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La verdad

Magazine

09 març 2009

La verdad

El arte contemporáneo sigue siendo uno de esos pocos reductos donde el usuario se acerca sin dudar frente a lo ofrecido: El arte es verdad. Cine, literatura y arte contemporáneo se leen en este artículo desde el punto de vista de la verdad.


En un mundo donde los códigos de comunicación son cada vez más específicos y reconocidos, en un contexto global donde las plataformas tienden a asemejarse para formar parte de lo definido y lo comprensible, el arte contemporáneo sigue en posesión de una herramienta que no podemos desaprovechar: la presunción de verdad.

La aproximación a los periódicos y a los telediarios por parte de los espectadores pasa por la duda sobre el transmisor. Estamos mcluhanmente educados para asumir que el medio tiene también otros objetivos, otras presiones y otras voluntades que no únicamente la de transmitir la verdad. Frente a las imágenes, frente a los textos, frente a los artículos tomamos una distancia crítica que nos separa de la información en sí. Además, La simplificación de los códigos comunicativos por parte de los grandes oligarcas de la comunicación nos lo ha puesto bastante fácil.

El cine, la gran industria de la imagen, se alejó de la verdad para disfrutar de la economía del entretenimiento. El reciente interés por el documental define opciones para ir un poco más allá en el tipo de relación que se ofrece al espectador cinematográfico, aunque, por poner un ejemplo fácil, es significativo que el éxito de Michael Moore haya supuesto la carga contra el personaje, siguiendo con el tradicional método de matar al mensajero para poner en duda lo dicho. Por otro lado, las películas ”basadas en una historia real” difícilmente escaparán de los sistemas emocionales y las estructuras lingüísticas del cine. Estamos hablando de más de un siglo de definición de códigos para llegar a ciertos standards. Evidentemente, el cine sigue teniendo un enorme valor como fuente crítica, como reflexión sobre la realidad, también como marco para la definición filosófica, pero en pocas ocasiones la relación con las películas se basa en ”la verdad”. Tuvimos el momento de Dogma, donde von Trier y amigos decidieron dar la vuelta al cine para –precisamente- acercarse a la crudeza de la verdad, pero años y algunas excelentes películas después el mismo von Trier se acercaría al teatro (filmando en plató, explicándonos que tal lugar es una habitación y tal otro lugar es una calle) para, de nuevo, mostrarnos que el cine es la narración de historias que duelan, que se sienten emocionalmente mas que algo a observar desde una presunción de verdad. Además de Dogma también podríamos acercarnos al cinéma vérité, a Vertov, al cine antropológico, al neorrealismo italiano o a la improvisación fílmica entre otros, pero la narración, el conocimiento del medio por parte del espectador así como la pre-concepción de los tiempos dificulta la idea de verdad, de que aquello que observarmos es algo verdadero, que existe, que no presupone duda alguna.

La narración, y su asimilación a la fantasía y al estilo, así como la existencia de una malla predefinida en la que insertrar lo escrito dificulta enormemente el camino hacia la verdad a los escritores. Si mencionábamos las múltiples aproximaciones a la idea de verdad desde el cine no habría menos desde la literatura. Al contrario seguramente. La necesidad de encontrar y ofrecer ”la verdad” ha perseguido a múltiples escritores en infinitas ocasiones. De Borroughs a Trumbo, de Capote a Bukowski, de Salinger a Safran Foer el ejercicio de escritura está inundado de la voluntad de transmitir algo más que una supuestamente simple narración. El lenguaje escrito, además de la historia, se trabaja para que el momento de lectura sea ”verdad”, sea un ahora sin discusión posible.

El trabajo de los escritores (luchando también con la presunción de ficción que tiene la novela y el cuento, sería distinto si habláramos de poesía) es titánico comparado con el que debe realizar un artista para llegar a la idea de verdad. Seguramente, la no afirmación de códigos comunes y generales en el arte ha ayudado a que fuera de difícil consumo, pero al mismo tiempo lleva a no generar defensas por parte de quien recibe la obra; el lector lee una novela, el visitante de una exposición necesita descubrir lo que es la exposición en cada ocasión.

Y también somos bastante creyentes. Francis Alÿs paseando con una pistola es verdad, Rirkrit Tiravanija cocinando comida thai es verdad, el Metropolitan a oscuras de Rosalind Nashashibi es verdad, la Sudáfrica de David Goldblatt es verdad, los tatuados de Santiago Sierra son verdad, y Panzano de Rosa Barba es verdad. El ”problema” es que el salto al vacío de Yves Klein también es verdad, o la acción de Rudolf Schwarzkogler también será verdad para la mayoría de visitantes de museos de arte que hayan encontrado el registro de las dos piezas anteriores sin explicación alguna. Lo físico de los objetos también es verdad: Donald Judd, Richard Serra, Dan Flavin y un largo etcétera. Al objeto, toca sumarle el tiempo: o ¿acaso no queremos creer que los momentos de discusión que generan proyectos de contacto con ”comunidades” son verdad? ¿No son verdad el millón de años de On Kawara o sus pinturas de cada día?

A lo mejor aquí se encuentra la oportunidad. La ”plataforma arte” aún permite que lo presentado se observe desde la presunción de verdad y parece difícil marcar una distancia con los contenidos una vez superada la valla que rodea el peligroso mundo del arte contemporáneo. Quedan pocos espacios ”verdaderos”. Pero en el arte aún encontremos la facilidad para enojar mediante la verdad, o directamente ser verdad. A lo mejor la relación entre arte y verdad no aporta datos positivos sobre la funcionalidad del arte. A lo mejor no es necesario hablar de función al hablar sobre la verdad.

Director d’Index Foundation a Estocolm, comissari d’exposicions i crític d’art. Sí, després de Judith Butler es pot ser diverses coses al mateix temps. Pensa que les preguntes són importants i que, de vegades, preguntar vol dir assenyalar.

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