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Bard Attitude: música folk y arte contemporáneo

Magazine

23 marzo 2015
Tema del Mes: El mes sonoro
a) Bedwyr Williams. Bard Attitude. Impresión fotográfica. 99 x 88 cm. 2005

Bard Attitude: música folk y arte contemporáneo

Well, you’re my friend and can you see,

Many times we’ve been out drinkin’,

Many times we’ve shared our thoughts,

But did you ever, ever notice, the kind of thoughts I got?

Will Oldham. I see a darkness

Hace varios años pensé – y redacté – una propuesta expositiva que, bajo el título de Bufones y trovadores abordaba la condición narrativa del artista. La parodia del bufón y la seducción del trovador como dos posibles modos de analizar el papel del artista en la actualidad. Lo presenté a algunas convocatorias pero, tras varias negativas, decidí abandonarlo. Al tratar ahora las conexiones entre música folk y arte contemporáneo no puedo evitar caer de nuevo en la figura del bardo. En su actitud, función, dinámicas y ritmos hay algo que emocional y discursivamente conecta con el artista. Su narración performativa, la transmisión oral de sus historias o sus viajes de pueblo en pueblo cantando gestas son cualidades que permiten abrir ciertos vínculos entre ambas posiciones.

Cuando, además, el artista empatiza directamente con el imaginario del músico, o más bien del cantautor, dichos nexos se multiplican. De este modo, los atributos del folk (voz, canción e instrumentación acústica) se erigen en hilo conductor de un relato que revisa el trabajo de algunos artistas sensibles al género. O de manera más directa: este texto habla de artistas visuales que, en sentido literal o figurado, cantan y tocan la guitarra en un porche, a un ritmo lento, a veces desde la luz, a veces desde la oscuridad. Artistas visuales que nos ofrecen experiencias y sensaciones derivadas del esquema literario, sonoro e ideológico de la canción folk.

Y puesto que el concepto de artista-bardo me ha hecho retroceder a los tiempos de Bufones y Trovadores, inicio este breve recorrido con una pieza de aquella época que cumple una doble función. Por un lado, recupera y cierra un proyecto basado en la performatividad del relato; por el otro, abre un ensayo dedicado a una posible actitud “folkie” en arte contemporáneo. La actitud del bardo.

Bard Attitude (2005) es una acción del artista galés Bedwyr Williams. Una lectura paródica y exagerada de la representación épica del bardo donde la narración oral, la performance, y la comedia juegan un papel destacado. En ella, vemos al artista disfrazado de bardo recitando y entonando su lira ante la naturaleza salvaje. Un gesto heroico y voluntariamente ridiculizado por Williams (barba postiza, lira gigante, sandalias modernas) que versiona libremente The Bard (1817), la mítica pintura de John Martin, uno de los pintores más señalados del romanticismo británico. Pese a que aquí solo veamos el registro fotográfico, Bard Attitude consiste en una performance donde el artista utiliza la oratoria y el humor para exponer y reivindicar su pertenencia galesa en un contexto artístico – el británico, el internacional – marcado por un claro dominio inglés.

Por otro lado, Bard Attitude siempre me remite a Bonnie Prince Billy (Will Oldham), uno de los renovadores más significativos del folk americano en la actualidad. Y, curiosamente, son varios los artistas que conozco interesados en su sonido, sus relatos o directamente en su persona. Quizás su sensibilidad y carisma, así como su posición ajena y contraria al mainstream, hace que sea una figura atractiva para el contexto artístico próximo a la música popular. De hecho, al menos desde mi lectura subjetiva y limitada, parte de las conexiones entre arte y folk de las que puedo hablar pasan gratamente por Will Oldham.

Por ejemplo, el artista portugués Joao Onofre presentó en 2007 el vídeo Untitled (I see a Darkness), una adaptación de la canción I see a Darkness (1999) de Bonnie Prince Billy en la que dos niños de 11 y 12 años cantan e interpretan a guitarra y piano la versión que Jhonny Cash firmó en el año 2000. Como es habitual en el trabajo de Onofre, su puesta en escena genera una tensión y una extrañeza difícil de digerir. Dos niños sonrientes y con ganas de hacerlo bien cantan una canción que simplemente, por edad, por sentimientos que desconocen, no pueden entender.

b) Joao Onofre Untitled (I see a Darkness). Video HD. 4:18 min. 2007

Un año después, Susan Phillipsz presentó en la fundación privada Jarla Partilager de Estocolmo una instalación sonora también llamada I see a Darkness. Una pieza envolvente de apenas siete minutos (altavoces y efectos de luz repartidos por el espacio expositivo) donde la artista escocesa mezclaba diferentes registros sonoros para ofrecer una experiencia sensorial y psicológica específica. En primer lugar, el registro de su voz «amateur» cantando a capela la canción de Bonnie Prince Billy; a continuación, una pieza a piano de Maurice Ravel (Pavana para una infanta difunta, 1899); y, finalmente, una nueva interpretación de Phillipsz cantando una barcarola italiana del siglo XIX dedicada a Santa Lucía. De nuevo la incursión emocional en Will Oldham como ejercicio de exploración de sentimientos extremos.

C) Susan Phillipsz. I See a Darkness. Instalación. 2008

En 2008, Richard T. Walker, artista inglés afincado en San Francisco, invitó a Will Oldham a participar en uno de sus proyectos. Las piezas de Richard T. Walker suelen ser filmaciones solitarias en parajes sobrecogedores y sublimes (por ejemplo, desiertos o montañas del territorio estadounidense) en los que el artista recita e interpreta composiciones musicales de folk experimental e intimista dirigidos a la magnificencia de la naturaleza. Una puesta en crisis de nuestra percepción romántica del entorno natural, que encuentra en la proximidad de la canción un posible método para desdibujar el artificio cultural del paisaje. Pese a la solemnidad del territorio, las performances “land-art” de Walker dejan el paisaje en un segundo plano, invirtiendo así la habitual relación contemplativa del individuo ante su entorno. What am we/you/i waiting for?, el proyecto junto a Oldham, los sitúa a ambos en la cima de una monte para cantar juntos a la espera de una experiencia sublime que nunca llega a producirse. Filmado en diversos paisajes de Texas y Nuevo México, In the predicament of always (as it is), 2014 es uno de sus últimos proyectos. En él, el artista innova con dos nuevos elementos: su progresiva desaparición de la acción (algo que siempre recuerda a los personajes contemplativos de Caspar David Friedrich) y la incorporación física y sonora de la guitarra eléctrica.

En 2012, Ragnar Kjartansson presentó The Visitors, una compleja video-instalación con nueve proyecciones sincronizadas que fragmentan una canción folk y la expanden por las habitaciones de una vieja mansión señorial – la Rokery Farm – situada en el estado de Nueva York. El artista islandés contó con músicos y amigos de Reikiavik, dando lugar a una experiencia colectiva y un sentimiento de comunidad que hipnotiza al espectador y le invita a moverse por el espacio expositivo siguiendo, en silencio, la presencia autónoma y diferenciada de cada una de las partes (voces, guitarras, violines, acordeón, piano. batería…). Entre ellos, tocando la guitarra dentro de una bañera, se encuentra el propio Kjartansson. Pude ver la instalación el año pasado en el Museo Guggenheim de Bilbao, y realmente la sensación que transmite la pieza es extraordinaria, inusual, maravillosa. Algo parecido a la experiencia – aunque esto no tenga que ver con el folk, pero sí con la música – que me produjo hace años el visionado de Zidane, A 21st Century Portrait (2006) de Douglas Gordon y Phillip Parreno con la banda sonora de Mogwai. Una comunión perfecta entre imagen y sonido que hace que no quieras salir nunca de ahí. Y quizás eso es lo que puede aportar el folk al ámbito del arte contemporáneo: la intensidad emocional y directa de una simple canción que quieres escuchar una vez tras otra.

David Armengol (Barcelona, 1974) es comisario independiente y combina su práctica curatorial con otras actividades paralelas como la gestión cultural y la docencia. Le interesa especialmente la música, la naturaleza y el relato, pero desde el ámbito del arte contemporáneo. Es decir, no sabe tocar ningún instrumento, no es un gran aventurero y no domina el arte de narrar. En cierto modo, le basta con que sus pasiones sonoras, paisajistas y narrativas convivan en el formato de una exposición. Por eso siempre piensa en artistas.

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