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Durante el transcurso del I Foro de Edición organizado por el MUSAC pudimos constatar la urgencia de establecer un punto de partida desde el cual comenzar a construir un campo crítico ampliado —un campo intelectual de las artes, y sus disciplinas asociadas— que, de alguna manera, pueda realmente contribuir a hacer productivos y sólidos los distintos debates que surgen en los complejos mecanismos de la creación artística y suscitar la producción de un pensamiento crítico en torno a ella.
Es importante agradecer a esta institución su iniciativa de abrir un primer espacio a este debate y reflexión, pues parte de su responsabilidad, de ellas en tanto instituciones, es hacer posible que los espacios independientes existan y se fortalezcan.
Durante nuestro encuentro descubrimos lo que ya sabíamos: que el intento de llevar a cabo esta tarea de generar esa masa crítica conlleva un sinfín de inconvenientes a los que parece pertinente enfrentarse desde la máxima heterogeneidad, asumiendo los diferentes intereses y posicionamientos discursivos, pero con un impulso común.
El encuentro del MUSAC sirvió para localizar y replantear algunos de esos problemas que, lejos de cualquier victimismo, pueden ayudarnos a fijar un horizonte de trabajo compartido: la precariedad económica de toda aquella iniciativa —editorial, en este caso— que pretenda combatir —o resistirse a— la deriva banal —espectacularizada, vulgarizada, superficial y autocomplaciente— del mundo de la cultura; la exigencia de una independencia —económica, ideológica— mal entendida, que aparece en el horizonte como un falso objetivo, inalcanzable en su totalidad, asequible sólo en un grado que varía en función de factores coyunturales—; esto sumado al inmovilismo de la academia, reaccionaria, inoperante, incapaz de asumir su función como agencia crítica —ella sí— independiente y de establecer un diálogo con otras agencias; las relaciones con las instituciones, ávidas por instrumentalizar cualquier iniciativa que pueda proporcionarle una cuota de “contrahegemonía” legitimadora; y, quizás lo más preocupante, la falta de interlocutores válidos e implicados con los que entablar un debate serio y riguroso y el silencio de un “público” que se integre en —y que no sólo asista a— dicho debate.
En ese sentido y con respecto a este último punto, el encuentro nos hace ser moderadamente optimistas. Somos testigos de la aparición —o la supervivencia más o menos precaria— de algunas plataformas, la articulación de nuevos espacios y proyectos disensuales, la emergencia de un gran número de lectores-escritores, nos hace creer en la posibilidad de construir —¿desde arriba, desde abajo?— un campo de trabajo potenciado y enlazado que fuerce una ruptura y un permanente ejercicio crítico con respecto a las actuales dinámicas culturales.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)