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22 junio 2023

Primavera Sound 2023: crónica de un beso

Alguna vez hemos confiado en la masa como motor de emancipación, como espacio donde resolver finalmente aquel dilema adorniano entre la alta cultura burguesa y la cultura popular. Se ha llegado a decir, incluso, que la cultura de masas concilió en un mismo proyecto posiciones ideológicas antagónicas en el mismo momento en el que la industria cultural –o creativa– se instaló en el centro de la nueva economía (McRobbie, 2009). En efecto, la economía inmaterial ya no va de productos sino de acumulación de experiencias creativas y, por supuesto, los festivales de música, más que cualquier otra esfera de la cultura, representan el paradigma de esa industria atravesada por la performatividad que otorga la escucha masiva, el baile y el desfile de moda.

En medio de un clima primaveral desconcertante en el que se intuían cambios drásticos en el panorama de la política española, nos adentramos con mallas, brillibrilli y tejidos metalizados a la primera edición que el Primavera Sound comparte entre las dos grandes ciudades del país, tal y como había sido anunciado en 2022 con aquella controvertida lona en la que Colau y Ayuso reproducían el famoso beso de Brézhnev y Honecker, y que ha acabado con un pinchazo del experimento en Madrid, aunque ya no tanto a consecuencia de dicho clima político sino más bien por el meteorológico. Primavera Sound 2023 ha sido también la primera edición en la que se ha dado un lugar al fenómeno Rosalía, una oportunidad que la artista ha recogido de manera emotiva en medio de un despliegue de superproducción de medios, sonidos y complejas coreografías con los que la Motomami ha demostrado ante las masas su característico eclecticismo.

Y es que la cultura inmaterial es una cultura irremediablemente caracterizada por el tránsito, como el tránsito estelar de The Comet is Coming entre el sintetizador, el teclado, la batería y el saxo imposible de Shabaka Hutchings. O bien entre el sonido electrónico clubbing, techno, industrial y no occidental de Tzusing, el músico malasio actualmente a caballo entre Shangai y Taipéi tras una temporada en Estados Unidos quien, entrevistado con motivo de esta crónica, no dudó en reconocerse como un artista transcultural. Porque el tránsito apunta una cuestión de géneros musicales, como ese amplio espectro del post-punk de Le Tigre, pero implica además un cuestionamiento incisivo del propio concepto de identidad atomizado ya por completo con el ruido futurista queer de Yves Tumor. Tal vez por ello, encontremos sentido al éxito masivo entre las nuevas generaciones de bandas como Måneskin, que no reside tanto en la sofisticación de su pretendido hard rock, sino más bien en una operación de democratización del maquillaje. Ahora bien, quizá no esté de más recordar, tal y como entonamos junto con un entregado Damon Albarn, que quienes crecimos con Blur nunca hemos sabido claramente quiénes son las chicas y quiénes los chicos.

De hecho, si tal vez recordaremos el Primavera Sound 2023 será –además de por una disminución en la masificación de espectadores debido a su doble oferta Barcelona/Madrid (con los números hechos estará por hacer una valoración sobre si ha merecido la pena)– por el papel que han ejercido los que sería justo calificar como maestros. Ha sido con ellos como nuestro outfit ciberespacial de repente adquirió todo su sentido pues, como todo el mundo sabe, músicos como New Order no vienen del pasado, sino del futuro. Lo hicieron mezclando guitarras y sintetizadores, himnos memorables y nuevas melodías que sin embargo no dejaron de recordar a Joy Division, forever. Quien dice maestros, por supuesto también dice Shellac con su rock minimalista y su maximalismo discursivo, el sonido sofisticado del músico y productor John Cale o la elegancia experimental de los Sparks que aunaron música, poesía, spoken word, performance y artes visuales. De un modo cercano, la escritora, poeta y artista Laurie Anderson dio una muestra magistral de lo que puede llegar a considerarse hoy el I+D+i de la música y la performance. En esa constelación, cómo no, Depeche Mode regaló oscuridad apoteósica y celebración trágica con un Dave Gahan poderoso y generosísimo que nos enseñó para siempre todo lo que puede dar de sí un duelo.

Reconociéndonos en las nuevas, pero con el aprendizaje de estas otras generaciones que siguen siendo las auténticas modernas, nos queda recapacitar sobre la despolitización de la industria cultural y el empuje, cada vez más intenso, hacia una concepción de la música –especialmente la electrónica– como territorio de consenso. Mientras tanto, mientras sigamos obviando el componente político –vital o militante, pero desde luego apasionado– de la cultura más allá de su versión como mero entretenimiento, mecanismo de evasión o de consumo de masas, tal vez nos tocará ser testigos de besos inesperados e insólitas alianzas, pero al menos nos pillará bailando (y bombant).

 

(Foto de portada: Pancarta del beso de Ada Colau e Isabel Díaz Ayuso en el Primavera Sound 2022. Foto © Rocío Curia / Infobae del artículo Postales del Primavera Sound publicado en Infobae el 5 de junio de 2022)

Diana Padrón: Trabajo porque me dijeron que era un juego, un debate, un baile y sí, muchas veces me lo paso pipa. Porque tengo un compromiso con la ciudad donde vivo, con el arte, con la crítica, con la esfera pública. Evidentemente trabajo porque es imperativo ser autosuficiente, pero sobre todo lo es acumular capital simbólico. Me parecería obsceno equipararme al trabajador asalariado, nuestro modelo es más bien el del empresario. Trabajo para reproducir el capital, para innovar en flexibilidad laboral, para experimentar lo último en autoexplotación y para que me inviten a fiestas divertidas. Paradójicamente, también trabajo para imaginarme alguna clase de colectivo. Porque al final, no vayamos a ser nihilistas, algo debe haber en el arte que apunte a alguna suerte de afuera. Trabajo por si algún día, entre todos, nos inventamos otro mundo / dianapadronalonso.com

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