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El futuro (primer largometraje de Luis López Carrasco, del colectivo cinematográfico Los Hijos) es una película de bajo presupuesto ambientada en el pasado que trata sobre la situación presente. Estamos ante una de esas producciones cuya centralidad gira alrededor del concepto de tiempo, o temporalidad. La alocución de Felipe González el día en que el PSOE gana las elecciones en 1982, inaugurando una nueva era en la historia de España, da paso al interior de una fiesta en un piso; jóvenes vestidos al estilo de los ochenta conversan, beben y bailan mientras suena la música ultrapop de grupos españoles como Ciudad Jardín, Aviador Dro o Ataque de Caspa, entre otros. Como en toda fiesta, la música ahoga las palabras. No hay una trama identificable, ni tampoco ningún protagonista definido ni nada parecido. Lo que se registra es un ambiente.
El futuro toca un tema sensible en la historia reciente de España, que no es otro que las distintas asincrónicas surgidas entre una modernidad estética en lo cultural (lo que se entiende como “lo moderno”), y los procesos de modernización y progreso salidos de los modelos socio-políticos de la Transición, y que tienen en la victoria socialista del 82 uno de sus hitos. De la contracultura a la “Cultura oficial” hay a veces una levedad. Y esto sucede con la Movida Madrileña, el objeto analizado y sobre todo inquirido.
Esta Movida Madrileña es aquí todo un “fantasma semiótico”, aquella definición acuñada por William Gibson que describía esos “trozos de imaginería cultural profunda que se han desprendido y adquirido vida propia”, o dicho de otro modo, espejismos populares referidos a una cultura concreta. Aunque Gibson se refería a la imaginería de la ciencia ficción, su aplicación es válida para cualquier representación del pasado convertida en arquetipo porque, ¿qué es ahora la Movida Madrileña sino un gigantesco y oportuno cliché que reaparece una y otra vez cual espectro que vaga?
Formalmente las intenciones quedan claras desde el comienzo; rodando en la obsolescencia de la película en celuloide de 16 mm se consigue una textura borrosa y una pátina pictórica que nos remite al periodo y a la atmósfera que pretende registrar. El formato de la imagen es cuadrado. El enfoque-desenfoque de muchas de las imágenes de la fiesta adquiere una dimensión metafórica, en sintonía con la representación fantasmagórica pop que se traslada.
La búsqueda de realismo combina sutilmente la precisa periodización con el instante atemporal, suspendido en el tiempo. En vez de “ficción” o “documental”, podría decirse que El futuro es el documento saliente de una situación real ambientada estilísticamente en el pasado; una “cápsula de tiempo” de imágenes imperecederas, fragmentos congelados que aspiran a ser rescatados en otro tiempo y lugar.
Ésta es una película con varías categorías, incluso contradictorias; modernista en tanto que es reflexiva o consciente de sus propios procedimientos, a la vez con una forma compacta, autónoma y un tanto atemporal; posmodernista pues periodiza mirando al pasado, aunque no ya con la nostalgia del “film-pastiche” y demás rasgos típicamente posmodernos. Más que un anhelo por tiempos no vividos (Luis López Carrasco y algunos otros de los participantes en este filme nacieron al comienzo de los ochenta), lo que aflora es un reproche a lo heredado. Una crítica ante un futuro arrebatado desde el pasado.
Ante la falta de un archivo de imágenes que sirviera para definir una época (más allá de Almodóvar, La edad de oro y demás), el director ha tratado de producir su propio material como si de un objet trouvé se tratara. Pero el problema con el found footage es que, o es o no es (metraje encontrado). No hay medias tintas, a no ser que se juegue con la verdad, aunque esto requeriría de toda una verosimilitud, un trampeo, que aquí no se da, ni tampoco necesita. (Pienso por ejemplo en L’Ambassade (1973) de Chris Marker, como documento supremo entre el documental y la ficción).
Cuando mejor funciona El futuro es cuando la pensamos como un “sustituto” de un archivo inexistente, aún sabiendo en todo momento el terreno que pisa. En mitad de la película sí que se incluye una serie de viejas imágenes de familia sacadas de la basura y que conectan con la España franquista de los sesenta y setenta, las décadas en las que esos mismos jóvenes de los ochenta eran todavía niños, mientras suena “Nuclear sí” de Aviador Dro. Una fascinación esteticista se acrecienta en los últimos compases, en una innecesaria hiperbolización de la forma y el contenido, pues el “mensaje” ya ha permeado de la mejor de las maneras; arriesgando, interrogando y también, deleitando.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)