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Arte, utopía, deseos de crear otros modelos y, siempre presente, economía y mercado. Las fronteras , si alguna vez lo habían sido, no son nada claras. En el momento de la velocidad política y el cuestionamiento de la economía global, de la migración constante y la aparición de propuestas que siguen las dinámicas impuestas por el contexto, resulta positivo tomar una pausa aunque sea para aventurarse en el escabroso mundo de lo desconocido y lo espiritual. Aunque sea para recordar que, al fin y al cabo, no todo es tan propio ni programado, ni responde a las dinámicas que hemos definido durante las últimas décadas.
En un mundo político definido en mesas de reuniones después de guerras y tratados, apareció ya en el 1992 el Reino de Elgaland-Vargaland. Un proyecto artístico de larga duración que supone la creación de un reino que se apriopia del espacio fronterizo entre distintos países. El reinado bicéfalo de esta construcción “institucional” está formado por sus majestades Carl Michael von Hauswolff y Leif Elggren, y el país ha ido creciendo a lo largo de su corta historia: Distintas embajadas ondean la bandera de Elgaland-Vargalan por el mundo, Su himno ha sido interpretado por distintas agrupaciones musicales y casi 800 personas han recibido la ciudadanía. La apropiación de los límites no únicamente se realiza en el espacio físico sino que también aparece en zonas más pantanosas: Elgaland-Vargaland se apropia del tiempo entre la vida y la muerte, de lo indeciso e impalpable, del mundo de los espíritus y el más allá.
Paralelamente a la última edición de la Bienal de Venecia, Elgaland-Vargaland realizó una de esas infinitas participaciones laterales que inundan Venecia por el mero hecho de ser Venecia en el tiempo de la Bienal un sitio de supuesto reconocimiento (y un campo desde el que acceder a subvenciones y ayudas con más facilidad). En su caso, deciden agenciarse de la Isola di San Michele, isla-cementerio, espacio imposible que recuerda impertinentemente la precariedad y fragilidad de lo terrenal.
La presentación del proyecto ha sido realizada en una galería comercial (arriesgada, con mentalidad de no seguir necesariamente las reglas del juego, pero galería comercial con todo lo que supone) mostrándose trabajos artísticos tanto de los dos reyes del país (más que reconcidos en contextos de experimentación sonora) como de otros “integrantes” del país como Jan Håfstöm y Maarja Lena Sillanpää. La exposición combina explicaciones generales sobre el pais (todo convertido en obra vendible: la bandera, la constitución, las distintas interpretaciones del himno, series de sellos postales…) con obras (dibujos, fotos e instalaciones) que remiten a la idea de la Isla de san Michele y su relación con el mundo de los muertos.
El proyecto se mueve entre la ironía, la locura y la creencia absoluta en otras posibilidades pero sin dejar de lado lo pragmático. Y aquí entra el mercado sin que el proyecto en sí quede afectado. Seguramente será por el carácter supuestamente libre de las dinámicas políticas de hoy, por tratar la política desde una óptica muy distinta a la que estamos acostumbrados en el contexto artístico y por ser algo que no busca convertirse en juez del bien y el mal, superando elementos moralizadores en los que fácilmente se cae desde algunos ámbitos de la aproximación política desde el arte. Y quien habla del mercado como contexto cargado de significado podría hablar también de las grandes exposiciones temáticas, de los festivales y los distintos contextos creativos en que también podríamos poner en duda los objetivos reales de varios proyectos. Trabajar en los márgenes, como el caso de Elgaland-Vargaland, supone estar en los márgenes de todo y marcar los propios ritmos.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)