Buscar
Para buscar una concordancia exacta, escribe la palabra o la frase que quieras entre comillas.
En A*DESK llevamos desde 2002 ofreciendo contenidos en crítica y arte contemporáneo. A*DESK se ha consolidado gracias a todos los que habéis creído en el proyecto; todos los que nos habéis seguido, leído, discutido, participado y colaborado. En A*DESK colaboran y han colaborado muchas personas, con su esfuerzo y conocimiento, creyendo en el proyecto para hacerlo crecer internacionalmente. También desde A*DESK hemos generado trabajo para casi un centenar de profesionales de la cultura, desde pequeñas colaboraciones en críticas o clases hasta colaboraciones más prolongadas e intensas.
En A*DESK creemos en la necesidad de un acceso libre y universal a la cultura y al conocimiento. Y queremos seguir siendo independientes y abrirnos a más ideas y opiniones. Si crees también en A*DESK seguimos necesitándote para poder seguir adelante. Ahora puedes participar del proyecto y apoyarlo.
Esto no es un poema, esto no es un reportaje, esto no es cuento. Lo que tienes entre las manos es un artefacto poético a modo de glosario, de lexicón, pero también a modo de intercambio epistolar entre la poeta mexicana afincada en Barcelona Ale Oseguera y la poeta asturiana afincada en Madrid Laura Casielles. Un viaje de ida y vuelta a través de siete conceptos alrededor de la migración y el desplazamiento. Una conversación necesaria entre dos voces que viven entre aquí y allí, entre raíces y despojos, entre una maraña de sentimientos encontrados que les ha dado una identidad concreta: la de desplazadas. Os leemos.
«El extranjero es un soñador que hace el amor con la ausencia.»
Julia Kristeva
Este año no iré a casa.
Y sin embargo, estoy en casa.
Pasamos la vida buscando la vivienda propia, la manifestación arquitectónica del Yo.
¿Cómo hacerlo sobre terreno difuso? ¿Cómo en suelo extranjero?
La extranjeridad se mide en el tiempo que tardas en llegar:
. a los registros
. a los entendimientos
. a las reparticiones
. a la patata (que era tuya)
. y al aire (que ya no).
Y siempre llegas tarde.
El hogar extranjero se construye con los residuos del viaje:
. las fotografías de tus padres
. el olor del maíz hervido y el chile tostado
. el calor tatuado del último abrazo antes de subirte al avión.
El hogar se viste siempre de ultimidades, de las últimas intimidades. Se cimienta con la estrategia de la supervivencia. Se edifica con mucho sudor y muchas lágrimas. Todo cambiante siempre, inestable, impredecible, líquido. Cada mañana, un nuevo techo desconocido. Los cimientos de la casa están bajo tierra. Los del hogar, bajo la piel. El hogar es concepto, no materia. Por eso, cada año te preguntan si irás a tu casa, aunque ya estés en ella. Porque tu casa, aun bajo contrato de compra o alquiler, nunca es tuya en suelo extranjero.
Las amistades son como las plantas: hay que regarlas, abonarlas, podarlas, protegerlas de plagas y depredadores, llevarlas contigo si te mudas.
¿Y si no puedes llevártelas?
Una mañana al mes, Miguel desayuna conmigo. Pero yo no estoy ahí. Se toma el café con una buena dosis de paciencia, la misma con la que me escucha desde que teníamos quince años. Me deja hablar, contarle los detalles de mi último pleito, amorío, triunfo, decepción, alegría, drama. Miguel acaba mi podcast whatsappero (dos o tres mensajes de voz de 8 a 10 minutos cada uno) y se va a trabajar. Pasarán días o semanas antes de que pueda yo recibir su respuesta, también en formato podcast whatsappero.
Skype, y sobre todo Whatsapp, han hecho mucho por las relaciones sociales; pero ninguna tecnología ha podido con el problema de las zonas horarias. Ocho horas de diferencia son muchas horas. Cuando tú puedes charlar, ellxs están trabajando. Cuando ellxs pueden, tú ya duermes. No es fácil conservar las amistades a distancia, hay que poner mucha voluntad, esfuerzo, empatía y, sobre todo, amor. Actitud positiva y habilidad para el storytelling también ayudan.
Las amistades mutan con los años, brotan, se marchitan, se expanden, mueren. Pero hay unas, las más especiales, que se enraizan para siempre, independientemente del sustrato, del país en el que estén plantadas; se adaptan a la severidad del sol o a la falta de él; sobreviven a la sequía, a las inundaciones, a la distancia; florecen mientras duermes. Hay amistades que son como los potos o los espatifilos; como la mía con Miguel.
Laura dice que siempre le pareció que en su pequeño pueblo de Asturias no conocería a nadie con sus mismas inquietudes. Por eso soñaba con marcharse de allí.
Yo crecí en una ciudad que, en los noventa, tenía una población de unos cinco millones de habitantes. Y estaba también convencida de que nunca conocería a nadie con mis mismas inquietudes. Entre muchas otras, esa fue una de las razones por las cuales siempre quise irme de allí. Para sentirme extranjera, prefería un sitio en donde de verdad lo fuera.
En México se suele decir: «Pueblo chico, infierno grande».
Las pesadillas no siempre se miden en números. Cuando una se siente extraña, el tamaño es lo de menos. El origen también. Una sueña con los destinos, con liberarse de las etiquetas, con llegar a ser en toda la extensión de nuestro potencial, con que alguien nos entienda aunque sea un poquito. Parafraseando a Cortázar (permitidme la cursilería), nos vamos para encontrarnos.
Conjugar en vosotros es complicado. Requiere oído, práctica y mucha impostura. En comparación, las demás sustituciones son pan: guay-chido, charla-plática, chaqueta-chamarra… También es la más radical. A nadie «se le pega» el vosotros, como sí el acento. Se usa siempre intencionadamente. El camuflaje no es perfecto nunca, pero ayuda a que no haya baches ni distracciones en la carretera, a que tú y tus mensajes aterricen donde y cuando deben.
Comencé a conjugar el vosotros cuando trabajé en periodismo político. En política, la diferencia entre el vosotros y el ustedes es abismal. Los políticos te miran siempre por encima del hombro, más si eres inmigrante: ¿Qué hace una «de fuera» preguntando por lo «de aquí»? En periodismo, si hay baches en la carretera, te despiden. En política, si no te camuflas, te comen. En España, no hablar su español es ir diez pasos por detrás en el camino.
Es difícil quitarse el disfraz. Se te va incrustando. Un día visitas «tu país» y llamas vosotros a tu familia y amigos. Entonces, la letra escarlata en la frente: traidora, vendida, farsante. Escribe Clara Obligado: «la exclusión se sitúa también en el país de origen, donde se perciben las variaciones lingüísticas del desterrado como una infidelidad». La lengua es una extensión de la patria, pero también terreno fértil para la extranjeridad, seas de donde seas, estés en donde estés.
La máxima del recién llegado es: «El que convierte, no se divierte». Me la enseñaron un grupo de mexicanos y colombianos la primera vez que salí a tomar algo en Barcelona. Desde que había aterrizado, yo no paraba de hacer cálculos mentales. Y ya se sabe que la conversión de divisas migrante siempre sale a pérdida. ¡Pero es que no todo va a ser trabajar y extrañar! El/la migrante también quiere tomarse una cerveza, ir a un concierto, bailar, comprarse una novela. Los primeros años, pero, no compré ningún libro. Tenía a mi disposición la xarxa entera de biblioteques de Barcelona. Con eso me sentía afortunada. Y pudiente.
No escatimé en conciertos u obras de teatro; pasiones costosas que me permití al reseñarlas en medios que no me pagaban salvo con el pase de prensa. A lo que sí renuncié fue al cine. El cine me resultaba extremadamente caro, un lujo, al igual que la ropa nueva, los cortes de pelo, la fruta, los alquileres, los taxis, los restaurantes, el café, el tabaco y las vacaciones. Cuando llegué a Barcelona en 2006, cada euro equivalía a unos 15 pesos mexicanos. Hoy, las guerras lo han acercado a esa cifra: 18,60. Pero en estos diecisiete años lo he visto inflarse hasta 23.
Uno de esos años de crecimiento (o decrecimiento, según se mire), volví a México. Me parecía todo tan barato que me dio el subidón y les dije a mis amigos: «Pidan lo que quieran, pago yo. Que al cabo gano en euros». Estábamos en un puesto callejero de tacos después de una noche de fiesta a las casi cuatro de la mañana.
Con los años he dejado de convertir mentalmente mis presupuestos. Las crisis derivadas del crack de 2008 me han dado otras prioridades, aunque sigo intentando divertirme. Todos lo hacemos. Desde 2006 hay, no obstante, algo que no ha variado: Guardo intactos unos 1.200€ en la cuenta del banco. Por si un día las crisis (políticas y/o financieras) me obligan a renunciar al sueño europeo y a salir volando de Barcelona. Volver también es un lujo.
1)
Pienso constantemente en mi muerte desde que vivo en Barcelona. Me imagino siempre muriendo sola. Y me pregunto: Si nadie me espera, ¿cuánto tiempo pasará antes de que alguien comience a extrañarme y pregunte por mí? ¿A qué suelo pertenece mi cadáver?
2)
«Migrar: enterrar a la familia sin estar presente.»
Quinny Martínez
Por cuestiones «de papeles» estuve cuatro años sin salir de España. En ese lapso me perdí nacimientos, cumpleaños, enfermedades, graduaciones, bodas, funerales. Me preguntaba si algún día viviría también a distancia la muerte de mis padres.
En 2017, tuve que volar de emergencia a México.
Soy una migrante privilegiada: pude abrazar a mi padre antes de su partida definitiva.
Pasábamos cada Navidad entre «despatriados»: latinoamericanos, asiáticos, algún europeo del norte que, por una u otra razón, se quedaba en Barcelona, y un grupo de musulmanes que pensaban que el diciembre cristiano era una experiencia novedosa y mucho más divertida que una simple vacación invernal en su país. Aquí había cena, abrazos, fiesta e intercambio de regalos.
Consumismo aparte, la Navidad es la celebración familiar por excelencia. Quizá por esto es que nuestra cena se volvía un ejercicio de nostalgia patriótica. Cada unx de nosotrxs cocinaba algo típico de su tierra para la ocasión. Aquello se volvía un delicioso banquete internacional en el que terminábamos bailando hasta las 5 o 6 de la madrugada.
Solo una vez en diecisiete años he vuelto a México por Navidad. Comida, regalos, bailar, extrañar y recordar a los ausentes, abrazar a los presentes. Las familias nacen, pero también se construyen a base de alimento y amor incondicional. De Navidades.
[Imagen de portada: Calles de mi barrio en México_ Ale Oseguera].
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)