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Magazine

08 September 2014
La inquietud discordante y lúdica: Ajoblanco revisitado


Ahora que estamos en una sociedad en la que la esfera líquida nos aboca a hacer todo maleable y prontamente caduco —haciendo de la copia y la apropiación el motor principal de la creación y de la singularidad— parece que necesitamos recordar que hubo un tiempo anterior en el que la crítica audaz frente a lo que se producía poseía el objetivo común de llegar a una verdad que posibilitara un mundo mejor. Una época en la que la negatividad imponía una autenticidad e innovación constante; ahora la originalidad ya es no es una condición sine qua non para producir. No pretendo hacer una ejercicio de nostalgia, no hay nada más inútil que la nostalgia, esa forma de recuerdo de que todo tiempo pasado fue mejor. Tal vez fue mejor, o tal vez no, pero el acordarse no sirve de casi nada, en tal caso para, al compararlo, poder comprender con un poco más de claridad el presente que nos circunda en el que la pose supera al contenido.

Ajoblanco apareció en un tiempo en el que el desencanto propio de la posmodernidad todavía no había surgido en la sociedad española, espoleada en aquella época por un halo de optimismo surgido del inminente final de la dictadura franquista. Como el título de la muestra indica —«Ajoblanco. Ruptura, contestación y vitalismo», en el Centro Conde Duque Madrid— la revista emblemática de los estertores del franquismo primero, y del siglo XX después, se proponía que al igual que sus componentes, sus lectores viviésemos intensamente la cultura desde un posicionamiento abierto y a la contra de la corriente general y que ahora denominamos con el anglicismo «mainstream».

La exposición recorre temáticamente la trayectoria de la publicación, 180 números y 30 especiales que se distribuyen en sus dos épocas: de 1974 a 1980 y de 1987 a 1999. Ambas se dividen en varios ámbitos temáticos, diferentes en uno y otro periodo. En la «primera Ajoblanco» se encuentran: 1 – Editos (los editoriales de Ajoblanco); 2 – Manifiestos; 3 – Teatro, música, fiestas populares y carnaval; 4 – Cloaca. Infociudades (caja de resonancia sobre lo que sucedía fuera de la realidad oficial); 5 – Llamadas y colectivos; 6 – Personajes (filósofos, artistas, músicos o cineastas, ciudadanos de a pie); 7 – Conflictos y tensiones carácter contestatario; 8 – Geografía ajoblanquera «Ir a las provincias»; 9 – Visiones del mundo (dosieres temáticos); y 10 – Cultura libertaria. En esta sección museográfica vemos una Ajoblanco que es acción de la experimentación, una posición más carnal que se empapa como una esponja de las corrientes que se mueven alrededor de las fronteras para inyectarlas en una sociedad de balbuceos democráticos. Se trata de llegar a lo intelectual a través de un proceso de índole sensorial, que convierte a la publicación en una suerte de epitelio de la vida cultural de la época.

Unos años más tarde, la «segunda Ajoblanco» ha crecido, evolucionado, se ha hecho profesional. Adquiere una perspectiva periodística que olvida el colectivo para centrarse en lo individual, influida por la pérdida de inocencia de una democracia en la que salen a la luz los primeros casos de corrupción política. Los ámbitos temáticos bajo el paraguas en el que se presenta esta segunda época desembocan en: 1 – Cosmópolis (análisis de la ciudad contemporánea); 2 – Observatorio de las ideas (reportajes monográficos y de investigación, derivado de los dosieres de la primera época); 3 – El arte; 4 – Conversar es divino (la entrevista de Ajoblanco); 5 – Madrid versus Barcelona; 6 – Tout est politique (el efecto de la corrupción en la sociedad y la política española); 7 – Mundos sonoros (la relevancia de la música); 8 – Los escritores de Ajoblanco; 9 – Ágoras (debates temáticos con interlocutores especializados). Como se constata, la revista nunca deja de ser beligerante con lo establecido y no contestado, pero el sueño de la culminación de una sociedad bajo los valores libertarios parece quedar cada vez más dentro del limbo utópico. La acción de la provocación ha dado paso a una acción de corte analítico.

Los dos épocas completan el devenir de una revista que fue más que una publicación periódica y que comenzó a gestarse en enero de 1973. Unos tuvieron la oportunidad de conocerla desde sus comienzos; otros, como es mi caso, únicamente llegamos a la segunda época. De esta forma, cuando esta exposición invita a cuestionar: «¿Qué pervive hoy del espíritu ajoblanquero y, sobre todo, cómo podemos rescatarlo?», descubrimos que la pregunta, como no puede ser de otro modo, incomoda. Y lo hace por dos razones: una, porque es fiel a su espíritu contestatario; y dos, porque nos obliga a echar una mirada crítica hacia atrás que rebota en nuestro presente. Esta muestra de y sobre Ajoblanco se estructura sobre una concepción que franquea la historia de sobra conocida de la revista. Reúne lo pasado con lo actual y hace que nos demos cuenta de lo substancial que es verse en el espejo anterior. Con más razón, si cabe, en esta época en la que una memoria virtual transforma nuestra relación con las cosas inmateriales.

Las dos etapas en las que se desarrolló Ajoblanco respondían a un tiempo en el que se podía ser un impostor pero no un mentiroso. Hoy en día, sin embargo, se ha perdido el aura que dotaba a la figura del primero de una perspicacia que nos hacía avanzar a través del acontecimiento comunicativo que representaban publicaciones como esta y todo un compendio de desacomplejadas motivaciones que llevaban a la acción cultural en general. Quizás, por ello, es realmente necesario este regreso. Se necesita un texto que dirija, como exponen Beaugrande y Dressler[[Beaugrande, Robert-Alain de, y Dressler, Wolfgang Ulrich, (1997) Introducción a la lingüística del texto. Barcelona: Ariel. (p. 9)]], la «actividad interpretativa de los usuarios mediante cierto nivel de entropía» y desde, yo apuntaría, un espacio constituido de excepciones subsumiendo el pasado. De esta forma se podría considerar este homenaje como una actualización ajoblanquiana abierta a malinterpretaciones creativas que nos convierta —en contra de la opinión de Harold Bloom, quien en El canon occidental (2009), postula que la creación no es una realidad social— en mejores ciudadanos prevenidos de las ideas preconcebidas que tenemos sobre nosotros mismos y que nos impiden —como apunta Philip Zimbardo en su libro El efecto Lucifer (2008)— el ver nuestras similitudes con los demás.

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