicaciones nacionales e internacionales y algunas otras que no lo son tanto. Investiga asuntos alambicados y fascinantes. Dedica gran parte de su tiempo a intentar memorizar la obra Borges y siente predilección por la literatura gastronómica.

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