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Reflexionar mediante una acción simple, pensar en aquello que se halla detrás de lo aparente para percatarse, quizá, de que el rastro no es más que ausencia. Reconocer lo visible como símbolo de lo invisible, asumir que aquello que aparece es el rastro de la desaparición, de lo que ya no está. Trazos entendidos a modo de cerrojo, llaves que conducen al baúl de la memoria personal y colectiva con el fin de ganar la batalla al olvido, de recuperar lo que ilegítimamente nos fue sustraído.
El trabajo de Pelayo Varela (Oviedo, 1969), que expone en la Galeria Sicart de Vilafranca, parte de una reflexión engendrada en el interrogante sobre la identidad. Su investigación es, siempre, un modo de apuntalar, no la duda sino la pregunta hacia el yo. El artista asturiano hila un discurso sobre el sujeto a partir de asumir la imposibilidad de acotar los límites identitarios que intentan imponernos. Juega a su vez con la propia práctica artística. Práctica que disecciona en dos viales: por un lado, aquel que nos conduce a una resignificación de lo que es o no es el artista y, por otro, el sinfín de frivolidades que desprende el mundo del arte. Todo ello no es más que una metáfora sobre cómo funcionamos en el llamado entorno social. La fuerza de su trabajo yace justamente en la capacidad para reflexionar sobre la subjetividad, sobre el humanismo: Nadie puede quedarse en si mismo. La humanidad del hombre, la subjetividad es una responsabilidad para los otros, una vulnerabilidad extrema. El retorno hacia uno mismo se hace regreso interminable. Con estas palabras Emmanuel Lévinas nos dejaba un legado sobre la identidad o, más bien, sobre su falta. Asumirse a uno mismo exige un asumir al otro: algo de lo que hoy se huye. Es pues, una identidad falsa, aquella que nos define, y es contra ello contra lo que se alza el gesto de Pelayo Varela.
Varela cuestiona, mejor dicho, se cuestiona a sí mismo creando un espejo en el que mirarnos. ¿Quién soy yo?, ¿Quién eres tú?, y, a mi entender, el interrogante más sugerente, ¿Quién quieren que seamos?. Esta última pregunta es lanzada a todo puntal que se erija bajo un signo de poder. Tanto el collage sobre papel Curricullum Vitae 1 como los trabajos en tinta Curriculum Vitae 2 se inscriben en esa crítica que el artista dirige al sistema. Ambos trabajos vienen a ser un emblema crítico e irónico sobre aquello en lo que asentamos nuestra persona, toda la serie Curriculum se erige como estigma de lo absurdo.
Cabeza borradora, viene agrupado por los dibujos en papel, el vídeo y la escultura realizada en goma de borrar. El conjunto de materiales son el rastro de la acción. Son el testimonio de lo sucedido, son, en el fondo, el testimonio que indica la falta de testimonio. El artista ha realizado un busto a tamaño real de su propio rostro y, gracias a la colaboración de los estudiantes de la Escola Municipal d’Art Arsenal de Vilafranca del Penedès, propone dibujar su rostro. Los alumnos dibujan, rememorando la práctica antigua, la figura que tienen delante. Después, se utiliza el busto para borrar algunos de los trazos que han sido dibujados. El resultado, recogido en el vídeo que acompaña la muestra, apela de nuevo a esa doble moral que impera en el sistema. Propuestas que anuncian la necesidad de hacer historia, de recordar lo acontecido, de asumir el protagonismo del individuo en la sociedad, se encaran a la realidad. Lo real filtra ante la ausencia y es así como el poder pretende que seamos testimonios de su mentira.
Varela denuncia cómo mediante la simple acción de borrar se esconde el barrido y/o borrado final, mientras borramos, nosotros desaparecemos del mismo modo que el busto mengua en cada trazo borrado. La acción, simple y directa, es extrapolable a la sociedad. Un gesto que esconde las artimañas del poder y sus consecuencias. Aparece también lo escrito por Baudrillard en el crimen perfecto, no hay crimen más perfecto que el asesinato de la realidad, sin móviles ni pruebas. Nos han convencido para ser nuestro propio verdugo. Cada una de las decisiones y acciones que asumimos que siguen directrices impuestas son, en el fondo, disparos a nuestra identidad. El trazo borrado es el agujero de la bala, la desaparición, al fin y al cabo, de aquello que somos.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)