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Bajo la frialdad documental de la biografía de Lottman hay una pieza helada: el silencio de Modigliani. Un escultor frustrado en pintura, un borracho masticador de hachís o un caballero italiano de la orden de la bohemia en Montparnasse. Un tardío descubridor de su propio estilo y un retratista del quién es quién del talento -que él no creía poseer- y que no tuvo enemigos. Sólo deudas, mujeres, resacas tremendas y una constante mala salud que acabaría con él a los 36 años, “Quando giunse alla gloria” (“Cuando llegaba a la gloria”), tal y como reza su lápida en el cementerio Père-Lachaise de París.
Bajo la entrañable apariencia de anciano encantador de ese americano en París, Herbert Lottman – autor también de biografías de Camus, Flaubert, Colette, los Rothschild o los Michelin- descubrí en nuestro encuentro de la semana pasada en Casa Fuster una gelidez de biógrafo investigador desapasionado, casi de forense de legajos. Su biografía de Lottman es más una autopsia que otra cosa. Y él no lo niega. Ni se atreve a fabular o a lanzarse a las conjeturas. No sabe por qué Modigliani pintaba modiglianis; el artista nunca habló de nadie sobre ello, ni dejó manifiestos escritos al respecto.
Lottman sólo ha escrito sobre lo que sabe. Sobre lo que le contaron y otros escribieron sobre Modigliani: “(…) era el final de una profunda elegancia en Montparnasse, y nosotros no lo sabíamos (…)”, según Cocteau. Y es muy de agradecer.
Aunque lo que más debemos agradecerle a esta biografía es el descubrimiento de Beatriz Hastings -amante y modelo del pintor, célebre para todos como un rostro con cuello de cisne frente a una puerta de madera. Y que Lottman nos presenta como autora de unas deliciosas crónicas desde París para una revista londinense de principios de siglo (XX, claro). Y que retrata al retratista. Toma la pluma de su sombrero y deja de ser obra para convertirse en creadora:
“Se comprende que (Modigliani) sea el niño mimado del barrio; niño terrible a veces, aunque siempre perdonado -la mitad de París está en posesión ilegal de sus dibujos. “¡Nada se ha perdido!”, dice, y, ¡bang!, otro dibujo por cuatro chavos o por nada, luego se aleja soñador hacia otro café, para pedir prestado un franco y comprar papel.”
Gracias a Herbert Lottman por su “Amedeo Modigliani, príncipe de Montparnasse”. La historia de una vida corta, un hallazgo tardío y una enorme revelación: la voz de Beatriz Hastings.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)