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Que el documental es un género de plena actualidad está más que demostrado, aunque que el futuro creativo del cine pase por su revitalización está todavía por probar. Obras como la recién estrenada The Act of Killing (2012) de Joshua Oppenheimer, Christine Cynn y numerosos anónimos, se encargan de allanar el camino. Este documental sobre los efectos en el presente del genocidio que siguió a la represión del intento del golpe de Estado en Indonesia, en 1965, contada en primera persona por sus verdugos cuarenta años después, bien merece la atención. En una entrevista reciente, Oppenheimer relata cómo llegó a Indonesia en 2001 para rodar un encargo sobre el sindicato de una plantación vinculado a los supervivientes de aquellos hechos, todos ellos estigmatizados como descendientes de comunistas. Ante la peligrosidad de grabar a aquellas personas, el director observó que cuando el foco se dirigía hacia el otro lado, hacia los que ahora ostentan el poder, todo eran facilidades. Esto le llevó a cambiar el punto de vista y comenzar a indagar en la historia de Indonesia: era como si los Nazis hubieran ganado la guerra y aún controlaran Alemania.
La habitual identificación con las víctimas de cualquier documental pro-derechos humanos queda de esta manera invertida. Al centrarse en los verdugos, en esa “banalidad del mal” a la que se refiriera Hannah Arent, el director golpea doblemente. Lo que se ofrece a Indonesia es un espejo deformante donde poder mirarse. El cine adquiere entonces una función política, al confrontar la consciencia reprimida de una sociedad sostenida en la brutalidad de un pasado que obsesiona y modela el presente. El documental no ha gustado a las autoridades del país.
Resulta difícil ver The Act of Killing como un ejercicio meramente político sin antes reparar en las profundas complejidades psicológicas y morales. Anwar Congo asesinó al menos a mil personas. Él era un gangster, un “free man” (como les gustaba y todavía les gusta auto-definirse). Un Congo ahora abuelo feliz recrea las ejecuciones en los lugares en los que se realizaron pautándolas con un paso de cha-cha-cha. Sus métodos de tortura pueden dividirse según géneros cinematográficos: pelis de gangsters, western, musicales de Elvis… Sin embargo, a pesar de la impunidad, las pesadillas nocturnas lo asaltan. Congo pasa de representar su rol de torturador a posicionarse en el papel de víctima no sin antes representar sus pesadillas. Cuando Congo suplanta a sus víctimas está intentando lavar su conciencia sintiendo lo que éstas sintieron, hasta que una voz detrás de la cámara, el propio realizador, le recuerda que sus víctimas se sintieron mucho peor, pues él está únicamente actuando.
Se ha hablado de surrealismo a propósito de esta película. Posiblemente por su sobredosis de realismo. Cualquier teoría sobre la performatividad debería fijarse en el proceso psicológico de estos hombres que deciden usar la excusa de una película para sus propios fines: aquí, el concepto de re-enactment adquiere un significado exacto. Esto es, se trata de un ejercicio de subjetivación a través de una representación artificial no impuesta sustentada en una apropiación (del aparato fílmico, del espacio del teatro) que intenta reconstruir unos hechos históricos. Lo que distingue a este re-enactment de otros intentos de reconstrucción históricos es la auto-conciencia que la posibilidad de la representación ofrece para moldear el pasado. Cuando se produce esta auto-consciencia, añadida a la idea de staging, es cuando la representación deviene en un escenario donde performar. La regla de oro del documental de actuar como si la cámara no existiera, o la de mostrarse al natural, se va entonces directamente al garete. Ellos sobreactúan para la cámara. Para Congo, Herman y los demás “actores”, el secreto del éxito del filme que están realizando estará en la búsqueda del mayor realismo posible, la recreación de la crueldad al detalle. Método Stanislaski en lugar de distanciamiento brechtiano. The Act of Killing ofrece una magnífica reflexión sobre la conciencia humana y sobre el inhumanismo de la guerra, así como abre una vía a explorar sobre los secretos del arte y su representación.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)