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Alonso Berruguete tuvo conocimiento del incendio de Medina del Campo en los años en los que empezaba a despuntar como el gran escultor de su época. Esa quema, acaecida en 1520, fue una acción militar de los comuneros que destruyó la villa y detonó la Guerra de las Comunidades en la Corona de Castilla. Era un periodo de conflicto y de hambre, de Inquisición y de Autos de fe. Tras una vida dedicada a la innovación en la talla de santos, vírgenes y cristos, el fuego de los ojos de Berruguete se apagó en septiembre de 1561, en Valladolid, el año y el mes del peor incendio jamás conocido en la ciudad, que duró 50 horas y calcinó casi quinientas casas. Varios religiosos culparon a un grupo de luteranos de causar las llamas, acusándolos de vengar así de los Autos de fe de 1559, durante los cuales fueron quemadas 27 personas, y la estatua de otra, frente a la mirada atenta del rey.
Cuatrocientos años después, otro fuego, este artístico, iluminó las grandes obras de Alonso Berruguete en las noches del Valladolid del hambre y el subdesarrollo de los años cincuenta. El cineasta granadino Val del Omar y el bailaor vallisoletano Vicente Escudero grabaron durante varias madrugadas, entre 1957 y 1960, escenas de danza y pasión frente a los trabajos del Renacimiento. De ese rodaje surgió “Fuego en Castilla. Tactilvisión del páramo del espanto”, parte del “Tríptico elemental de España” con el que Val del Omar ganó el premio en Cannes en 1961. Del encuentro entre estos dos creadores y las esculturas del Museo de Escultura surgieron chispas: Vicente Escudero, con un pie en la Vanguardia y otro en el flamenco, se inspiraba en Berruguete, tal y como también hizo el bailarín francés Serge Lifar[1]. José Val del Omar, ese inventor mecamísticoque, con sus juegos de luces y sombras hacía bailar a los apóstoles de Berruguete. En las imágenes palpitantes (lo que hoy llamamos stopmotion) de “Fuego en Castilla” vemos a las esculturas recobrar vida, entrelazando sus miradas extáticas con las muñecas pastueñas de Escudero, mientras las celosías entramadas flotan encima de las siluetas de los atormentados. Vicente Escudero declaraba que el baile flamenco era para él “una llama”, y que buscaba en ella, a través de líneas y movimientos, “una satisfacción de fuego”. En esta obra, Val del Omar experimentó con líneas y movimientos, y también con el sonido: el zapateo de Vicente Escudero marca el ritmo uniendo bajo una misma pauta los tambores de las procesiones de Semana Santa. Sobreexposiciones de épocas, técnicas y voluntades bajo un mismo ardor.
Fotografía de Filadelfio González. Cortesía Museo Nacional de Escultura de Valladolid
La película en 35mm, el pisoteo, las sombras, las esculturas se acoplan en una exposición en el mismo Museo Nacional de Escultura de Valladolid, bajo el título “José Val del Omar y Vicente Escudero: un diálogo sonámbulo” y el comisariado de Juan Carlos Quindós. Basta una sala para convocar esas madrugadas de improvisación y certeza, proyectando “Fuego en Castilla” rodeado de las esculturas protagonistas, y fotografías de Escudero y Val del Omar nunca antes mostradas, autoría de Filadelfo González. Se reproduce para la muestra el artículo que el Diario Regional publicó el 30 de marzo de 1957, titulado “Un fantasma visita el Museo de Escultura”, y que recoge la colaboración entre el cineasta andaluz y el bailarín local, a quien describen como “la sombra del fantasma que visita el Museo y se asombra ante lo que allí hay”. Ese asombro es hoy compartido por los espectadores del siglo XXI, testigos a través de diversas invocaciones[2]de la labor de quien fuera opacado durante el franquismo, quizás por su faceta como profesor en las Misiones Pedagógicas durante la Segunda República. A propósito de la obra de Val del Omar, Jean Cocteau afirmó lo siguiente: “En España todo ondula y llamea. El mismo baile flamenco es una llama que los bailaores tratan de apagar. En el flamenco todo es una coordinación de movimientos con un sentido unitario. Una coordinación de actitudes personales ante un fuego común que quiere devorarla. Incendiados, el baile no es más que la manera de apagar ese fuego. Pisando las llamas, dándose palmadas en los muslos, en el cuerpo, allí por donde salen esas llamaradas.” El fantasmagórico crepitar del zapateo de “Fuego en Castilla” reaviva los rescoldos de una España de genios y sombras. Pasan los siglos, pasan las sombras, pero las llamas siguen ondeando.
[1]Quien dijera que “En Berruguete está el germen de un increíble ballet. ¿Qué mano, qué numen técnico puede animar a esos leños ardientes en esta divina pantomima?”
[2]Desde el Museo Reina Sofía (2010), hasta la Bienal de Sao Paulo (2014).
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