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El artista Jorge Fin se echa al monte para homenajear la vida en el campo a través de dibujos sobre azulejo inspirados en el Walden de Thoreau. Su exposición en el Palacio Almudí de Murcia es tan sencilla como la premisa que reivindica. Dibujos sobre cerámica acompañados por textos provenientes del libro escapista del padre de la desobediencia civil.
Thoreau dejó el trabajo familiar en una fábrica de lápices en Concord para vivir de forma austera en la naturaleza y escribir un diario de su experiencia. “Walden, o vida en el bosque”, se publicaría en 1854, sintetizando en palabras los dos años, dos meses y dos días que había pasado en Walden Pond. Jorge Fin abandonó su carrera en un banco en Londres en 1988, para instalarse en la huerta de Molina de Segura, en Murcia, siguiendo un modelo de vida sencillo, rodeado de naturaleza, y dedicado a la pintura y a la contemplación. Ahora, treinta años después, y tras la lectura del diario/manual de Thoreau, condensa su experiencia en “Walden, Manual para echarse al monte”, una traducción a la murciana de las enseñanzas del estadounidense, a través de una conexión tan directa que pareciera que Jorge Fin dibujara con los lápices de Thoreau, aunque realmente fueran rotuladores azules permanentes Hi-Text.
Los conjuntos de azulejos, la mayoría profusamente intervenidos, ilustran diversos capítulos de Walden de forma, en algunos casos, tan literaria como literal (por ejemplo, aquel que emplea la cita “Tenía tres sillas en casa: para la soledad, para la amistad, para la compañía”, muestra tres sillas vacías en un bosque). Se replican paisajes, poblados por insectos o pájaros, nublados y arbolados, que efectivamente remiten más a una zona de Massachusetts que a la llanura del sureste español. Pero estamos ante un ejercicio que exacerba la imaginación, vinculada al elogio de la ociosidad (nombre de un ensayo escrito por Bertrand Russell en 1932), aun cuando en la mayoría de las escenas haya movimiento (plantas arqueadas por el viento, grupos de nubes en avanzada, hormigas en marcha). Dentro de las limitaciones técnicas que conlleva el dibujo con rotulador sobre azulejo, el artista logra profundizar en perspectiva y tridimensionalizar los conjuntos sobre las superficies de 15×15 centímetros.
Varios homenajes a la historia del arte se hacen notar en algunas de las obras. Uno de ellos, en el que aparece un labrador descansando sobre una montaña de espigas, es al cuadro “Siesta en el Campo” (1889-1890) de Vincent Van Gogh. El texto que acompaña pertenece al capítulo 8 de “Walden”; “Al despertar, ya sea del sueño o de la abstracción, todo hombre tiene que aprender de nuevo los puntos cardinales”. Quizás podamos leer esta sugestión en clave actual; la siesta del agricultor murciano, sin trabajo tras la crisis del sistema financiero, y al que con el despertar le espera una obligada readaptación. No olvidemos que quien empuña el rotulador –sobre una cerámica de producción artesanal, no industrial- es un bancario readaptado. En otra de las obras la influencia de Durero es visible, como en el campo asilvestrado sobre el que descansa una calavera, y cuya cita en correspondencia reza “Nuestros esqueletos no se distinguen probablemente de los de nuestros antepasados”. De nuevo podemos interpretar esta comunión imagen-texto como alegoría de la exigencia de la labor campestre que se hereda de generación en generación, forzando la salud de los jornaleros hasta la fatiga final. Thoreau no era un hooligan del capitalismo -aunque no fuera tampoco socialista- y afirmaba que el coste de las cosas debería calcularse en función de la cantidad de vida que sacrificamos por ella[1]. La búsqueda de un equilibro entre necesidades y requerimientos, y que puede conllevar el replanteamiento de la vida en la gran ciudad o del orgullo del trabajólico.
Intenciones sospechadas que se multiplican como las ondas del agua que en otra de sus colecciones de azulejos conforman un haiku pintado. “Ondas circulares, en líneas de belleza” sobre azulejos, material destinado a proteger el espacio doméstico, o a decorar el lugar suntuoso, como un palacio del levante español.
La presencia de las nubes no es nueva para este artista, miembro 0027 de la “Cloud Appreciation Society”, y pintor oficial de celajes desde hace décadas. Nubes que cotizan al alza en un mercado de valores distinto al de la City de Londres. Jorge Fin, artista que no sólo mira hacia arriba, sino también hacia delante (de su cabeza surgió la idea de la Mediterranean Iceberg Association, un presunto colectivo de avistadores de icebergs en el Mediterráneo, a los que presupongo dotados de una gran paciencia), y hacia abajo; a las hormigas, las ranas, las plantas y las huellas, y que dedica su tiempo a crear instancias que nos hagan perder -o ganar- el tiempo con el avistamiento de sus obras, y tras la contemplación, quizás sacar alguna idea de este manual para echarse al monte.
[1] Teoría que defienden, entre otros, el biógrafo oficial de Thoreau, en Richardson, R. D. (2017). Thoreau: Biografía de un pensador salvaje. Madrid: Errata naturae.
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