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Joan Morey afronta el conflicto del elitismo del arte, lo acepta y juega a evidenciar el proceso de selección que se da “naturalmente” a la hora de acercarse al arte (¿contemporáneo?)
Son las siete de la tarde en Santa Mònica; un grupo considerable de personas vestidas de negro han venido “cita previa” a ver “rumbo a peor”, el panel 5 del proyecto POSTMORTEM (que consta de siete paneles –performances- desarrolladas entre diciembre de 2006 y febrero de 2007) obra con la cual Joan Morey hace balance de su trayectoria. Estamos asistiendo a un entierro simbólico. Ha exigido “dress code” y puntualidad pero parece que empezará con retraso.
La espera da lugar a elucubraciones y fantasías sobre la peformance y el proyecto. ¿Es voluntad del artista esta “espera colectiva”? Forma parte de la performance? Crecen las dudas, las inseguridades y los miedos. ¿Qué me hará hacer? Una cosa es significativa: todo el mundo que está aquí ha solicitado a través de la página www.elmalejemplo.com su asistencia y se ha sometido a la voluntad del artista, tanto a la hora de ser seleccionado como en el cumplimiento del “dress code”.
Joan Morey afronta de este modo el conflicto del elitismo del arte, lo acepta y juega a evidenciar el proceso de selección que se da “naturalmente” a la hora de acercarse al arte (¿contemporáneo?). ¿Sería otro el público asistente sin la estrategia de hacernos inscribir? En este sentido, su apuesta me resulta muy interesante, pero hace falta ver la problemática que supone. De entrada, la exigencia al público es elevada, se debe tomar la molestia de vestir de negro y “pedir permiso”, que no es poca cosa teniendo en cuenta que su papel acostumbra a ser pasivo. Además, los somete a una revisión “policial” a la puerta, a entrar uno a uno en la sala y obligarlos a estar de pie durante toda la performance… al fin y al cabo consigue incomodar e intimidar. A la vez, genera expectativas de “participación” que quedan frustradas en el transcurso de la performance.
¿En este sentido se puede reclamar? Joan Morey habla del uso del público en la performance, de crear incomodidad, provocar reacciones adversas, dominarlo… Pero una vez el público ha entrado en el espacio pasa a formar parte del “atrezzo”, y vuelve a asumir el papel pasivo que se quiere romper, no tanto como una manera de someterse al artista sino recuperando el papel de espectador de arte. ¿Dónde está el problema? ¿En el espectador que asume la pasividad (tan cómoda) tan pronto como se le permite? ¿En la incapacidad de la performance de generar reacciones? ¿Es la preocupación del artista romper esta dinámica? Indiscutiblemente consigue hacerla evidente. ¿Es suficiente?
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)