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Complicidades entre las ciencias sociales y el arte

Magazine

23 February 2009

Complicidades entre las ciencias sociales y el arte

Hasta el 21 de marzo se exhibe en la galería Nogueras Blanchard la exposición ‘The Secretary of the Invisible’ de Marine Hugonnier, compuesta por la última producción cinematográfica de la artista a lo largo del río Níger, en las tierras de las tribus Songhay. La pieza, que da nombre a la exposición, es un homenaje al cineasta y etnólogo Jean Rouch y a su labor en el campo de la antropología visual.


La película, de alrededor de 22 minutos de duración, relata el viaje que la artista realiza sobre el río Níger en las tierras de las tribus Songhay, acompañada de Damouré Zika, el actor principal de Rouch y Moussa Hamidou, quien fuera su ingeniero de sonido. Filmada durante el “Cinema Day”, festival anual de Niamey, la producción presenta un viaje en piragua por el río Níger que culmina con un ritual animista de los Songhay. La película da inicio con el recorrido por el río, tomas abiertas del paisaje intercaladas con conversaciones entre sus compañeros y comentarios de ella misma con voz en off. Vemos también escenas de niños que juegan a las orillas del río y mujeres lavando. Hugonnier relata que ha intercambiado su aparato de radio con el capitán de la embarcación por una máscara ritual procedente de Africa occidental con propiedades transformadoras, que denomina como el intercambio de dos objetos “transmisores de invisibilidad”. Siguen aquí las imágenes de un camaleón que a decir de la artista representan la idea de mimesis, del camuflaje y la invisibilidad como la habilidad del director de convertirse en un “ojo invisible”. Vemos después a mujeres y niños que maquillando sus rostros, van preparándose para el ritual. La película concluye con escenas de la ceremonia “Holley”, música y danzas que los Songhay realizan como ofrenda al dios del río.

En “The Secretary of the Invisible” así como en obras anteriores −”Travelling Amazonia” (2006), “Ariana” (2003)− Hugonnier realiza un trabajo a medio camino entre el arte y la antropología. A partir de elementos visuales plantea estructuras de investigación y reflexión afines a la etnografía (y a la generación de conocimiento desde las ciencias sociales) que en esta exposición en particular, aluden explícitamente -en su homenaje a Rouch- al campo de la etnología. En su discurso, la artista afirma hacer una reflexión en torno a la historia occidental, a su afán de dominación y a los dispositivos coloniales ejercidos sobre lo no occidental. Pese a este bienintencionado objetivo, muy probablemente el visitante no verá fácilmente esta reflexión crítica, sino las ya familiares imágenes del exotismo africano, de sus rituales, de sus cuerpos otros, de movimientos siempre asociados a lo tribal y primitivo. ¿Puede culparse al espectador por no ver la reflexión que la artista ha plasmado?

Vale la pena llevar la discusión al espacio mismo en que la artista se sitúa, aquel de las ciencias sociales, particularmente el de la etnología (o antropología). Debe recordarse que la antropología surge en el siglo XIX en una época de fuerte expansión colonial por parte de Europa, donde los estudios e investigaciones sobre otras culturas permitían un conocimiento de la alteridad con el fin de dominarla con mayor eficacia. Es así que las ciencias humanas han generado dispositivos de visibilidad que permiten extraer un conocimiento de los sujetos (para decirlo en corto, Foucault). En ese sentido, la crítica se dirige no sólo a la obra en concreto de esta exposición, sino al campo de trabajo al que ella hace referencia, a un discurso que no es congruente con sus prácticas y sus estrategias formales. No es suficiente decir ‘Yo digo que lo que hago, significa esto’, de la misma manera en que en el campo de la antropología de nada ha servido incluir el vocabulario políticamente correcto de la alteridad, la crítica a la hegemonía y la reflexividad de la mirada, conservando una posición privilegiada que ejerce dispositivos de visibilidad y exotización y que más que conocer, despojan al otro.

Hay una tendencia a producir documentales, investigaciones, discursos y productos tanto artísticos como académicos en torno a aquellos sectores de la sociedad considerados como conflictivos, anormales, exóticos o desfavorecidos (inmigrantes, pobres, indígenas, enfermos, minorías…). La estrategia es por demás paradójica: para evidenciar el sentido colonial de occidente hay que volver una y otra vez a ‘no occidente’ para ‘denunciar’ (cual Robin Hood que redime) lo que la mirada colonial ha influido en los nativos de otras tierras. Para defender a los ‘anormales’ y defender su derecho a la diferencia, los ‘normales se reservan el derecho a darles voz. Los otros con sus rituales de catarsis exótica son contemplados en el ámbito seguro y cómodo de una sala donde la alteridad no es problemática.

Contra esta captación exótica de la alteridad, la antropología urbana ha llevado a cabo un giro que en su sencillez es sumamente radical. A decir de Manuel Delgado, el antropólogo no detenta la autoridad para actuar sobre las rarezas sociales y las extravagancias culturales, su campo es el de la vida cotidiana de personas ordinarias que viven en sociedad (estableciendo cierta similitud con aquella operación Dada en Saint-Julien-le-Pauvre, indagando aquello que por ser familiar era desconocido, dirigiendo la mirada a lo banal). Por decirlo en palabras de Augé, ‘tal vez una de nuestras tareas más urgentes sea la de aprender a viajar, en todo caso, a las regiones más cercanas a nosotros, a fin de aprender nuevamente a ver’.

Cuando las estrategias formales no son capaces de realizar un giro verdaderamente radical no hay trasgresión sino repetición de la mirada exotizante por otros medios, mucho más sofisticados y blindados como los del discurso que se presenta a sí mismo como crítico. En el fondo, la pregunta (persistente y no resuelta) tanto en el arte como en las ciencias humanas, es una: ¿cómo ser formalmente radical y no sólo conceptualmente semicrítico?

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