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El tiempo que dedicamos a dormir es un periodo de descanso e inacción, una franja horaria del día (quizás la única), en que no somos productivos ni somos tampoco consumidores de productos y servicios. El ritmo incesante de la sociedad tardocapitalista parece exigirnos que nos mantengamos activos el máximo tiempo posible; pero paradójicamente, para poderlo estar necesitamos diariamente este sueño reparador.
El paradigma de la conectividad permanente y la monetización de nuestra actividad en las redes ha disuelto la distinción, ya poco clara, entre nuestro tiempo de ocio y descanso y los ratos dedicados a la producción y el consumo. Las dinámicas de promoción social y de recompensa económica parecen beneficiar los individuos que muestran una mayor disposición y capacidad para permanecer el máximo tiempo posible despiertos, disponibles, trabajando e interactuando en las redes. En la busca del difícil equilibrio entre, por un lado, el tiempo de reposo que nuestro organismo necesita y, del otro, las horas de productividad que nos hacen falta para hacer frente a esta incesante demanda de actividad, juegan un papel importante los estimulantes, aquellas sustancias que ingerimos para aumentar la capacidad de atención y el nivel de energía de nuestros organismos.
Mi propuesta como editora de este mes de octubre en A*Desk continúa en cierto modo la reflexión iniciada en un editorial anterior, la de enero de 2019, cuando ejercí como editora invitada en esta plataforma por primera vez. En aquella ocasión planteé a cuatro agentes del campo de las artes visuales, el cine y la filosofía que pensaran sobre las formas de organización y regulación social del tiempo, y también sobre como estas cuestiones han sido abordadas desde la práctica artística. Esta vez he invitado a un grupo de comisarios y artistas a reflexionar sobre la relación entre los estimulantes, la hiperproductividad y la reducción del tiempo de descanso desde la perspectiva de la cultura del 24/7.
El mes editorial se inauguró con el ensayo introductorio Estimulantes, circulación y euforia, de Oier Etxeberria, en que este artista y comisario analizaba el concepto de estimulante, y explicaba cómo algunos de los principales impulsores de la modernidad fueron consumidores compulsivos de sustancias como el café, el azúcar o el tabaco. Etxeberria esbozaba las relaciones entre metabolismo, pensamiento, producción y economía, y hacia el final de su artículo planteaba estas reflexiones en forma de preguntas: “No fue el café la gasolina del nuevo espíritu burgués que afloró en la época ilustrada? Es posible desatar la industrialización masiva de un estimulante como el azúcar y la necesidad calórica de la naciente clase trabajadora en la Inglaterra del siglo XVIII? No es el consumo masivo de los tranquilizantes signo de una sociedad que ha intensificado en exceso el gesto productivo del obrero?”
En el artículo Robarnos el tiempo, Claudia Elies reflexionaba desde una perspectiva histórica y teórica sobre la introducción de parámetros productivistas en el tiempo nocturno, y sobre la consecuente involución de las horas de descanso y de sueño. Entre otras cuestiones interesantes, Elies contrastaba la temporalidad homogénea de nuestro presente productivo con la regulación temporal de la Edad Media: “En este mundo medieval, perfectamente normativizado, eran numerosas las reglamentaciones ciudadanas que estipulaban la finalización de la jornada laboral con la puesta de sol y prohibían, a la vez, el trabajo nocturno”. Elies analizaba una selección de obras específicas de artistas como Cristina Garrido, Iratxe Jaio + Klaas van Gorkum, Mario Santamaría i Josep Fonti que abordaban cuestiones como el cansancio, la relación entre sueño, trabajo y conectividad o la introducción de dinámicas de rendimiento y monitorización en el tiempo de ocio.
Por su parte, la plataforma curatorial La Cocina, fundada por Alejandro Ramírez y Lore Gablier y con sede en Ámsterdam, recurría en el título del poema de Roberto Bolaño “Ni crudo ni cocido» para reflexionar sobre la noción de consumo y el acto de consumir, y sobre su reverso indefectible, el de ser consumido: “Cómo si el acto de consumir fuera una amenaza contra un yo supuestamente fenecido”. Los autores nos recordaban también que, “consumir es completar una transacción, un intercambio: cambiar y ser cambiado”. La Cocina ponía en relación esta dinámica paradójica, en que la pulsión de vivir es la que al mismo tiempo conduce a la propia destrucción, con la figura del caníbal, este ser liminal antropofágico, que para sobrevivir devora a los de su misma especie y, por lo tanto -en un sentido figurado-, se come también a sí mismo.
“Queremos tus comentarios. Tell us a little about yourself. ¿Estás pensando en hablar conmigo? Parlem? ¿Tomamos un café? Contact our experienced team. Siempre a tu lado. Disponibles 24/7. Respondrem la vostra consulta al més aviat possible. ¿Any questions? Get in touch”. Mientras que las sedes físicas de las empresas de servicios y los locales comerciales están regulados por unos horarios de apertura y cierre, en Internet impera un tiempo continuo y homogéneo, desvinculado de los ciclos diurnos y nocturnos. Esto incentiva el paradigma de la disponibilidad permanente, la conveniencia de mostrarse siempre preparado y atento para atender una demanda de servicio, una duda, una queja, una compra. Esta disponibilidad continua se hace particularmente manifiesta en los apartados de contacto de muchas páginas web, especialmente en los de aquellas que se dirigen a un perfil de cliente y/o consumidor. Como cierre del mes de octubre y de esta editorial sobre estimulantes, insomnio e hiperproductividad, Mario Santamaría realizaba una intervención artística en la página de contacto de la web de A*Desk, desde la cual, en un tipo de deriva internauta, nos paseaba por decenas de apartados de contacto de páginas de Internet, enunciándonos su promesa de disponibilidad absoluta, su voluntad de atendernos lo antes posible.
Hay que pensar, quizás, qué disponibilidad es la nuestra, y con qué rapidez queremos responder a las constantes demandas que se nos presentan; de cuántas horas de sueño y descanso podemos prescindir, de cuántos estimulantes precisan nuestros cuerpos cansados para seguir siendo productivos. Mientras tanto, el sueño es un límite, y el insomnio es quizás la sintomatología del malestar del exhausto, en este mundo que demanda que estemos siempre despiertos.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)