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El Sol emite rayos por todas partes. Lleva unas anillas concéntricas que giran y giran, y se acercan cada vez más. Parece un espejismo. De repente, el Sol se torna blanco y crece y se expande hasta teñirlo todo de una luz cegadora. Blanco. Blanco. Rosa. Blanco. Negro, azul, rojo, rosa, verde, azul, amarillo y el Sol, bien blanco, bien blanco, perpetuamente en el medio, como un faro, como un ancla, como una señal. De repente, un humo negro lo abraza y lo envuelve y lo rodea por completo, haciendo girar al astro a la izquierda y a la derecha y a la izquierda, rápido, veloz, constante. Un presagio, quizás. O un milagro. Y el Sol se vuelve negro.
Albert Gironès (Valls, 1995) sube a Miramar, la montaña mágica de Valls, el 14 de abril de 2022. Sentando sobre su piedra, mira durante un tiempo la puesta de Sol e, inesperadamente, presencia un milagro. O tiene una alucinación visual, o una visión. Es difícil saberlo. Aun así, es cierto que ese día, en sus ojos, el Sol se tiñó de blanco y de negro y giró como un disco, y que vio el cielo volverse azul, rojo, rosa, verde, amarillo… A partir de este momento, el artista inicia una búsqueda para intentar comprender, o descifrar el misterio que había presenciado. Y descubre que miles de personas contemplaron también un fenómeno muy similar el año 1917 en Fátima, Portugal, con la creencia de que se trataba de una aparición de la Virgen María. «El milagro del Sol» es un término utilizado popularmente para describir esta visión, referente a las apariciones marianas presenciadas por toda Europa.
Una de ellas tuvo lugar en la montaña de las apariciones de Medjugorje, Bosnia-Herzegovina. El artista recuerda una historia contada por su abuela, Carme, sobre una amiga que viajó hasta allí para tratar de ver a la Virgen. Gironès hace las maletas y peregrina hasta Medjugorje para investigar este extraordinario fenómeno. Descubre que la ciencia lo explica desde otra perspectiva, como una alucinación visual fruto de mirar al Sol durante mucho tiempo sin parar. Frente a una luz tan intensa como la solar, los ojos no pueden ni enfocar ni identificar el objeto que tienen delante, y el cerebro genera una serie de imágenes ficticias como respuesta defensiva, por si se tratase de un peligro. Este mecanismo es inconsciente y perceptible solamente a través de la mirada humana y, por ello, es imposible de registrar.
De esta búsqueda, y de la tensión entre la ciencia, la religión, y la vivencia personal del artista nace, «El miracle del Sol» (El milagro del Sol). El proyecto que Gironès expone en la Capella del Carme de Palamós desde el pasado 1 de octubre, hasta el próximo 19 de noviembre de 2023. Tras ganar la primera Bienal de Arte Ezequiel Torroella, y junto a la comisaria Montse Badia, el artista muestra una colección de piezas fruto de su investigación en Medjugorje.
Al entrar, un sonido inquietante, latente, de fondo, anuncia algo. Relatos populares y científicos del milagro del Sol se extienden por la sala. Varios videos en los que aparece el astro de forma inusual se reproducen en bucle. Y, al fondo, una película en 16 mm se proyecta solo a veces. Con suerte, quizás, te topes con ella por casualidad. Grabada en Medjugorje mientras Gironès presenciaba el milagro, incorpora en una capa pintada a mano las imágenes de lo que vieron sus ojos. Blanco. Blanco. Rosa. Blanco. Es un intento, como toda la exposición, de representar aquello que no puede representarse; una aparición, una alucinación, un fenómeno extraordinario. El suceso maravilloso, la experiencia trascendental, que se percibe y se vive, pero no se capta ni se explica.
Gironès persigue constantemente un misterio que perdura sin resolver, cuando lo maravilloso, lo inusual y lo incomprensible se cruzan en su camino. Partiendo de lo personal, lo sencillo y lo cercano —de los cuentos que le contaba su padre, de las fábulas que le transmitió su abuela— investiga para comprender como se construye nuestro imaginario colectivo. Para descubrir como las creencias —la religión, la ciencia, la superstición, la mística— configuran nuestra forma de explicar y entender el mundo. La propuesta de Gironès es modesta a la vez que reflexiva, con una voz que resuena desde lo más profundo y habla en susurros: no le hace falta hablar en voz alta para que se le escuche de verdad.
[Imagen destacada: Imagen de la exposición. Fotografía: Albert Gironès].
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)