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Siempre es complicado hablar de la obra de alguien, no importa la disciplina. El hecho de colocarse en frente del pensamiento de una persona es un riesgo sensible e intelectual que todos experimentamos. Pero cuando, además, se trata de un artista ya incluido en el discurso de la historia del arte, no puedes impedir que el temor de quedarte sin palabras se apodere un poco de ti. Sin embargo, si acogemos el acontecimiento como una celebración, las frases y las acciones vienen y van, se transforman en algo que no está, se quedan en el interregno del «lejos», palabra clave en la obra que ahora me sobrecoge, la del artista brasileño Cildo Meireles, pues la muestra que presenta el Palacio Velázquez hasta el 29 de septiembre celebra, precisamente, el Premio Velázquez que le fue concedido en 2008.
Comisariada por João Fernandes, esta fiesta artística expone más de cien trabajos (instalaciones, dibujos, esculturas y piezas sonoras), entre las que se han reproducido varias de sus instalaciones más relevantes, algunas de las cuales nunca se han mostrado con anterioridad, como es el caso de ‘Amerikkka’ (1991-2013). Además de esta obra, conforman el eje de la exposición ‘Abajur’ (1997-2010), presentada en la Bienal de Sao Paulo de 2010 y ahora vista por primera vez en Europa, ‘Olvido’ (1987-1989), y ‘Marulho’ (1991-1997). También son inéditas las obras ‘Pares Impares’ (2012-2013) o ‘Esfera Invisible’ (2012-2013). Para contextualizarlas, la muestra acoge proyectos históricos de Cildo Meireles como ‘Arte Física’ (1969) e ‘Inserções em Circuitos Ideológicos’ (1970), ‘Cantos: Espacios Virtuales o Volúmenes Virtuales’ (1967-1981). Obras inéditas e históricas ambas asentadas sobre una actitud crítica acerca de la práctica de la dominación mediante los flujos ideológicos y económicos.
La posibilidad de hacer algo que luego puedas dejar a los demás es una constante en la vida de cualquiera de nosotros, pero esto que puede parecer algo obvio, adquiere en el trabajo de Meireles un transfondo ontológico materializado por una preocupación extrema en que el público no erudito sea capaz de entender lo que está viendo. El poder de la seducción de sus entornos lacónicos se pone al servicio de una postura crítica con la Historia de la humanidad, herramienta servil de los poderes coloniales norte-sur. Un arte que en principio ha sido clasificado como político y que el propio Meireles ha justificado por no tener la oportunidad de ser poético. Algo discutible ya que lo que distingue a este creador es su gran capacidad de síntesis a la cual llega mediante un uso locuaz de la metáfora, y, ¿qué es la metáfora sino poética? Dice Carmen Bobes en su libro ‘La metáfora’ que “no es lo mismo partir de la idea de que la metáfora es un rasgo de estilo, voluntario y con finalidad de ornato, que partir de la idea de que es la única forma de expresión posible para un contenido que de otro modo resulta inefable”. Cildo Meireles entiende y explora este segundo planteamiento hasta hacer de sus obras «presencias» sensoriales que implican a la vista, al olfato, al tacto, al gusto y al oído del espectador con el fin de llegar a su memoria pues, como el propio creador ha expresado, la memoria es el mejor lugar para el arte. Con ello, Meireles no solo nos está contando una historia, sino que provoca en nosotros una conducta narrativa que consigue conectarnos éticamente con lo que nos rodea.
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