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Con motivo de los diez años de proyecto, MACBA dedica una exposición a megafone.net, un trabajo en el que Antoni Abad incorpora la preocupación por el espacio de sus obras anteriores a través de una cartografía pública digital para la autorrepresentación de diferentes colectivos en riesgo de exclusión social. He tenido la oportunidad de encontrarme con el artista para preguntarle por este proyecto y otras cuestiones. Antoni Abad habla sobre el cambio de posición que ha supuesto este proyecto, pues en su primera época como artista su vida consistía en estar en el estudio pensando en lo sublime; sin embargo ahora, estos trabajos le permiten estar en la calle con gente que tiene los pies en el suelo, gente a la que no hubiera tenido la oportunidad de conocer de ninguna otra manera: “Yo no cambio una conversación con un taxista de México por una conversación sobre arte, que es la misma en todas partes.”
En relación a ciertos posicionamientos en la esfera artística que defienden la idea del arte como ecosistema autónomo, alimentando un cierto debate tautológico; su enfoque es que evidentemente, en el arte contemporáneo hay diferentes prácticas y los artistas son privilegiados en el sentido de que la sociedad les permite ser intérpretes de su entorno y a partir de una exposición pueden hablar y abrir debate. Pero el problema está en que muchos artistas utilizan esta oportunidad para explicar ‘chistes baratos’ o encerrarse en un círculo endogámico, donde sólo unos pocos llegan a entender la propuesta. En este sentido Antoni Abad cree que merece la pena aprovechar esta ocasión para “infiltrarse más en la realidad”. ¿De qué manera lo ha conseguido megafone.net? La plataforma utiliza el arte, o el mundo del arte, para desviar unos fondos que están destinados a la alta cultura y el poder hacia un ámbito social, para que puedan utilizarlos ‘la gente de la calle’, “yo creo que ese es el objetivo de fondo, aunque el resultado positivo más visible está en los núcleos duros de los grupos que consiguen articularse como activistas y hacer lobby.”
En su caso el arte ha servido como un instrumento político eficaz, por ejemplo en el caso de los proyectos con personas con diversidad funcional, donde después de publicar el mapa con las barreras físicas de la ciudad, se han realizado obras de adaptación de determinados lugares. Pero reconoce tener dudas con respecto a que el arte pueda llegar a ser revolucionario: “La experiencia que he vivido es que el arte puede generar un territorio micropolítico: por ejemplo cuando veo que la gente se entusiasmaba con un proyecto y se articula como colectivo. Considero que es en ese momento cuando se comienza a hacer política (una política de verdad, no una mamonería). En ese sentido creo que el arte permite generar pequeñas revoluciones personales. Don Facundo, un taxista de México D.F; un día me dijo: Mira Antoni, después de 12 horas al volante, durante muchos años, en el tráfico infernal de esta ciudad, este proyecto me ha hecho recordar que la imaginación existe. Para mí ya no hay vuelta atrás.”
En este sentido, la exposición que hasta junio podemos visitar en MACBA, funciona no sólo como inventario y rememoración de la experiencia vivida por los protagonistas: también como espacio contingente que evidencia la existencia de estos otros terrenos de juego donde se celebra el ejercicio de la acción directa. Más allá de satisfacer unos ciertos modelos éticos consensuados, la posibilidad estética de este ejercicio no consiste tanto en recordar la vida al hablar del arte, radica más bien en utilizar el arte para hablar de todo aquello que acontece. Sólo mediante este gesto, podremos tomar un cierto posicionamiento ante el disparate global, o dicho de otro modo: si aún nos quedan armas para participar en esa batalla, sólo las encontramos en el capital (de lo) social.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)