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Como correlato de la exhibición Speculations on Anonymous Materials en Kassel, Armen Avanessian y Matteo Pasquinelli organizaron en Berlín el simposio filosófico titulado, sumariamente, Accelerationism. Aunque la exhibición misma tiene un correlato en su propio simposio, previsto para enero y también organizado por Avanessian, el simposio berlinés contó con su propia exhibición, titulada 14.12.13 en homenaje al calendario gregoriano. La exhibición con su simposio y el simposio con su exhibición constituyen la luna de miel septentrional entre la escena del arte post-internet radicada en Berlín y algunas tendencias del llamado giro especulativo en filosofía.
“Cuando mucha gente que normalmente piensa de modos distintos empieza a caminar en la misma dirección, es que se está formando una burbuja.” La frase de Felix Salmon puede explicar conductas no solo en los mercados financieros, también en los del conocimiento. La disparidad de intereses y pretensiones intelectuales, la euforia arrítmica por el presente, las referencias veloces a filósofos de lectura lenta, a razón de siete u ocho por párrafo, el name-dropping como principio de estructuración del cosmos son motivos parciales si se busca explicar el desmesurado intento de poner bajo el mismo techo el giro especulativo y el llamado arte post internet.
No es que falten puntos en común; es que el intento de extenuar el presente, ocupándolo con un marco de ideas que necesita del despliegue permanente de muestras grupales y antologías filosóficas de temporada parece más cerca de la lógica de los festivales que de un verdadero cambio de hora en el reloj histórico. La crítica es intrínseca a las mismas tendencias criticadas, con su enamoramiento de los agentes no humanos, su veneración por el síndrome de Asperger y sus visiones de grandes paisajes ocupados por objetos que se repliegan de la superficie. Y sin embargo, tanto el giro especulativo como el arte post internet se parecen más a la histeria que al Asperger, y más a la comida rápida que a cualquier otra cosa: demasiado lejos de la universalidad y demasiado cerca de la industria cultural, para decirlo con las palabras de un ex presidente mexicano.
Como en todo, la industrialización de la novedad es muy parecida al agotamiento de la novedad, y el simposio aceleracionista lo expresó a la perfección en las palabras desencantadas y flemáticas de Benjamin Noys. Tanto énfasis en las figuras más gastadas de la industria tecnológica clásica, como la Ley de Moore, solo ofrecen una forma catártica de nostalgia. Una curiosidad liminal es la falta de problemas que escapen del más estricto análisis sociológico del presente de parte de una corriente de la filosofía que se enorgullece de enfrentar nuevos objetos más allá de los límites que imponen la conciencia, el lenguaje o el “constructo social”. Pero la repetición monotemática de la forma en que la tecnología cambió las relaciones de producción no solo no está exenta de la crítica, sino que parece haberse convertido en un cliché tan enervante como lo fue en su momento el psicoanálisis: cualquier argumento termina bien con una referencia a los sistemas o a los algoritmos-de-algo. Hay que decir, con dolor, que hasta Derrida tenía un espectro de temas más amplio que los metafísicos actuales.
Un sistema de ideas que suena tan nuevo como Paul Virilio encubre sin embargo a algunos de los artistas más fuertes del momento. Pero queda en evidencia que la fuerza va en otra dirección. El caso de Katja Novitskova (foto) es llamativo, con sus fotografías de objetos naturales copiadas y cortadas sobre planchas de aluminio, sostenidas incómodamente por parantes. La relación entre el dispositivo de exhibición y las interfaces gráficas de edición resulta poco menos que obvia; pero el resultado son objetos de altura humana que actúan frontalmente, pero haciendo visible la torpeza de su soporte físico. La tercera dimensión y la relación con el cuerpo del espectador ponen a los trabajos en una órbita especial distinta de la interface gráfica, desde la cual varios de los petulantes principios de construcción del arte post internet se pierden en la distancia. Los “muchachos”, como la artista les dio en llamar, parecen encarnar una discusión inmemorial con Michael Fried más que un enésimo llamado a las armas digitales. La experiencia de merodear alrededor de ellos depara un interrogante, no necesariamente feliz, pero en todo caso irreductible a los tópicos de la fruta cortada, la impresora 3D y las gorritas de equipos de baseball en los que el arte post internet se autoreconoce como un heredero del presente.
El mismo caso es válido para algunos de los filósofos sobre los que la mancha de la novedad especulativa, en la forma de una histérica cantidad de antologías y conferencias, parece ensañarse especialmente. Recordemos solo a Graham Harman, uno de los mentores: el filósofo que compara una larga noche de sueño reparador con la suspensión de las conexiones con el mundo exterior y el regreso ontológico a la esencia.
Detrás de la euforia, algunos artistas están pensando problemas propios, que no se agotan en las conversaciones del momento. Solo algunos; muchos, no. Algunos a los que el largo sueño de Harman parece conceder sus efectos benéficos.
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