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Cuando todavía no se han apagado los ecos mediáticos del funeral en Sudáfrica de Nelson Mandela, persiste el misterio sobre la identidad del falso intérprete de lenguaje de signos para sordomudos. Al parecer, se encuentra en proceso de búsqueda y captura. Igual que un malhechor. Desde que saltó a la palestra mediática, este supuesto impostor ha despertado simpatías en medio mundo. No es condescendencia lo que genera sino, como se dice ahora, respect. “Genio”, “artista”, “performer”: así le califican en las redes sociales. La prensa, sin embargo, habla de un desequilibrado, un esquizofrénico. Lo cierto es que él solito, cualesquiera que fueran las causas que le llevaron a ejecutar semejante ritual, ha conseguido introducir un genuino momento de extrañamiento brechtiano y mediático en el interior de toda la hipocresía mundial reunida para la ocasión. La nota discordante e imprevista sirve, en cierto modo, como revelación de verdad.
Hemos asistido a una de las mayores celebraciones de la sociedad del espectáculo, y lo hemos hecho en un funeral. No es ni la primera ni la última celebración mediática de un hecho luctuoso. Sin embargo, pocas dudas caben para considerar no el funeral, sino el tinglado montado alrededor, como uno de los acontecimientos más vergonzantes para el ciudadano medio: el empobrecimiento de la política mediante su espectacularización banalizada. Las “otras” noticias del encuentro mundial de líderes políticos se llevan la palma; la consagración del vanidoso concepto del Selfie; el comentario inútil y el sexismo en el periodismo; y sobre todo, para rematar la comedia, alusiones sonrojantes sobre la emoción que embarga estar en el escenario de los últimos campeones del mundo de fútbol.
La vieja descripción posmoderna heredera del post-estructuralismo tenía en la “jungla semiótica” una acertada metáfora de la ciudad como un sistema-espacio a decodificar. A la luz del desarrollo del tubo catódico en su equivalente cibernético, la ciudad ha pasado a ser una totalidad abstracta y global llena de significantes a decodificar. No sabemos si considerar a este libre-traductor de signos como un dignísimo representante del sistema semiótico en el actual desorden mundial, o cogerlo como delegado del desorden semiótico en ese sistema-mundo. Las nuevas Mitologías (con M mayúscula) se encuentran en estas narrativas de lo cotidiano.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)