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El pasado 5 de febrero se inauguraba la serie de intervenciones de los Torreznos en el CA2M de Móstoles, con la obra Las posiciones. Es ya un clásico, pero aunque te la hayan contado o incluso si has visto una grabación, es imposible hacerse una idea del grado de mofa, desconcierto, euforia y desesperación (en todas sus combinaciones posibles y por episodios) que como público eres capaz de alcanzar con esta pieza.
Yo llegué tarde, después de unas largas vueltas en coche por los bulevares mostoleños, en plan performance privada y jugando con el tiempo para ir entrando en materia. En el centro cogí el ascensor, que muy amablemente me indicaba sin descanso que llegaba más de media hora tarde. Salí de allí caminando al ritmo del “veeintey-cuareentay-uuno-veeintey-cuareentay-uuno” que ya no podía sacar de mi cabeza y escuché aplausos. Como sabía a lo que venía no me desilusioné. La gente aun estaba motivada, así que no debían llevar más de cuatro o cinco minutos en ello. Estaba claro que estos aplausos no suponían el final de la pieza, no se trataba de la convencional muestra voluntaria de agrado y gratitud del público.
Después de un rato de ovación al tuntún, cuando empezaba a sentir un poco de agonía pensando en que quizá era un suicidio colectivo y aquello no iba a parar nunca, empezaron a proyectarse nombres propios en la pared del escenario. Eran los nombres de la gente que había llegado puntual. Los aludidos se iban levantando para saludar a su entregado público, que a cada nuevo ídolo ampliaba el repertorio de formas de exaltación. Guiado por los maestros de ceremonia, aquello acabó por convertirse en una cómica escena de autobombo del mundillo del arte madrileño (y parte del extranjero). Muchos nombres de artistas, comisarios, críticos, educadores, entre otras muchas profesiones, fueron apareciendo en el escenario y el resto aplaudíamos, coreábamos sus nombres a lo loco y silbábamos. ¡Ahí, para dar ánimos al sector! Que llega ARCO y las medidas camicaces de Wert tienen al personal asustado.
Salimos de allí con el subidón de saber que, como público, éramos la leche, que nos lo habían dicho los Torreznos. A la mañana siguiente ya se me había pasado el efecto, pero necesitaba comentarlo. De las inauguraciones más intensas y divertidas de los últimos tiempos. Para los que no consiguieron llegar o les pudo el derbi, aun quedan unas cuantas actuaciones programadas durante los próximos meses, reunidas en esta exposición sin un espacio concreto, y muchos al mismo tiempo, titulada Cuatrocientos setenta y tres millones trescientos cincuenta y tres mil ochocientos noventa segundos que, segundo arriba, segundo abajo, son los que llevan trabajando juntos Rafael Lamata y Jaime Vallaure. También se expondrán varios vídeos, pero, como decía, tienen un gran directo. A la próxima iré en cercanías, para ajustarme a los tiempos de esta muestra.
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