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02 April 2007
“Le style, c’est l’homme même”

En nuestro contexto artístico plural, la vivencia y el valor de lo individual en el arte se convierten en punto de partida de la creación o en ácida ironía. En Girona convergen dos aproximaciones distintas que abordan el tema de la experiencia personal como propuesta artística.


Hasta el próximo mes de mayo convivirán en Girona dos exposiciones de factura muy diferente y mensaje opuesto. Por un lado, la Sala de Exposiciones de la Rambla presenta -hasta el 6 de ese mes- dos proyectos de Núria Güell: “Experiencias CaravanaNatura” y “Resquicios del siglo de la libertad y del progreso”. Por el otro, la Fundació Espais d’Art Contemporani –y hasta el día 5- expone una monográfica del artista californiano, pero afincado en Barcelona, Art Larson: “La volta del pixapins” / ”La vuelta del dominguero”. La oposición a la que me refiero radica en las respectivas estrategias de mitificación y desmitificación de la experiencia como propuesta artística. Dos miradas distintas al acto de creación y al rol del artista: un sugerente diálogo que invita a visitarlas conjuntamente.

“Experiencias CaravanaNatura” recoge los resultados de un proyecto que se llevó acabo el verano pasado, de junio a septiembre de 2006. Los participantes tuvieron la oportunidad de habitar -por un período de tiempo determinado- una “caravana huevo” estratégicamente emplazada lejos de toda vida urbana. En la Sala de la Rambla, Núria Güell dispone con gracia y honestidad el conjunto de experiencias vividas por los diferentes usuarios del proyecto: grabaciones (de vídeo y audio), fotos, apuntes y demás elementos que ellos mismos registraron. Es el rastro de un día a día que busca enfrentar al hombre con su propia identidad. De ese reconocimiento parte Núria para transformarlo en material artístico. Larson se sitúa en el otro extremo, en la denuncia de la experiencia-vivencia como simulación, como producto artístico manufacturado. La Fundació Espais ha seleccionado un total de once obras –la más antigua del 2003- entre las que encontramos cintas en SUPER-8, fotografías y muchos dibujos próximos a los storyboards cinematográficos ya que, en ocasiones, son esbozos y secuencias de los mismos vídeos expuestos. Todo ello tiene en común la precariedad expresa de los materiales, un low-tech al servicio del mensaje. Y es que Larson se basa en eso y en el humor (parodia y sarcasmo a veces) para desacreditar los grandes pilares de la modernidad. Si el contenido de su obra es queridamente intranscendente, la resolución formal deberá ser, también, obsoleta y ridiculizante.

Así pues, construcción y deconstrucción de lo experiencial, pero que en cualquier caso resulta de poner en práctica diferentes procedimientos formales y conceptuales.

En el primero de los casos, Núria Güell habla explícitamente de “archivo de experiencias”, con lo que tiene de paradójica esta expresión. En efecto, la experiencia se hace tangible, se concreta en un objeto con poder evocador. Para ello Núria se basa en la documentación material generada a partir de las vivencias de los inquilinos temporales de la caravana, en su constancia física y presencia real, y en el valor de verdad que encierra ese registro. Registro como ritual no como fetiche, ya que almacenar y presentar inviste a ese objeto con una autoridad indiscutible. La experiencia en sí terminó, fue algo acotado en el tiempo, pero dejó a su paso vídeos, álbumes de fotografías y diarios personales que son testigo de ese momento. Es a partir de lo concreto y personal que al visitante se le ofrece la posibilidad de espiar en la intimidad de un usuario anónimo, de compartir y re-actualizar esa memoria. Dando visibilidad a todos estos elementos, Núria Güell logra trazar un arco que va de la vida al arte, y ofrecer nuevos parámetros para redefinir esta relación. Es, por lo tanto, un trabajo de subrayado y selección de pequeños instantes vividos que merecen ser dignificados.

En el caso de Art Larson se ponen en juego mecanismos diferentes para deconstruir pieza a pieza la legitimidad de la experiencia. Se podría decir que recorre el camino inverso: parte del arte como constructo y simulacro, y regresa a lo cotidiano con todo lo que tiene de indiferente y anodino. En una palabra, nos representa una rutina en lo que nada sobresale y todo es igualmente mediocre. En este contexto, Larson busca evidenciar y desenmascarar el artificio que hay en la construcción de la figura del creador, y la mitología de carácter romántico, moderno o postmoderno que lo respalda. Larson propone un ejercicio de inversión de la épica emancipadora y de la naturaleza sublime que históricamente se ha atribuido al arte. El blanco de su crítica es el artista, a quien despoja de heroicidad y trascendencia. En su lugar: el elogio de lo torpe, vulnerable y chusco. La experiencia, como garante de la veracidad y dignidad artística, queda reducida a un anecdotario de acciones delirantes, cuando no aburridas. Un ejemplo, el vídeo “El mundo vía Frankfurt” (2005), que logra la complicidad del público por remitir al imaginario colectivo, a esa iconografía entre kitsch y pueblerina de las cervecerías. Éste es el tipo de cosas que no se cuentan, momentos que no pasarán a engrosar la épica de nuestras vidas. De ello, mejor no dejar rastro. Como escribió Eco, Larson mira al pasado de la historia del arte “con ironía, sin ingenuidad”.

Núria Güell, rescatando al hombre del exceso de la vida moderna para reconducir su mirada al interior, y Art Larson, un outsider hecho a sí mismo, a conciencia y voluntad. Cada uno a su manera nos remiten a la célebre máxima de Buffon “Le style, c’est l’homme même”.

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