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Durante la rueda de prensa con motivo de la inauguración del último capítulo de la exposición central de la 13ª edición de la bienal nómada Manifesta —que este año recala por primera vez en territorio francés, en concreto en la ciudad sureña de Marsella— dice el equipo curatorial que no se pueden separar los desastres ecológicos, incluido el virus biológico que nos afecta estos días, de la justicia social, todo es efecto de una economía acelerada. Supongo que no hace falta que ellos lo digan, pero si creo que quizás cabe recordar al universo de los elitistas macro eventos artísticos que tratan relatos muy «trend topic»: leáse antropoceno y crisis ecológica, desigualdades sociales imperantes, migración, poscolonialismo y necropolíticas, o discriminación racial y de género; que el tratamiento de estas narrativas, en apariencia macro y global, pero miópico y sesgado en realidad, debería realizarse con un sentido de conjunto y de causa-efecto. De otro modo funciona como si refiriéndose a un edificio en peligro de derrumbe se realizase un zoom sobre la grieta en una de las paredes.
Dejando claro que la hegemonía total de la economía y las finanzas es el común denominador de todas las distopias que vivimos y que absolutamente todos debemos ir más despacio y ser más sostenibles tanto física como intelectualmente; el panorama de las bienales internacionales de arte parece reconfigurarse de modo cada actor tiene su rol perfectamente estudiado, como en las formulas de éxito de la series de Netflix. Si en Venecia se busca el próximo hit del mercado del arte, la Manifesta, después de la exitosa edición de Palermo de 2018, se centra en integrar ciudades europeas marginadas —outsiders las llama la organización— pero con milenios de história y geopolíticamente poderosas.
Y ese es el caso de Marsella, un desplazado epicentro mestizo y ecléctico en el que los problemas globales se replican a nivel local. La segunda ciudad de Francia después de Paris y la más antigua, goza del sincretismo multicultural característico de una gran ciudad portuaria que además actúa desde siglos como puente con la colonias francesas en el norte de África: Marsella tiene un tercio de población argelina, y una gran población subsahariana flotante consecuencia de la crisis migratoria. Llena de contradicciones y contrastes, lenguajes, historias y espacios que permiten formas de desviación y discrepancia, la ciudad también es pasto de conflictos raciales, sociales y de clase, en suma un reflejo quasi perfecto de los actuales cambios geopolíticos a los que se enfrenta Europa, Francia, y específicamente Marsella.
Hoy por hoy una de las pocas citas artísticas que parecen tener futuro tras la debacle cultural ocasionada por la pandemia, el modelo mediador defendido por Manifesta trabaja para integrar la bienal en el tejido social, cultural y político de la ciudad con la intención de abrirla y dejar un efecto sostenible. Por eso, con el mismo enfoque que se introdujo por primera vez en Palermo, Manifesta Marsella, en 2018 encargó un estudio urbano de «sostenibilidad» al despacho de arquitectos MVRDV y The Why Factory (ambos con base en Rotterdam) previo al nombramiento del equipo artístico. Ellos han organizado 22 talleres que han reunido a más de 500 marselleses. Dicha investigación se recoge en Le Grand Puzzle, un gran rompecabezas multi-narrativo que revela las especificidades, necesidades y complejidades de Marsella; sirve como herramienta para que los habitantes se replanteen el potencial de su ciudad, e ilustra las diferentes posibilidades de nuevos y más accesibles paisajes urbanos.
Manifesta 13 incluye tres secciones: la exposición central Traits d’union.s, compuesta por seis muestras que se han ido inaugurando contra todo pronóstico y de forma escalonada desde el 28 de agosto hasta el pasado 9 de octubre (fecha en que se abrió la última); el programa educativo y de mediación Le Tiers y los aproximandamente cien eventos laterales Les Parallèles du Sud en toda la región: de Marsella a Niza, Aix y Arles.
El estudio previo Le Grand Puzzle funcionó como punto de partida para la exhibición central a cargo del equipo artístico, este año no tan transdisciplinar como intercultural —a finales de 2019 la arquitecta española Marina Otero Verzier dejó el equipo compuesto por tres comisarias: la marroquí Alya Sebtiis, la rusa Katerina Chuchalina, y el alemán Stefan Kalmár —. Las comisarias proporcionan una visión artística sobre los problemas globales a través del espectro marsellés en los seis capítulos de Traits d’union.s: La Casa, El Refugio, El Hospicio, El Puerto, El Parque y La Escuela, con sus 47 artistas y colectivos y sus 14 sedes que comprenden espacios de música y danza, galerías non profit, centros comerciales, museos y colecciones de la ciudad. Según las curadoras, las exposiciones combinan archivos históricos, fotografías y dibujos de famosos residentes de la ciudad con las obras contemporáneas de Manifesta 13, reduciendo así el envío de obras al mínimo. Otro gesto de sostenibilidad que se debería aplicar a toda muestra a partir de ahora. Además no se han vaciado las salas de los museos que alojan la muestra, de modo que piezas de la bienal que reflexionan sobre esclavitud, discriminación racial y revolución, se oponen a piezas históricas que ensalzan las narrativas hegemónicas que provocaron esas atrocidades, activando las posibilidades de establecer un diálogo con lo actual y una revisión historiográfica .
El evento artístico, que se puede visitar hasta el próximo 29 de noviembre, es muy abarcable y más cuando se trata de transitar las calles de la luminosa Marsella, tan vibrante como debilitada económicamente. En el Parque Longchamp, un pulmón construido en el XIX para aprovisionar de agua a la ciudad tras las pestes, el colectivo estadounidense Black Quantum Futurism, dedicado a expandir el legado afro-futurista —movimiento que combina la historia de los negros con la visión sobre el tiempo y el futuro de la diáspora africana— ha instalado una especie de escultura escénica participativa, colorida y decorada con cosmogramas, que son sistemas geométricos simples que representan el cosmos en las diferentes culturas del planeta. La pieza forma parte de La Maison.
El Museo Cantini es la sede del episodio Le Refuge, inspirado en la Villa Air-Bel, castillo marsellés que sirvió de refugio a algunos de los artistas y pensadores más destacados del siglo XX en su huida del nazismo. Wifredo Lam, Jacqueline Lamba, Victor Serge, Anna Seghers, Hannah Arendt, Max Ernts, André Breton, Claude Lévi-Strauss, Marcel Duchamp o Walter Benjamin pasaron por ahí. Suspendidos en el tiempo, se dedicaron colectivamente a crear obras de teatro y experimentos artísticos como forma de afrontar sus sombrías realidades y su espera. Varios de estos ejercicios colectivos se reflejan en Dibujos colectivos surrealistas (en forma de cadavre exquis) y los dibujos de Jeu de Marseille. Las ausencias de los artistas por causa del coronavirus se tornan presencias en el caso del artista francés Marc Camille Chaimowicz y las salas semi vacias del Cantini con trabajos que evocan el tiempo de cuarentena del artista en su casa londinense.
Y en el caso del artista autodicta nortemaricano Peter Fend, dicha ausencia alcanza niveles de paroxismo: unos cinco mil emails se intercambiaron entre el artivista ecologista y su asistente de producción en Francia hasta que se resolvieron todas las cuestiones relativas a la instalación de La Mer et Marsella. Parte del capítulo Le Parc, es quizás una de las pieza más paradigmáticas de este extraño momento que vivimos. Está estratégicamente albergada en la Consigne Sanitaire, un edificio barroco del viejo puerto de Marsella. Por medio de mapas recortados, infografías y gráficas, Fend muestra las rutas comerciales marítimas desde los tiempos de los fenicios y los griegos hasta la actualidad. Desde un enorme data center perteneciente a la compañia holandesa Interxion situado en un búnker alemán de la Segunda Guerra Mundial a las afueras de Marsella, 14 cables submarinos de datos se extienden hacia el Europa, África, Oriente Medio y Asia. El antiguo comercio marítimo material ha sido sustituido ahora por el de la información, incluidas todas las implicaciones geopolíticas que nos preocupan.
Fend no sólo hace visible lo invisible, sino que al igual que Da Vinci, tiene una imaginación mecánica y esboza diagramas para construir sistemas que como el ingenioso artista del Renacimiento, propongan soluciones a problemas concretos. Si Da Vinci ideó una plano de ciudad moderna para combatir la peste en el Milán medieval o unas alas para volar; Fend propone limpiar las aguas residuales de la ciudad que se descargan en el fascinante Parque Nacional de Calanques, con un alga que con su metabolismo limpia el agua. En su modelo, Fend sugiere lanzar las algas a las aguas sucias desde globos aéreos. No es tan descabellado ya que se ha demostrado que esas algas limpian las aguas y el uso de globos permitiría el acceso a zonas dificiles y protegidas.
Haciéndose eco de esos contrastes de los que hablabamos al inicio, el Museo Histórico, construido sobre restos arqueológicos del antiguo puerto griego, sobre el que está construido un centro comercial de los años 1960, acoje la muestra Le Port. Entre 2600 años de historia y una tiende de Nike se presenta la intervencíon artística de la arquitecta argelina Samia Henni en formato más convencional, pero no por ello menos eficaz. La capacidad de adaptación y respuesta de Henni han dado lugar a la pieza Housing Pharmacology. Resultado de sus investigaciones in situ, es un estudio sobre el derecho a la vivienda realizado tras el derrumbe de dos edificios en vecina calle d’Aubagne en 2018, en el que murieron ocho personas y centenares quedaron sin hogar.
L’Hospice es el episodio más sombrio, alojado en la antigua Casa de la Caridad, recuerda la historia moderna de las instituciones psiquiátricas, su relación con la alienación social, política y mental, así como el derecho a la locura. La muestra recupera piezas históricas de poetas oscuros, malditos y fascinantes como Arthur Rimbaud, Antonin Artaud, Roland Barthes, Georges Bataille, junto con textos sobre Marsella de Walter Benjamin, quién pasó sus últimas semanas aquí.
Sonidos de los exteriores entran al conservatorio, sede del capítulo L’Ecole, con la pieza sonora de Mohamed Bourouissa. El vietnamita Tuan Andrew Nguyen realiza una de las piezas más conmovedoras y efectistas de la bienal en la que critica la criminalización en Francia de la asistencia a indocumentados.
Marsella cuenta con una tupida red de asociacionismo, alrededor de 22K asociaciones ciudadanas existen en la ciudad que representan a centenares de comunidades y colectivos artísticos organizados en torno a problemáticas sociales: vivienda, prostitución, pobreza, derechos LGTBI. Muchas de ellas cobran protagonismo en Manifesta, en el programa Archivos invisibles del sorprendente Tiers QG. Asimismo, colectividad, hermanamiento e “inteligencia colectiva” para proteger en grupo, forman parte de la propuesta Group-Think de la danesa Stine Marie Jacobsen.
La circunstancias presentes hacen que la Manifesta Marsella parezca más existencialmente conmovedora que cualquier otra anterior. El concepto de hacer visibles los rizomas de la historia cultural europea a través de curadores importados, y mostrando piezas cuyas narrativas se apropian de los problemas locales, siempre ha albergado el peligro de las verdades impuestas desde el exterior. Pero el modelo parece que se consolida y gana tracción tomando en serio la complejidad de la ciudad que la alberga. Si Manifesta Palermo habló de cultivar la convivencia, Manifesta Marsella se plantea no solo el coexistir, sino la unión para crear comunidades, nuevas formas de cuidado y lazos de solidaridad: «un nosotros, no un yo».
Manifesta 13 Marsella, en display hasta el 29 de noviembre. Chequear programa aqui: manifesta13.org
(Imagen destacada: Group-Think, 2020 © Stine Marie Jacobsen. Photo ©Jeanchristophe Lett /Manifesta 13 Marseille)
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